«Los padres de Jesús lo encuentran en el templo»
Si 3, 3-7. 14-17a: «El que teme al Señor, honra a sus padres»
Sal 127, 1-2.3.4-5: «Dichoso el que teme al Señor»
Col 3, 12-21: «La vida de familia vivida en el Señor»
Lc 2, 41-52: «Los padres de Jesús lo encuentran en medio de los hombres»
I. LA PALABRA DE DIOS
Nada más celebrar la Navidad, la liturgia nos introduce en la fiesta de la Sagrada Familia. Tiene un profundo significado: al entrar en este mundo, el Verbo lo renueva todo; al hacerse hombre, sana y regenera todo lo humano. También la familia. Al sanar el corazón humano, herido por el pecado, Cristo hace posible una familia nueva.
A la familia se refieren las tres lecturas. La primera de ellas a la familia en cuanto institución; las otras dos, a la familia cristiana.
El autor del Eclesiástico se fija en la relación del hijo con los padres. Se insinúa implícitamente la corriente de vida que los padres transmiten a los hijos.
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar de la casa de mi Padre?». Comúnmente llamamos a esta escena del evangelio el Niño perdido, sin algún fundamento: ni sus padres le perdieron, ni Él se perdió. Jesús orienta la queja de María que, por discreción, ha aludido en público a José como «padre» de Jesús; le viene a decir: “Tú sabes bien quién es mi Padre, yo le obedezco, no me he escapado de la casa paterna”. Las primeras palabras de Jesús conservadas por los evangelistas, igual que las últimas, antes de morir, nos dicen que el Padre es el supremo interés de Jesús y el término de la entrega de su vida.
Jesús demuestra que, ante todo, tiene conciencia de ser Hijo del Padre; obediente a Él, Jesús será fiel hijo de la Ley (expresión de la voluntad del Padre), y dócil en Nazaret a «sus padres», representantes del Padre. Por experiencia dolorosa empieza a aprender que, para un ser humano, llamar «Padre» a Dios supone a veces no llamar “padre” a nadie más sobre la tierra.
El evangelio también nos muestra varios elementos que configuran la familia cristiana. Comunión en el amor («Te buscábamos angustiados»). Unidad en la prueba (desandan el camino para la búsqueda del Niño). Cumplimiento del deber religioso (el hecho de subir a celebrar la Pascua y las palabras de Cristo «no sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre») y escuela de realización personal («Jesús iba creciendo en sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres»).
La mentalidad actual plantea grandes desafíos a la familia. El amor esponsal se desnaturaliza por la enorme fuerza del hedonismo y la unión libre. Se hace necesaria una educación para un amor paciente, abnegado, comprensivo.
Muchas familias hoy, víctimas de la pobreza y marginación, tienen que emigrar de su país y no encuentran protección ni ayuda en el país que las recibe. Como emigró a Egipto la familia de Nazaret.
Cuando la familia se deteriora por momentos, el cristiano está llamado a defender la familia cristiana conforme a la Doctrina Social de la Iglesia. Y es más necesario que nunca contemplar a la Sagrada Familia de Nazaret, para comprender que sólo en Cristo la familia puede realizar su ideal. Pues sólo Él une, da cohesión y hace a cada uno capaz de amar generosamente, de perdonar, de darse sin medida, de comprender. Sin Cristo, el hombre y la familia, dejados a su debilidad, sucumben. «el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena» (Mt 7,26).
II. LA FE DE LA IGLESIA
Los misterios de la vida oculta de Jesús
(531-534)
Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios, vida en la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba «sometido» a sus padres y que «progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres».
Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: «No se haga mi voluntad …». La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta, inauguraba ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido.
La vida oculta de Nazaret permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de los caminos más ordinarios de la vida humana.
La familia en el plan de Dios
(2201-2206)
La comunidad conyugal está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades primordiales.
Un hombre y una mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Esta disposición es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se impone a ella. Se la considerará como la referencia normal en función de la cual deben ser apreciadas las diversas formas de parentesco.
Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes.
La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso puede y debe decirse iglesia doméstica. Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular.
La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.
Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas.
El cuarto mandamiento
(2251-2253)
Los hijos deben a sus padres respeto, gratitud, justa obediencia y ayuda. El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar.
Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos en la fe, en la oración y en todas las virtudes. Tienen el deber de atender, en la medida de lo posible, las necesidades físicas y espirituales de sus hijos.
La familia y el reino de Dios
(2232 – 2233)
Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece, hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal. Deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10,37).
Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: «El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,49).
III. TESTIMONIO CRISTIANO
«Nazaret es la escuela donde se comienza a entender la vida de Jesús: la escuela del Evangelio. Una lección de silencio ante todo. Que nazca en nosotros la estima del silencio, esta condición del espíritu admirable e inestimable. Una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe lo que es la familia, su comunión de amor, su austera y sencilla belleza, su carácter sagrado e inviolable. Una lección de trabajo. Nazaret, oh casa del «Hijo del Carpintero», aquí es donde querríamos comprender y celebrar la ley severa y redentora del trabajo humano; cómo querríamos, en fin, saludar aquí a todos los trabajadores del mundo entero y enseñarles su gran modelo, su hermano divino» (Pablo VI).
IV. LA ORACIÓN CRISTIANA
De una Familia divina
pasó a una Familia humana.
Nació de una Virgen Madre
una noche iluminada
por ángeles y luceros
en una pobre cabaña;
tuvo un padre carpintero
que todo el día trabajaba
para darle de comer
al hijo de la esperanza,
que un día edificó los mundos
por ser la eterna Palabra.
De una Familia divina
pasó a una Familia humana.
Vivió humilde en la obediencia
su humildad humillada;
pobre vivió en Nazaret
quien rico en su Padre estaba,
y siendo todo en la altura
en el suelo se hizo nada.
¡Oh Jesús de Nazaret,
hijo de Familia humana,
por tu Familia divina
santifica nuestras casas!
Amén.