Archivo de la categoría: catequesis

02 LA PRIMERA ORACIÓN


Enlazamos las Catequizis que ha preparado Juan Manuel Cotelo en su canal de YouTube, añadiéndoles unas preguntas del catecismo para memorizar, unas oraciones y algunas citas bíblicas que ayuden a asimilar el contenido de las Catequizis y ayudar así a la preparación de los niños para hacer su Primera Comunión.

CATEQUIZIS 2

Hoy aprendemos la señal de la Cruz… y aprendemos que al hablar con Dios, hablamos con 3 personas distintas, unidas por el AMOR. ¡Y jugamos al tenis sin raqueta!

SINTETIZA:

1. ¿Eres Cristiano?

Sí, soy cristiano por la gracia de Dios.

2. ¿Qué es la gracia?

La gracia es la participación en la vida de Dios. Es la ayuda que Dios nos da para responder a su llamada.

3. ¿Quién es cristiano?

Es cristiano quien cree en Jesús y ha recibido el Bautismo.

7. ¿Cómo nacemos a la vida cristiana?

Nacemos a la vida cristiana por el don de la fe y del Bautismo, en la Iglesia.

8. ¿Cómo aprendemos a vivir como cristianos?

Aprendemos a vivir como cristianos escuchando la Palabra de Dios, celebrando la Eucaristía y amándonos como Jesús nos enseñó.

9 a) ¿Cuál es la señal del cristiano?

La señal del cristiano es la santa cruz.

10. ¿Por qué la Santa Cruz es la señal del cristiano?

La Santa Cruz es la señal del cristiano porque en ella murió Jesús por amor a los hombres, para salvarlos.

27 a) ¿Hay un solo Dios?

Sí, hay un solo Dios verdadero. “Si Dios no es único, no es Dios”.

27 b) ¿Cuántas personas hay en Dios?

En  Dios hay tres personas distintas: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

27 c) El padre, el Hijo y el Espíritu Santo ¿son tres dioses?

No. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, pero no son tres dioses. Son tres personas distintas y un solo Dios verdadero.

28. ¿Cuál es el centro de la fe cristiana?

El centro de la fe cristiana es el misterio de la Santísima Trinidad.

29. ¿Qué nos revela el misterio de la Santísima Trinidad?

El misterio de la Santísima Trinidad nos revela que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un sólo Dios. Así se manifiesta que Dios es Amor.

30. ¿Quién nos ha revelado el misterio de la Santísima Trinidad?

Jesús, el Hijo de Dios, es quien nos ha revelado este Misterio. Él nos enseña que Dios es Amor y nos lo da a conocer.


APRENDE:

La Señal de la Santa Cruz

Por la señal + de la santa cruz
de nuestros + enemigos 
líbranos, Señor, + Dios nuestro.

En el nombre del Padre 
y del Hijo + y del Espíritu Santo.

Amén.

Gloria

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


LEE, MEDITA Y COMENTA:

Mt 28,16-20

Jn 14,23-26


01 ¿Qué significa COMUNIÓN?


Enlazamos las Catequizis que ha preparado Juan Manuel Cotelo en su canal de YouTube, añadiéndoles unas preguntas del catecismo para memorizar, unas oraciones y algunas citas bíblicas que ayuden a asimilar el contenido de las Catequizis y ayudar así a la preparación de los niños para hacer su Primera Comunión.

CATEQUIZIS 1

¡Os presentamos CATEQUIZIS, un juego para niños, niñas, papás y mamás! Vais a disfrutar, aprender y rezar, juntos.

SINTETIZA:

102 b) ¿Qué es la Sagrada Comunión?

La Sagrada comunión es recibir al mismo Jesucristo, Dios y hombre, que se ofrece por nosotros, bajo las especies eucarísticas.

151. ¿Cuál es la mayor aspiración de un cristiano?

La mayor aspiración de un cristiano es pensar como Jesucristo, valorar la vida como él, amar como él y, vivir en comunión con el Padre y el Espíritu Santo.


13 de septiembre de 2020: DOMINGO XXIV ORDINARIO “A”


 «Perdona y se te perdonará»

Si 27,30-28,7: «Perdona las ofensas a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas»
Sal 102: «El Señor es compasivo y misericordioso»
Rm 14,7-9: «En la vida y en la muerte somos del Señor»
Mt 18,21-35: «No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.»

I. LA PALABRA DE DIOS

El sacramento de la Penitencia (domingo pasado) invita a la conversión del corazón. Hoy el Evangelio ahonda en la conversión: la conversión reclama perdón, amor al prójimo.
Perdonar «setenta veces siete» es perdonar siempre. Este perdonar se apoya en la insistencia del Nuevo Testamento: en la oración, Jesús nos enseñó a decir: «perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos». La súplica se repite cada vez que celebramos la Eucaristía. Jesús nos recuerda «la regla de oro»: «traten a los demás como quieren que ellos les traten» (cf. Mt 7,12). Y es que nuestra relación con Dios se regula según nuestras relaciones con el prójimo (1ª Lect.).
Nuestro Dios es el Dios del perdón y la misericordia. Y nosotros, como hijos suyos, nos debemos parecer a Él. «Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso». Por eso Jesús dice que hemos de perdonar «hasta setenta veces siete», es decir, siempre. Perdona siempre a aquel que se arrepiente de verdad. No puede ser de otra manera. 
La parábola del evangelio expresa la contradicción brutal de ese hombre, a quien le ha sido perdonada una deuda inmensa, pero que no perdona a su compañero una cantidad insignificante, llegando incluso a meterle en la cárcel. Ahí estamos retratados todos nosotros cada vez que nos negamos a perdonar. En el fondo, las dificultades para perdonar a los demás vienen de no ser conscientes de lo que se nos ha dado y de lo que se nos ha perdonado. El que sabe que le ha sido perdonada la vida es más propenso a perdonar a los demás.
El perdón de Dios es gratuito: basta que uno se arrepienta de verdad. También el nuestro ha de ser gratuito. Pero prestemos atención a la parábola: ¿con qué derecho puede acercarse a solicitar el perdón de Dios quien no está dispuesto a perdonar a su hermano? El que no quiere perdonar al hermano ha dejado de vivir como hijo; el que no está dispuesto a perdonar al otro está cerrado y es incapaz de recibir el perdón de Dios.
No suele aceptarse hoy con facilidad la obligación del perdón porque se considera como un signo de debilidad. Sin embargo solamente los corazones fuertes tienen capacidad de convertirse y de perdonar.
El perdón fraterno ha de ser a imagen y semejanza del perdón de Dios, que no lleva cuenta de las veces que perdona. El corazón que perdona y olvida es grande, vive en la paz y es amado de Dios y de los hombres. La mejor imagen de nosotros mismos es la de ser personas de gran corazón.

II. LA FE DE LA IGLESIA

El perdón de Dios, que es un desbordamiento de su misericordia, no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado de corazón a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano a quien vemos. Al negarnos a perdonar a nuestros hermanos, el corazón se cierra y su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a la gracia. Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero «todo es posible para Dios».

…como también nosotros perdonamos
a los que  nos ofenden
(2842 — 2845)

Este «como» no es el único en la enseñanza de Jesús: «Sean perfectos ‘como’ es perfecto su Padre celestial» (Mt 5, 48); «Sean misericordiosos, ‘como’ su Padre es misericordioso» (Lc 6, 36); «Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Que ‘como’ yo les he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros» (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida del fondo del corazón, en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es «nuestra Vida» puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús. Así, la unidad del perdón se hace posible, «perdónense mutuamente ‘como’ nos perdonó Dios en Cristo».
Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor. La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial, acaba con esta frase: «Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano». Allí es, en efecto, en el fondo «del corazón» donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.
La vida cristiana llega hasta el perdón de los enemigos. Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración y de la vida cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí.
No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino. Si se trata de ofensas (de «pecados» según Lc 11, 4, o de «deudas» según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: «Con nadie tengan otra deuda que la del mutuo amor». La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación. Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía.

III. EL TESTIMONIO CRISTIANO

«Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo con todo el pueblo fiel» (San Cipriano).

IV. LA ORACIÓN DEL CRISTIANO

Hoy que sé que mi vida es un desierto,
en el que nunca nacerá una flor,
vengo a pedirte, Cristo jardinero,
por el desierto de mi corazón.

Para que nunca la amargura sea
en mi vida más fuerte que el amor,
pon, Señor, una fuente de alegría
en el desierto de mi corazón.

Para que nunca ahoguen los fracasos
mis ansias de seguir siempre tu voz,
pon, Señor, una fuente de esperanza
en el desierto de mi corazón.

Para nunca busque recompensa
al dar mi mano o al pedir perdón,
pon, Señor, una fuente de amor puro
en el desierto de mi corazón.

Para que no me busque a mí cuando te busco
y no sea egoísta mi oración,
pon tu cuerpo, Señor, y tu palabra
en el desierto de mi corazón. Amén