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27 de diciembre de 2020: Domingo de la Sagrada Familia «B»


“Como Hijo, puso su casa entre nosotros;
como Hermano mayor, está a la cabeza de la Familia”

Eclo 3,2-6.12-14: “El que teme al Señor honra a sus padres”
Sal 127,1-2.3.4-5: “Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos”
Col 3,12-21: “La vida de familia vivida en el Señor”
Lc 2,22-40: “El niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría”

I. LA PALABRA DE DIOS

El Libro del Eclesiástico recuerda que, entre los deberes más importantes para con Dios, está el deber del amor y respeto a los padres. Partiendo de Ex 20,12 (“Honra a tu padre y a tu madre”) insiste en la vida de amor familiar como fuente de la bendición divina.
Si la Ley era el apoyo para la recomendación anterior, para san Pablo la referencia a Cristo será el fundamento. Para el creyente las relaciones familiares pasan a depender de la coherencia con su fe.
Los padres de Jesús lo llevaron al templo, cuarenta días después de su nacimiento, para el ritual de purificación de María y de su presentación como hijo primogénito. Sin duda, las circunstancias de la concepción virginal de Jesús y de su nacimiento, también virginal, aseguraban la pureza de la madre, pero ella cumplió con la ley. La presentación del niño en el templo era obligatoria para cualquier hijo primogénito. Los padres ofrecían su hijo a Dios y lo rescataban con una pequeña ofrenda, según sus posibilidades. Contemplamos esta escena en el cuarto misterio gozoso del rosario y lo celebramos litúrgicamente, cuarenta días después de Navidad, el dos de febrero, en la fiesta de la Presentación o de la Candelaria (por la candelas de la procesión de entrada de la misa), apelativo que subraya que Cristo es la luz del mundo, como predijo Simeón.
San Lucas nos muestra cómo la misión de Cristo es llevada a término asumiendo plenamente la condición humana. La vida del hombre se desarrolla, crece y madura en el seno familiar, la expresión de “el niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría” alude a la identificación del Hijo de Dios con la humanidad. Nosotros nacemos en la familia para crecer como personas. Cristo también creció en una familia. La frase «la gracia de Dios estaba con él» viene a decir «Dios lo miraba complacido». La personalidad humana de Jesús fue cultivada y modelada en una educación judía cuyos valores positivos asimiló plenamente; pero también fue dotada de una conciencia de sí mismo completamente original, que toca su relación con Dios y la misión que debía cumplir entre los hombres.

II. LA FE DE LA IGLESIA

Los misterios de la vida oculta de Jesús
(529, 531 — 533)

La Presentación de Jesús en el Templo lo muestra como el Primogénito que pertenece al Señor. Con Simeón y Ana, toda la expectación de Israel es la que viene al Encuentro de su Salvador. Jesús es reconocido como el Mesías tan esperado, «luz de las naciones» y «gloria de Israel», pero también «signo de contradicción». La espada de dolor predicha a María anuncia otra oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado «ante todos los pueblos».
Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios, vida en la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba «sometido» a sus padres y que «progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres».
Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: «No se haga mi voluntad …»(Lc 22, 42). La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inauguraba ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido (cf. Rm 5, 19).
La vida oculta de Nazaret permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de los caminos más ordinarios de la vida humana: «Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. […] Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable» (San Pablo VI, homilía en Nazaret).

La familia cristiana
(2204 — 2206)

La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso puede y debe decirse «Iglesia doméstica». Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento .
La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.
Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La familia es una comunidad privilegiada llamada a realizar un propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres en la educación de los hijos.

La familia y la sociedad
(2207 — 2211)

La familia es la célula original de la vida social. Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad.
La familia debe ser ayudada y defendida mediante medidas sociales apropiadas. Cuando las familias no son capaces de realizar sus funciones, los otros cuerpos sociales tienen el deber de ayudarlas y de sostener la institución familiar. En conformidad con el principio de subsidiariedad, las comunidades más numerosas deben abstenerse de privar a las familias de sus propios derechos y de inmiscuirse en sus vidas.
La importancia de la familia para la vida y el bienestar de la sociedad entraña una responsabilidad particular de ésta en el apoyo y fortalecimiento del matrimonio y de la familia. La autoridad civil ha de considerar como deber grave “el reconocimiento de la auténtica naturaleza del matrimonio y de la familia, protegerla y fomentarla, asegurar la moralidad pública y favorecer la prosperidad doméstica”.
La comunidad política tiene el deber de honrar a la familia, asistirla y asegurarle especialmente:
— la libertad de fundar un hogar, de tener hijos y de educarlos de acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas;
— la protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de la institución familiar;
— la libertad de profesar su fe, transmitirla, educar a sus hijos en ella, con los medios y las instituciones necesarios;
— el derecho a la propiedad privada, a la libertad de iniciativa, a tener un trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar;
— conforme a las instituciones del país, el derecho a la atención médica, a la asistencia de las personas de edad, a los subsidios familiares;
— la protección de la seguridad y la higiene, especialmente por lo que se refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo, etc.;
— la libertad para formar asociaciones con otras familias y de estar así representadas ante las autoridades civiles.

III EL TESTIMONIO CRISTIANO

“Eres maestro y doctor en toda tu casa. Aprende de Job, que ofrecía sacrificios por los pecados de pensamiento que hubieran podido cometer sus hijos. Aprende de Abraham, que los incitaba a guardar los caminos del Señor. Lee los consejos que David daba a sus hijos antes de morir. Tienes tu casa adornada con estatuas de oro. Son tus hijos. Límpialas, adórnalas, cuídalas. Enséñales el temor de Dios superior a toda riqueza. Si los educas bien aprenderán a hacer ellos lo mismo con sus hijos y se formará una serie ininterrumpida de santos felices, de la que tú serás la raíz y recibirás el premio” (San Juan Crisóstomo).

IV LA ORACIÓN DEL CRISTIANO

Oh, Jesús, que siendo Luz beatísima del Cielo, 
en quien reside nuestra esperanza, 
no quisiste nacer desposeído 
del calor humano de un hogar.

Oh, María, Llena de gracia,
que pudiste abrazar a Jesús
en tu purísimo regazo 
y besarle mientras lo alimentabas.

Oh, José, elegido de entre los Padres antiguos
para ser custodio de la Virgen, 
a quien el Niño Divino invocaba 
con el dulce nombre de «padre»:

No desoigáis las súplicas, 
que nacen del fondo de nuestras almas, 
vosotros, nacidos de la estirpe noble de Jesé 
para la salvación de las naciones.

¡Ojalá todos los hogares pudieran 
reproducir cada una de las gracias y virtudes
que adornaron vuestra casa!

Gloria a Ti, Jesús, obediente a tus padres 
y gloria también al Padre y al Espíritu Santo, 
por los siglos de los siglos. Amén.

25 de diciembre de 2020: La Natividad del Señor (Misa del día)


«La Palabra se ha hecho carne,
y ha puesto su casa entre nosotros»

Is 52,7-10:  «Los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios»
Hb 1,1-6:  «Dios nos ha hablado por su Hijo»
Jn 1,1-18:  «La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros»

I. LA PALABRA DE DIOS

La alegría que se anunciaba al pueblo cuando era proclamado un nuevo rey en Sión, la proclama ahora el Profeta para anunciar la inauguración de un nuevo reinado de Dios. La inminencia del retorno de los exiliados, y el anuncio de paz subsiguiente, serán los signos perceptibles de la acción divina.

La Palabra de Dios, que había hecho surgir el mundo y el hombre, acampa en el mundo y se hace hombre para dar a los hombres el poder ser y llamarse «hijos de Dios». Percibida «en otro tiempo» (2ª Lect.) como una revelación del proyecto de Dios sobre el mundo y el hombre, acontece ahora entre nosotros como salvación.

La Palabra se ha hecho carne precisamente en este mundo. Es un modo de convencer al hombre de que Dios, a pesar de todo, le sigue amando.

II. LA FE DE LA IGLESIA

Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia  pobre; unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo. La Iglesia no se cansa de cantar la gloria de esta noche.

La celebración meramente costumbrista, comercial o vacacional de la Navidad la reduce a algo meramente humano y vacío de contenido.  Cristianos y no cristianos, los que celebran de corazón y «los que se apuntan», todos necesitamos abandonar cualquier vestigio de frivolidad en estos días.

Todos deseamos la paz, especialmente en estos días de navidad. La búsqueda de la paz y de la convivencia tranquila no son de ahora; han sido siempre señal de la permanente e incansable búsqueda de Dios y de sus signos. En el corazón del hombre y del mundo estaban escritas esas señales, que no le dejarán tranquilo hasta que no halle a Dios en medio de este mundo que, por ser casa de Dios, cuenta con que el Padre en su Hijo ha venido a compartir la historia.

El hombre ha intentado conquistar siempre cotas de mayor bienestar. La historia está repleta de ejemplos de quienes han intentado –siempre con buena voluntad– ganar en dignidad, en capacidad de convivencia, en afán de paz, en búsqueda de la justicia.  Otra cosa es que hayan acertado en el método.

Cuando el hombre mira a su alrededor y ve el resultado del pecado en medio de la humanidad, siente de un lado la vergüenza y de otro la incapacidad del remedio. La mirada de Dios es distinta y la única que devuelve a la esperanza. Lejos de apartar sus ojos de la miseria humana, la asume para vencerla desde Jesucristo. Los que sueñen con un remedio de sólo origen humano, alguna vez se sentirán desengañados. ¿Acabarán los hombres por aceptar la acción divina como la exclusivamente salvadora, cuando el hombre es capaz de secundar la iniciativa de Dios?

Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador… ¿No merecía conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa).

Si el amor del Padre se ha manifestado en que ha entregado a su Hijo al mundo, más patente queda cuando lo contemplamos viviéndolo entre quienes ha venido a salvar.

El Verbo se hizo carne. «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre». Y lo hizo:

  • «Para salvarnos reconciliándonos con Dios: «Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4,10).
  • «para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (1 Jn 4,9)».
  • «Para ser nuestro modelo de santidad: «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí…» (Mt 11,29)».
  • Para hacernos «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1,4). «Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: Para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios. Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios» (S. Ireneo).

«Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz del Reino de Dios».

¡Admirable grandeza la de un Dios que, al acercarse al hombre ha atravesado las sombras! Pero para destruirlas llenándolas de su luz. Y cuanto más cerca, más luz. Los llamados a ser portadores de la luz son los que más de cerca la reciben.  El cristiano es luz porque lleva la de Cristo.

Todo el que recibe la luz de Cristo, se siente hijo de Dios y portador de esta luz. Y no solamente puede llenar de luz los caminos de los hombres, sino decirles dónde está la luz verdadera. La Iglesia es hoy la luz que alumbra a todo hombre, porque es el sacramento de Cristo ante el mundo.

«Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida –pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó– lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo» (1 Jn 1,1-4)».

III. EL TESTIMONIO CRISTIANO

«¡O admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una Virgen, y hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad.«(Antífona de la octava de Navidad).

«Hoy los pastores le conocieron por medio de un ángel, y a los que presiden la grey del Señor se les enseñó la manera de anunciar la Buena Nueva, para que nosotros también digamos con el ejército de la milicia celeste: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!» (San León Magno). 

IV. LA ORACIÓN DEL CRISTIANO

De un Dios que se encarnó muestra el misterio
la luz de Navidad.
Comienza hoy Jesús, tu nuevo imperio
de amor y de verdad.

El Padre eterno te engendró en su mente
desde la eternidad,
y antes que el mundo, ya eternamente,
fue tu natividad.

La plenitud del tiempo está cumplida;
rocío bienhechor
baja del cielo, trae nueva vida
al mundo pecador.

¡Oh santa noche! Hoy Cristo nacía
en mísero portal;
Hijo de Dios, recibe de María
la carne del mortal.

Señor Jesús, el hombre en este suelo
cantar quiere tu amor,
y, junto con los ángeles del cielo,
te ofrece su loor.

Este Jesús en brazos de María
es nuestra redención;
cielos y tierra con su abrazo unía
de paz y de perdón.

Tú eres el Rey de Paz, de ti recibe
su luz el porvenir;
Ángel del gran Consejo, por ti vive
cuando llega a existir.

A ti, Señor, y al Padre la alabanza,
y de ambos al Amor.
Contigo al mundo llega la esperanza;
a ti gloria y honor. Amén.

20 de diciembre de 2020: DOMINGO IV DE ADVIENTO “B”


 «Salve, María, Madre de Dios,
por quien vino al mundo el autor de la creación
y restaurador de las criaturas»

2 S 7,1-5.8b-11.16: «El reino de David durará por siempre en la presencia del Señor»

Rm 16,25-27: «El misterio mantenido en secreto durante siglos ahora se ha manifestado»

Lc 1,26-38: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo»

I. LA PALABRA DE DIOS

El profeta Natán, sale al paso de las inquietudes de su señor, prometiéndole un reino que durará por siempre. El profeta no es consciente en aquel instante del alcance de sus palabras. La luz del Nuevo Testamento las ilumina. El Reino permanecerá porque el Mesías heredará «el trono de David, su padre».

«¿Eres tú quien me va a construir una casa…?» Por medio del profeta Natán, Dios rechaza el deseo de David de construirle una casa… Dios mismo se va a construir su propia casa: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra». Jesús será la verdadera Casa de Dios, el Templo de Dios (Jn 2,21), la Tienda del Encuentro de Dios con los hombres. En la carne del Verbo los hombres podrán contemplar definitivamente la gloria de Dios (Jn 1,14) que los salva y diviniza.

«Te daré una dinastía». A este David que quería construir una casa a Dios, Dios le anuncia que será Él más bien quien dé a David una casa, una dinastía. A este David que aspiraba a que un hijo suyo le sucediera en el trono, Dios le promete que de su descendencia nacerá el Mesías: a Jesús «Dios le dará el trono de David su padre, reinará… para siempre, y su reino no tendrá fin».

La iniciativa de Dios triunfa siempre. Dios desbarata los planes de los hombres. Y colma unas veces, desbarata otras y desborda siempre las expectativas de los hombres. ¿Qué maravillas no podremos esperar ante la inaudita noticia de la encarnación del Hijo de Dios?

«Hágase en mí según tu palabra». Todo sucede en María. En ella se realiza la encarnación. Por ella nos viene Cristo. Y esto es y será siempre así: por la acción del Espíritu Santo a través de la receptividad y absoluta docilidad de María Virgen.

¿Se trata de que Cristo nazca, viva y crezca en mí? Será por obra del Espíritu en el seno de María. ¿Se trata de que Cristo nazca en quien no le posee o no le conoce? ¿Se trata de que Cristo sea de nuevo engendrado y dado a luz en este mundo tan necesitado de Él? Será por gracia del Espíritu Santo a través de María Virgen. Es el camino que Él mismo ha querido y no hay otro.

A las puertas de la Navidad y después de habérsenos presentado Juan Bautista, se nos propone a María como modelo para recibir a Cristo. Sobre todo, por su disponibilidad. Ante el anuncio del ángel, María manifiesta la disponibilidad de la esclava, de quien se ofrece a Dios totalmente, sin poner condiciones, sometiéndose perfectamente a sus planes. Si nosotros queremos recibir de veras a Cristo, no podemos tener otra actitud distinta de la suya. Cristo viene como «el Señor» y hemos de recibirle en completa sumisión, aceptando incondicionalmente su señorío sobre nosotros mismos, porque «somos del Señor» (Rom 14,8).

II. LA FE DE LA IGLESIA

La Anunciación,
comienzo de la plenitud de los tiempos
(484 — 488)

Dios envió a su Hijo, pero «para  formarle un cuerpo» (cf. Hb 10, 5) quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, «a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María».

La Anunciación a María inaugura la plenitud de los tiempos, es decir, el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a concebir a aquel en quien habitará «corporalmente toda la plenitud de la divinidad». La respuesta divina a su «¿cómo será esto, pues no conozco varón?» se dio mediante el poder del Espíritu: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti.»

La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo. El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina.

El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María es «Cristo», es decir, el ungido por el Espíritu Santo, desde el principio de su existencia humana, aunque su manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores, a los magos, a Juan Bautista, a los discípulos. Por tanto, toda la vida de Jesucristo manifestará «cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder».

Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.

La aceptación de María,
motivo de alabanza para la Iglesia
(2675 — 2676)

A partir de esta cooperación de María a la acción del Espíritu Santo, la Iglesia ha desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios. En los innumerables himnos y antífonas que expresan esta oración, se alternan habitualmente dos movimientos: uno «engrandece» al Señor por las «maravillas» que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella en todos los seres humanos; el segundo confía a la Madre de Jesús las súplicas y alabanzas de los hijos de Dios, ya que ella conoce ahora la humanidad que en ella ha sido desposada por el Hijo de Dios.

Este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave María: «Dios te salve, María [Alégrate, María]». La salutación del Ángel Gabriel abre la oración del Ave María. Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava y a alegrarnos con el gozo que Él encuentra en ella.

III. EL TESTIMONIO CRISTIANO

«El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida» (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium).

«¡Salve María!, ¡Salve María!, criatura la más preciosa de la creación, salve, María, purísima paloma; salve, María, antorcha inextinguible; salve, porque de ti nació el Sol de justicia. Salve, María, morada de la inmensidad, que encerraste en tu seno al Dios inmenso, al Verbo unigénito, produciendo sin arado y sin semilla la espiga inmarcesible» (San Cirilo de Alejandría).

IV. LA ORACIÓN DEL CRISTIANO

Ruega por nosotros,
Madre de la Iglesia.

Virgen del Adviento,
esperanza nuestra,
de Jesús la aurora,
del cielo la puerta.

Madre de los hombres,
de la mar estrella,
llévanos a Cristo,
danos sus promesas.

Eres, Virgen Madre,
la de gracia llena,
del Señor la esclava,
del mundo la reina.

Alza nuestros ojos
hacia tu belleza,
guía nuestros pasos
a la vida eterna. 

Amén.