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LECTIO DIVINA: Domingo 8 de enero de 2012, la Epifanía del Señor


Donde la Epifanía de celebra el domingo

La adoración de los Magos. Andrea Mantegna

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La Epifanía del Señor en PDF

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Videocatequesis sobre la Epifanía

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PREPARACIÓN:

  • Señal de la Cruz
  • Invocación al Espíritu Santo
  • Avemaría
  • Gloria
  • ¡Silencio! Dios va a hablar

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I – LECTIO

¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo?

1. Lectura lenta y atenta del texto

Is 60,1-6 La gloria del Señor amanece sobre ti

Sal 71 Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra

Ef 3,2-6 Ahora ha sido revelado que también los gentiles son coherederos

Mt 2,1-12 Venimos de Oriente para adorar al Rey

Lectura del Evangelio según San Mateo 2,1-12

Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo». Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel». Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje».
Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.
Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.

2. Silencio

3. Releer

4. Reconstruir el texto con la Biblia cerrada

5. Entender el sentido del texto en sí

(notas, contexto, paralelos, comentario exegético, Padres, Catecismo, Arte…)

Comentarios:

Catequesis Dominical

LA PALABRA DE DIOS

Isaías anuncia un universalismo centrado en torno a la ciudad de Jerusalén. Pero ahora, la referencia para el creyente no es una ciudad; es una Persona: Jesucristo. La noticia de que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo por el Evangelio, es la motivación principal de la misión de San Pablo.

San Mateo quiere dejar bien sentada la universalidad de la salvación de Cristo, y más teniendo en cuenta que los destinatarios principales de su mensaje eran judíos, marcados aún por el nacionalismo a ultranza. En el momento de redactar el evangelio, la ruptura de fronteras y razas por el cristianismo era ya una realidad. El encuentro de Jesús con los hombres y las culturas, cuando es auténtico, hace superar los nacionalismos particularistas.

El primer detalle que el evangelio de hoy sugiere es el enorme atractivo de Jesucristo. Apenas ha nacido y unos magos de países lejanos vienen a adorarlo. Ya desde el principio, sin haber hecho nada, Jesús comienza a brillar y a atraer. Es lo que después ocurrirá en su vida pública continuamente: «¿Quién es este?» (Mc 4,41). «Nunca hemos visto cosa igual» (Mc 2,12). ¿Me siento yo atraído por Cristo? ¿Me fascina su grandeza y su poder? ¿Me deslumbra la hermosura de aquel que es «el más bello de los hombres» (Sal 45,3)?

Toda la escena de la Epifanía gira en torno a la adoración. «Hemos venido a adorarlo». Los Magos se rinden ante Cristo y le adoran, reconociéndole como Rey –el «oro»– y como Dios –el «incienso»– y preanunciando el misterio de su muerte, como hombre que era, y resurrección –la «mirra»–. La adoración brota espontánea precisamente al reconocer la grandeza de Cristo y su soberanía, sobre todo, al descubrir su misterio insondable. En medio de un mundo que no sólo no adora a Cristo, sino que es indiferente ante Él o le rechaza abiertamente, los cristianos estamos llamados más que nunca a vivir este sentido de adoración, de reverencia y admiración, esta actitud profundamente religiosa de quien se rinde ante el misterio de Dios.

Y, finalmente, aparece el símbolo de la luz. «La estrella que habían visto surgir, comenzó a guiarlos». La estrella que conduce a los Magos hasta Cristo expresa de una manera gráfica lo que ha de ser la vida de todo cristiano: una luz que, brillando en medio de las tinieblas de nuestro mundo, ilumine «a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte» (Lc 1,79), les conduzca a Cristo para que experimenten su atractivo y le adoren, y les muestre «una razón para vivir» (Fil 2,15-16).

LA FE DE LA IGLESIA (Catecismo de la Iglesia Católica)

Dios ha enviado a su Hijo para salvarnos
(422).

«Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva». He aquí «la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios»: Dios ha visitado a su pueblo, ha cumplido las promesas hechas a Abraham y a su descendencia; lo ha hecho más allá de toda expectativa: Él ha enviado a su «Hijo amado».

Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha «salido de Dios», «bajó del cielo», «ha venido en carne», porque «la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad… Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia tras gracia».

Movidos por la gracia del Espíritu Santo y atraídos por el Padre nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Sobre la roca de esta fe, confesada por San Pedro, Cristo ha construido su Iglesia.

La Epifanía,
manifestación de Jesús al mundo
(528).

La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná, la Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos «magos» venidos de Oriente. En estos «magos», representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén, para «rendir homenaje al rey de los Judíos», muestra que buscan en Israel –a la luz mesiánica de la estrella de David– al que será el Rey de las naciones. Su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos y recibiendo de ellos su promesa mesiánica, tal como está contenida en el Antiguo Testamento. La Epifanía manifiesta que «la multitud de los gentiles entra en la familia de los patriarcas» (S. León Magno).

La salvación viene de Cristo-Cabeza
por la Iglesia
(846 – 850).

«Fuera de la Iglesia no hay salvación». ¿Cómo entender esta afirmación tantas veces repetida por los Padres de la Iglesia? Formulada de modo positivo, significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia peregrina es necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación que se nos hace presente en su Cuerpo, en la Iglesia. Él, al inculcar con palabras, bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por el bautismo como por una puerta. Por eso, no podrían salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella.

Esta afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia. Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.

Aunque Dios, por caminos conocidos sólo por Él, puede llevar a la fe, «sin la que es imposible agradarle», a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia, corresponde, sin embargo, a la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado de evangelizar.

La misión es exigencia de la catolicidad de la Iglesia. La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser «sacramento universal de salvación», por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».

El mandato misionero del Señor tiene su fuente última en el amor eterno de la Santísima Trinidad: La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios Padre. El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor.

Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero: «porque el amor de Cristo nos apremia». En efecto, «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad». Dios quiere la salvación de todos por el conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Precisamente porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera.

La fidelidad de los bautizados,
condición primordial para la misión
(2044).

La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios.

Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo, contribuyen, mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres, a la edificación de la Iglesia. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles, «hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo».

LOS TESTIGOS DE LA FE

«Qué perdido anda el que busca a Cristo sin la estrella de la fe. En lo pobre y más olvidado del mundo está Cristo» (San Juan de Ávila).

«¿Habemos de parecer delante de él sin dones? No hay ninguno que no tenga que ofrecer, pues a sí mesmo se puede todo quemar en holocausto… El amor en las obras es el meollo, el tétano» (San Juan de Ávila).

«Para la evangelización del mundo hacen falta, sobre todo, evangelizadores. Por eso, todos, comenzando desde las familias cristianas, debemos sentir la responsabilidad de favorecer el surgir y madurar de vocaciones específicamente misioneras, ya sacerdotales y religiosas, ya laicales, recurriendo a todo medio oportuno, sin abandonar jamás el medio privilegiado de la oración, según las mismas palabras del Señor Jesús: “La mies es mucha y los obreros pocos. Pues, ¡rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies!”» (Juan Pablo II).

Compartir en Cristo

La Epifanía es la fiesta de la manifestación («epipháneia») del Señor, que tuvo su origen en Oriente (6 de enero) y que equivale a la fiesta de Navidad. En Occidente se celebra a continuación de la fiesta navideña. Se acentúa la manifestación del Señor como Hijo unigénito del Padre (el bautismo en el Jordán y las bodas de Caná) y la llamada universal de los pueblos a recibir la salvación de Cristo (adoración de los Magos). La fiesta del bautismo del Señor (domingo después de Epifanía) y la presentación de Jesús en el templo (2 de febrero) forman parte de esta «manifestación».

En realidad, en toda la vida de Jesús hay una manifestación continua de «su gloria» (Jn 1,14; 2,11), puesto que «Dios nos ha salvado y nos ha llamado… por su gracia que nos dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús, y que se ha manifestado ahora con la Manifestación de nuestro Salvador Cristo Jesús» (2Tim 1,9-10). Pero el nacimiento de Jesús con la adoración de los Magos, es una manifestación especial de su salvación para todos los pueblos.

En la persona de los Magos de Oriente, todos los pueblos son llamados a encontrar «la gloria del Señor» en la nueva Jerusalén (cfr. Is 60,1). Son los «reyes de la tierra» profetizados en los salmos mesiánicos: «Los reyes de Tarsis y las islas traerán tributo… Todos los reyes se postrarán ante él, le servirán todas las naciones» (Sal 71,10-11).

Los dones ofrecidos por los Magos manifiestan su actitud de fe: «Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y  le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra» (Mt 2,11). Los dones indican el reconocimiento de Cristo Mesías: Rey (oro), Dios (incienso) y hombre (mirra o resina aromática para la sepultura). En los textos litúrgicos se quiere indicar también los dones que ahora ofrece la Iglesia al Señor: amor (oro), oración (incienso), sacrificio (mirra). Cristo se manifiesta y se comunica ahora en la Eucaristía.

Es la fiesta del nacimiento del Señor en cuanto manifestado como Salvador por medio de su carne mortal. Los textos litúrgicos dan a entender todos estos contenidos, pero especialmente recalcan la revelación de Cristo Salvador como luz de los pueblos. Al manifestarse en carne mortal, nos ha hecho partícipes a todos de su realidad de Hijo de Dios y de su gloria inmortal. «Hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación» (prefacio).

Contemplación, vivencia, misión: Es verdad que no sabemos con certeza el número de los “magos” o “sabios” venidos de Oriente para adorar al Mesías recién nacido. Pero sabemos lo principal: se dejaron sorprender por las inspiraciones que Dios infunde en el corazón, siguieron la “estrella”, encontraron a Jesús, ofrecieron sus dones como expresión de su propia donación y “se volvieron por otro camino”. Quien ha encontrado a Cristo, cambia la propia vida y ser hace destello de su amor hacia todos.

En el día a día, con la Madre de Jesús: (Ahora como en Belén) “Es precisamente la Madre quien le muestra a Jesús, su Hijo, quien se lo presenta; en cierto modo se lo hace ver, tocar, tomar en sus brazos. María le enseña a contemplarlo con los ojos del corazón y a vivir de él” (Benedicto XVI, Colonia, 19.8.05).

Reflexión complementaria:

A todos los corazones y a todos los pueblos ya ha llegado el resplandor de la “estrella” que guía a Cristo, Verdad y Vida. Él mismo, como Camino, ya está en el corazón que busca la verdad. Sólo falta el testimonio de la comunidad eclesial, como transparencia portadora del Señor. La humanidad entera es coheredera del misterio de Cristo y tiene “derecho” a escuchar de los creyentes que Cristo ya ha nacido, como cumplimiento de los anhelos profundos que existen en todos los pueblos. A Cristo se le encuentra en una Iglesia identificada con María, portadora de la Luz.

Todos los pueblos son coherederos con nosotros del Misterio Cristo. Ya han visto alguna “estrella” que les lleva a Jesús; sólo les falta ver a Jesús en nosotros. Los maestros de Jerusalén sabían todo, pero no fueron a Belén. Sabemos mucho sobre Jesús, pero a Jesús sólo le conoce el que le ama y quiere que todos le amen. Si la Iglesia no fuera transparencia de Jesús, dejaría de ser “sacramento” o signo eficaz de Jesús. A Jesús se le encuentra siempre con María figura de la Iglesia.

evangeliodeldia.org

San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
1er sermón sobre la Epifanía

«Cayendo de rodillas, se prosternaron delante de él»

La intención de Dios no fue solamente la de bajar a la tierra, sino la de ser conocido en ella; no sólo nacer, sino darse a conocer. De hecho, es en vistas a este conocimiento que nosotros celebramos la Epifanía, este gran día de su manifestación. Hoy, en efecto, los magos vinieron de Oriente buscando al Sol de Justicia en su aurora (Ml 3,20), este Sol de quien leemos: «Aquí tenéis a un hombre que se llama Oriente» (Za 6,12). Hoy han adorado el hecho de haber dado a luz, de manera nueva, la Virgen, siguiendo la dirección que les había marcado una nueva estrella. ¿No encontramos aquí, hermanos un gran motivo de gozo, así como en esta palabra del apóstol Pablo: «Ha aparecido la Bondad de Dios y su Amor al hombre»? (Tt 3,4)…

¿Qué hacéis, magos, qué hacéis? ¿Adoráis a un niño de mama, en una choza vulgar, envuelto en mantillas miserables? ¿Acaso éste será Dios? Pero «el Señor está en su templo santo, el Señor tiene su trono en el cielo» (Sl 10,4), y ¿vosotros lo buscáis en un vulgar establo, recostado en el regazo de una madre? ¿Qué hacéis? ¿Por qué ofrecéis este oro? ¿Éste, será acaso, rey? Pero, ¿dónde está su cortejo real, dónde está su trono, dónde la multitud de sus cortesanos? ¿Un establo es un palacio, un pesebre un trono, María y José miembros de su corte? ¿Cómo es posible que hombres sabios se hayan vuelto locos hasta el punto de adorar a un niño pequeño, despreciable tanto por su edad como por la pobreza de los suyos?

Sí, se han vuelto locos para llegar a ser sabios; el Espíritu Santo les ha enseñado por anticipado lo que más tarde proclamó el apóstol Pablo: «Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces… Como en la sabiduría de Dios el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a los creyentes» (1C 1,21)…Se prosternaron, pues, ante este pobre niño, rindiéndole homenaje como a rey, adorándole como a Dios. El que por fuera les guió a través de una estrella, derramó su luz en el secreto de sus corazones.

6. Frase o palabra clave

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II – MEDITATIO

¿Qué me dice el texto bíblico a mí?

1. Meditación en silencio

2. Compartir en voz alta

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III – ORATIO

¿Qué le digo yo al Señor como respuesta
a su Palabra?

1. Oración espontánea en voz alta

2. Rezo de algún salmo, cántico, preces, oración escrita…

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Reyes son, van a adorar al rey
Le llevan oro para su corona
Reyes son van a adorar al rey
Incienso y mirra a su majestad.

El trono estaba desde David
Sin rey que hiciera justicia al mundo
Y viene ungido de amor y paz
Cantemos todos un himno triunfal.

Se muestra el niño se muestra Dios
El universo recibe nueva vida
Ha comenzado la salvación
Dichoso el hombre que acepta este don.

Amén

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IV – CONTEMPLATIO

¿Qué te ha hecho descubrir Dios?

1. ¿Con qué te ha sorprendido Dios?
Disfrútalo, saboréalo.

2. ¿Qué conversión de la mente, del corazón
y de la vida te pide el Señor?

3. Resonancia o eco

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V – ACTIO

¿Qué te mueve Dios a hacer?

1. Pide luz a Dios

2. Trata de fijar un compromiso

3. Revisión compromiso semana anterior

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CONCLUSIÓN:

  • Oración final:

Padre bueno,
tú que eres la fuente del amor,
te agradezco el don que me has hecho:
Jesús, palabra viva y alimento de mi vida espiritual.

Haz que lleve a la práctica la Palabra de tu Hijo
que he leído y acogido en mi interior,
de suerte que sepa contrastarla con mi vida.

Concédeme transformarla en lo cotidiano
para que pueda hallar mi felicidad en practicarla
y ser, entre los que vivo,
un signo vivo y testimonio auténtico
de tu evangelio de salvación.

Te lo pido por Cristo nuestro Señor.

Amén.

  • Texto próxima semana

DOMINGO II, TIEMPO ORDINARIO, CICLO B

1 S 3,3b-10.19
Sal 39
1 Co 6,13c-15a.17-20
Jn 1,35-42

  • Encargados de preparar
  • Avisos
  • Canto

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LECTIO DIVINA: Domingo 1 de enero, Santa María Madre de Dios


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Santa Maria Madre de Dios PDF

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Biber: Sancta Maria, Mater Dei. Vesperae dominicale

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PREPARACIÓN:

  • Señal de la Cruz
  • Invocación al Espíritu Santo
  • Avemaría
  • Gloria
  • ¡Silencio! Dios va a hablar

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I – LECTIO

¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo?

1. Lectura lenta y atenta del texto

«Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron»

Nm 6,22-27«Invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré»
Sal 66«El Señor tenga piedad y nos bendiga»
Ga 4,4-7«Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer»
Lc 2,16-21«Encontraron a María y a José y al Niño. Le pusieron por nombre Jesús»

Lectura del Evangelio según San Lucas 2,16-21

Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Angel antes de su concepción.

2. Silencio

3. Releer

4. Reconstruir el texto con la Biblia cerrada

5. Entender el sentido del texto en sí

(notas, contexto, paralelos, comentario exegético, Padres, Catecismo, Arte…)

Comentarios:

Catequesis Dominical

LA PALABRA DE DIOS

«Nacido de una mujer». El Hijo de Dios es verdaderamente hombre porque ha nacido de María. Por eso María es Madre de Dios. Y por eso ocupa un lugar central en la fe y en la espiritualidad cristianas. Por toda la eternidad Jesús será el nacido de mujer, el hijo de María. Este es el designio providencial de Dios. Ella es la colaboradora de Dios para entregar a su Hijo al mundo. Y esto que realizó una vez por todos lo sigue realizando en cada persona.

«Encontraron a María y a José y al niño». No podemos separar lo que Dios ha unido. Ni María sin Jesús, ni Jesús sin María. Ni ellos sin José. No se trata de lo que los hombres queramos pensar o imaginar, sino de cómo Dios ha hecho las cosas en su plan de salvación. Nuestra espiritualidad personal subjetiva ha de adecuarse a la objetividad del proyecto de Dios.

Dios ha “bendecido” especialmente a María para hacerla Madre de Dios, y la “bendición” ha culminado en la Maternidad. María sabe que no es ella la depositaria última de Cristo como definitiva bendición del Padre. Ella es la primera de los bendecidos, pero el don es para toda la humanidad: Cristo nos es dado a todos.

«María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón». Además de presentar a María como observadora, reflexiva, inteligente y de profunda vida interior, el evangelista san Lucas parece querer aludir a su principal fuente de información directa o indirecta (quizá a través de Juan), de estos relatos acerca de la infancia de Jesús.

«Circuncidaron al niño». La Circuncisión de Jesús es el signo de su inserción en la descendencia de Abraham, en el pueblo de la alianza, de su sumisión a la Ley, y de su consagración al culto de Israel en el que participará a lo largo de toda su vida. Un misterio (junto con el de su Presentación en el Templo y la Purificación de María) que expresa la voluntad del Hijo de Dios de someterse a una ley que no le obligaba, para redimir a los que estaban bajo la Ley (Gal 4,5), a los perdidos por la desobediencia (cf Rm 5,19).

«Y le pusieron el nombre de Jesús». En el centro del versículo, y de toda la historia humana, hay un nombre que hizo suyo, hace veinte siglos, un niño aldeano; Dios, cuyo nombre es oculto (Gn 32,30; Ex 3,14), tiene ya nombre de verdadera criatura humana.

LA FE DE LA IGLESIA (Catecismo de la Iglesia Católica)

Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre
(466)

La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la Persona divina del Hijo de Dios, que la ha asumido y hecho suya desde su concepción. Por eso el concilio de Efeso proclamó en el año 431 que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno: Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional, unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne.

María, Madre de Dios
(495, 503, 508)

De la descendencia de Eva, Dios eligió a la Virgen María para ser la Madre de su Hijo. Ella, llena de gracia, es el fruto excelente de la redención; desde el primer instante de su concepción, fue totalmente preservada de la mancha del pecado original y permaneció pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.

María, llamada en los Evangelios la “Madre de Jesús”, es aclamada por su prima Isabel, bajo el impulso del Espíritu, como “la Madre de mi Señor”, desde antes del nacimiento de su Hijo. En efecto, aquel que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo Eterno del Padre, la segunda Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios (Theotokos) porque es la Madre de Jesús, y Jesús además de ser verdadero hombre es también verdadero Dios.

La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene como Padre más que a Dios. La naturaleza humana que ha tomado no le ha alejado jamás de su Padre. Consubstancial con el Padre en la divinidad, consubstancial con su Madre en nuestra humanidad, pero propiamente Hijo de Dios en sus dos naturalezas divina y humana.

María, Virgen y Madre
(506, 507, 510, 721)

María fue Virgen al concebir a su Hijo, Virgen al parir, Virgen durante el embarazo, Virgen después del parto, Virgen siempre (S. Agustín): Ella, con todo su ser, es «la esclava del Señor» (Lc 1, 38).

María es virgen porque su virginidad es el signo de su fe, no adulterada por duda alguna, y de su entrega total a la voluntad de Dios. Su fe es la que le hace llegar a ser la madre del Salvador.

María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia: La Iglesia se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo.

María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres.

María en el año litúrgico
(1171, 1172)

Las fiestas en torno al Misterio de la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) conmemoran el comienzo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del misterio de Pascua.

En la celebración de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con un vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo; en ella mira y exalta el fruto excelente de la redención y contempla con gozo, como en una imagen purísima, aquello que ella misma, toda entera, desea y espera ser.

El culto a la Santísima Virgen María
(971, 975)

Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo.

«Todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc 1, 48): La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano. La Santísima Virgen es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial (culto de hiperdulía). Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la Santísima Virgen con el título de “Madre de Dios”, bajo cuya protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades. Este culto, aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente; encuentra su expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios y en la oración mariana, como el Santo Rosario, síntesis de todo el Evangelio.

LOS TESTIGOS DE LA FE

Vino Nuestro Señor Jesucristo a liberarnos de nuestras dolencias, no a cargar con ellas; no a rendirse a los vicios sino a remediarlos… y por eso convenía que naciese de manera nueva quien traía la gracia nueva de la santidad inmaculada… Convino que la virtud del Hijo velase por la virginidad de la Madre y que tan grato claustro del pudor y morada de santidad fuera guardada por la gracia del Espíritu Santo (San León Magno).

Oh Hijo Unico y Verbo de Dios, siendo inmortal te has dignado por nuestra salvación encarnarte en la santa Madre de Dios, y siempre Virgen María, sin  mutación te has hecho hombre, y has sido crucificado. Oh Cristo Dios, que por tu muerte has aplastado la muerte, que eres Uno de la Santa Trinidad, glorificado con el Padre y el Santo Espíritu, ¡sálvanos! (liturgia de S. Juan Crisóstomo, tropario «O monoghenis»).

Más bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de Cristo (S. Agustín).

Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor, más aún, es verdaderamente la madre de los miembros de Cristo porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza (S. Agustín).

Compartir en Cristo

Contemplación, vivencia, misión:

La historia ya tiene sentido, no como tiempo que pasa, ni como algo que se repite, sino como un “presente”, que ya es el mismo Jesús, el “Salvador”. Es la Palabra personal con que se expresa el Padre en el amor del Espíritu y que nos la da en nuestro “presente” para hacernos hijos en el Hijo, partícipes de un “presente” eterno. La “paz” ya está sellada desde el nacimiento de Jesús; basta con comprometerse a construirla amando. María es Madre de Dios, Reina de la paz, Madre de Jesús, nuestra paz.

En el día a día, con la Madre de Jesús:

«¿Qué cosa hay en el mundo que dé más confianza que es ver estar a Cristo en un pesebre llorando por nuestros pecados?… Comencemos vida nueva, pues el Niño la comienza» (San Juan de Ávila, Sermón 4).

Reflexiones complementarias:
El tiempo ya se cuenta con referencia al nacimiento de Jesús. María es Madre del Señor de la historia. En el Corazón de María se encuentra el eco de la historia de Cristo y de cada persona redimida por él. María es Reina de la paz por haber concebido y dado a luz al “Príncipe de la Paz” (Is 9,6) y “nuestra Paz” (Ef 2,14).
María recibió al Verbo en su corazón y en su seno. Siempre perteneció totalmente a su Hijo. Es Madre Virgen, la única que puede pronunciar el nombre de Jesús sin condicionamientos egoístas. Es Madre de Dios, de Jesús el Hijo de Dios, nacido en el centro de la historia. Jesús ha asumido nuestras circunstancias, también por medio de la circuncisión, su primera sangre derramada por amor a nuestra historia. El misterio de Jesús continúa escondido en el Corazón de María, nuestra Madre, para comunicársenos plenamente humano y sensible, lleno de amor materno. Dios nos bendice a todos por medio de Jesús nacido de María.

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«Glorificaban y alababan a Dios por todo lo que habían oído y visto»

Venid, sabios, admiremos a la Virgen Madre, la hija de David, esta flor de belleza que dio a luz la maravilla. Admiremos el manantial de donde brota la fuente, la nave toda cargada de gozo que nos trae el mensaje venido del Padre. En su pecho puro, recibió y llevó a este gran Dios que gobierna la creación, este Dios por el que la paz reina sobre tierra y en los cielos. Venid, admiremos a la Virgen toda pura,  maravillosa toda ella. Escogida entre todas las criaturas, ella dio a luz sin haber conocido varón. Su alma  Sólo entre las criaturas, parió sin haber conocido a hombre. Su alma estaba llena de admiración, y cada día ella glorificaba a Dios en la alegría por estos dones que parecían no poder unirse: su integridad virginal y su hijo muy amado. ¡Sí, bendito sea el que nació de ella!…
Lo lleva y canta sus alabanzas con dulce cánticos: » tu sitio, mi hijo, está por encima de todo; pero, porque lo quisiste, has sido hecho sitio en mí. ¡Los cielos son demasiado estrechos para tu majestad, y yo, la toda pequeña, te llevo! Que Viene Ezequiel, que te vea sobre mis rodillas; qué se prosterne y adore; qué reconozca en ti aquel que vio ocupar un escaño sobre el carro de los querubines (Ez 1) y el me llamará bienaventurada por su gracia…Isaías proclama: «He aquí a la Virgen que concebirá y dará a luz un hijo» (7,14), venid, contempladme, regocijaos conmigo…He aquí que he dado a luz, manteniendo intacto el sello de mi virginidad. Mirad al Emmanuel que, antaño, estaba escondido para ti… «Venid a mi, los sabios, cantores del Espíritu, profetas que en vuestras visiones habéis revelado las realidades ocultas, agricultores que, después de la siembra estáis distraídos en la esperanza. Levantaos, saltad de jubilo ha llegado el tiempo de la recolección de los frutos. He aquí en mis brazos la espiga de la vida que da el pan a los hambrientos, que sacia a los hambrientos. Alegraos conmigo: yo he recibido la gavilla del gozo».
San Efrén (V. 306-373) diácono en Siria, doctor de la Iglesia
Himno 7 sobre la Virgen

6. Frase o palabra clave

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II – MEDITATIO

¿Qué me dice el texto bíblico a mí?

1. Meditación en silencio

Click aquí para escuchar la música:

Biber: Sancta Maria, Mater Dei. Vesperae dominicale

2. Compartir en voz alta

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III – ORATIO

¿Qué le digo yo al Señor como respuesta
a su Palabra?

1. Oración espontánea en voz alta

2. Rezo de algún salmo, cántico, preces, oración escrita…

Bajo tu amparo nos acogemos,
Santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas
que te dirigimos en nuestras necesidades;
ante bien, líbranos siempre de todo peligro,
oh Virgen gloriosa y bendita.
Amén.

(Ésta es la oración más antigua que se conoce a la Virgen María)

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IV – CONTEMPLATIO

¿Qué te ha hecho descubrir Dios?

1. ¿Con qué te ha sorprendido Dios?
Disfrútalo, saboréalo.

Click aquí para escuchar la música:

Biber: Sancta Maria, Mater Dei. Vesperae dominicale

2. ¿Qué conversión de la mente, del corazón
y de la vida te pide el Señor?

3. Resonancia o eco

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V – ACTIO

¿Qué te mueve Dios a hacer?

1. Pide luz a Dios

2. Trata de fijar un compromiso

3. Revisión compromiso semana anterior

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CONCLUSIÓN:

  • Oración final:

Padre bueno,
tú que eres la fuente del amor,
te agradezco el don que me has hecho:
Jesús, palabra viva y alimento de mi vida espiritual.

Haz que lleve a la práctica la Palabra de tu Hijo
que he leído y acogido en mi interior,
de suerte que sepa contrastarla con mi vida.

Concédeme transformarla en lo cotidiano
para que pueda hallar mi felicidad en practicarla
y ser, entre los que vivo,
un signo vivo y testimonio auténtico
de tu evangelio de salvación.

Te lo pido por Cristo nuestro Señor.

Amén.

  • Texto próxima semana

DONDE LA EPIFANÍA SE CELEBRA EL 6 DE ENERO,
DOMINGO DEL BAUTISMO DEL SEÑOR:

Is 55,1-11

Sal: Is 12,2-6

1Jn 5,1-9

Mc 1,7-11

DONDE LA EPIFANÍA SE CELEBRA EL DOMINGO 8 DE ENERO
LA EPIFANÍA DEL SEÑOR:

Is 60,1-6

Sal 71

Ef 3,2-6

Mt 2,1-12

  • Encargados de preparar
  • Avisos
  • Canto

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LECTIO DIVINA: Domingo 25 de diciembre, la Natividad del Señor


C. LeBrun, Natividad, 1689

C. LeBrun, Natividad, 1689

Click aquí para escuchar la música

 

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PREPARACIÓN:

  • Señal de la Cruz
  • Invocación al Espíritu Santo
  • Avemaría
  • Gloria
  • ¡Silencio! Dios va a hablar

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I – LECTIO

¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo?

1. Lectura lenta y atenta del texto

Is 52,7-10: «Los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios»
Hb 1,1-6: «Dios nos ha hablado por su Hijo»
Jn 1,1-18: «La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros»

Lectura del Evangelio según San Juan

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. 
Al principio estaba junto a Dios. 
Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. 
En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. 
La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. 
Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. 
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. 
El no era la luz, sino el testigo de la luz. 
La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. 
Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. 
Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. 
Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. 
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. 
Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. 
Juan da testimonio de él, al declarar: «Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo». 
De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: 
porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. 
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

2. Silencio

3. Releer

4. Reconstruir el texto con la Biblia cerrada

5. Entender el sentido del texto en sí

(notas, contexto, paralelos, comentario exegético, Padres, Catecismo, Arte…)

Comentarios:

Catequesis Dominical

LA PALABRA DE DIOS

La alegría que se anunciaba al pueblo cuando era proclamado un nuevo rey en Sión, la proclama ahora el Profeta para anunciar la inauguración de un nuevo reinado de Dios. La inminencia del retorno de los exiliados, y el anuncio de paz subsiguiente, serán los signos perceptibles de la acción divina.

La Palabra de Dios, que había hecho surgir el mundo y el hombre, acampa en el mundo y se hace hombre para dar a los hombres el poder ser y llamarse “hijos de Dios”. Percibida “en otro tiempo” (2ª Lect.) como una revelación del proyecto de Dios sobre el mundo y el hombre, acontece ahora entre nosotros como salvación.

La Palabra se ha hecho carne precisamente en este mundo. Es un modo de convencer al hombre de que Dios, a pesar de todo, le sigue amando.

LA FE DE LA IGLESIA (Catecismo de la Iglesia Católica)

Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia  pobre; unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo. La Iglesia no se cansa de cantar la gloria de esta noche.

La celebración meramente costumbrista, comercial o vacacional de la Navidad la reduce a algo meramente humano y vacío de contenido.  Cristianos y no cristianos, los que celebran de corazón y “los que se apuntan”, todos necesitamos abandonar cualquier vestigio de frivolidad en estos días.

Todos deseamos la paz, especialmente en estos días de navidad. La búsqueda de la paz y de la convivencia tranquila no son de ahora; han sido siempre señal de la permanente e incansable búsqueda de Dios y de sus signos. En el corazón del hombre y del mundo estaban escritas esas señales, que no le dejarán tranquilo hasta que no halle a Dios en medio de este mundo que, por ser casa de Dios, cuenta con que el Padre en su Hijo ha venido a compartir la historia.

El hombre ha intentado conquistar siempre cotas de mayor bienestar. La historia está repleta de ejemplos de quienes han intentado –siempre con buena voluntad– ganar en dignidad, en capacidad de convivencia, en afán de paz, en búsqueda de la justicia.  Otra cosa es que hayan acertado en el método.

Cuando el hombre mira a su alrededor y ve el resultado del pecado en medio de la humanidad, siente de un lado la vergüenza y de otro la incapacidad del remedio. La mirada de Dios es distinta y la única que devuelve a la esperanza. Lejos de apartar sus ojos de la miseria humana, la asume para vencerla desde Jesucristo. Los que sueñen con un remedio de sólo origen humano, alguna vez se sentirán desengañados. ¿Acabarán los hombres por aceptar la acción divina como la exclusivamente salvadora, cuando el hombre es capaz de secundar la iniciativa de Dios?

Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador… ¿No merecía conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa).

Si el amor del Padre se ha manifestado en que ha entregado a su Hijo al mundo, más patente queda cuando lo contemplamos viviéndolo entre quienes ha venido a salvar.

El Verbo se hizo carne. “Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre”. Y lo hizo:

* “Para salvarnos reconciliándonos con Dios: “Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10).

* “para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,9)”.

* “Para ser nuestro modelo de santidad: “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí…” (Mt 11,29)”.

* Para hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (2 P 1,4). “Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: Para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios. Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios” (S. Ireneo).

Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz del Reino de Dios”.

¡Admirable grandeza la de un Dios que, al acercarse al hombre ha atravesado las sombras! Pero para destruirlas llenándolas de su luz. Y cuanto más cerca, más luz. Los llamados a ser portadores de la luz son los que más de cerca la reciben.  El cristiano es luz porque lleva la de Cristo.

Todo el que recibe la luz de Cristo, se siente hijo de Dios y portador de esta luz. Y no solamente puede llenar de luz los caminos de los hombres, sino decirles dónde está la luz verdadera. La Iglesia es hoy la luz que alumbra a todo hombre, porque es el sacramento de Cristo ante el mundo.

“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida –pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó– lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo» (1 Jn 1,1-4)”.

TESTIGOS DE LA FE

¡Oh admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una Virgen, y hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad (Antífona de la octava de Navidad).

Hoy los pastores le conocieron por medio de un ángel, y a los que presiden la grey del Señor se les enseñó la manera de anunciar la Buena Nueva, para que nosotros también digamos con el ejército de la milicia celeste: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad! (San León Magno).

Compartir en Cristo

El “ya” es ahora el inicio de un tiempo definitivo, cuya “plenitud” ya empieza a tener lugar. Dios Amor nos lo ha dicho todo en su Hijo; pero el ser humano está llamado a entrar en ese camino de intimidad, donde el “ya” deja entender una “más allá” de encuentro definitivo. Mientras tanto, Cristo, el “Verbo Encarnado”, es la Palabra del Padre insertado por el amor del Espíritu Santo en nuestra historia. El camino de la historia ya tiene la “shekinah” (Dios hecho tienda de caminante, “Camino, Verdad y Vida”). Dios, que es un eterno presente, por el hecho de hacerse hombre, ha querido tener “tiempo” y decirnos así, sin prisas, que no antepone nada a nuestro amor; sólo se tiene tiempo (sin prisas en el corazón) para los seres queridos. El “evangelio” es el único libro donde el “protagonista” (Jesús) ama al modo de Dios: dándose él (porque él es bueno, no porque nosotros somos buenos) y llevándonos en su corazón como parte de su misma vida. Quien recibe a Jesús, se hace partícipe de su filiación divina y se inserta en la historia como él.

Reflexión complementaria, resumen de la fiesta:
Los textos inspirados son muchos. La realidad del cumplimiento es más profunda y silenciosa: El Verbo se ha hecho carne, concebido y nacido de la Virgen. Ya podemos “ver” al Invisible, sin esperar a reducirlo a una “primera causa”. Ya podemos vivir y anunciar lo que hemos visto y oído, el Verbo de la vida (1Jn 1,1ss). Jesús necesita de nuestra “voz” para hacer oír su realidad de Palabra personal del Padre, pronunciada eternamente en el amor del Espíritu Santo. Las circunstancias de Belén son sencillas, como las de todo nacimiento. Una hojita del árbol, una hierbecita del jardín o un vagido de un niño, son ya biografía de Dios. La vida tiene sentido. Las fiestas humanas dejan sólo cañas chamuscadas cuando no se viven en Cristo. La Madre, con su rostro de “fiat”, “Magníficat” y “contemplaba”, logró que el hijito sonriera. Jesús quiere “sonreír” viendo en nosotros su misma actitud filial capaz de afrontar la vida con amor (bienaventuranzas y mandamiento nuevo). Al hacerse partícipe de nuestra humanidad, nos puede hacer partícipes de su misma vida divina. El “milagro” de la sonrisa de un niño recién nacido, gracias a la mirada atenta de su Madre Virgen, ya se puede realizar todos los días, mirando a los demás con la misma mirada de María y Jesús.

evangeliodeldia.org

Benedicto XVI
Homilía del  25/12/05 (© Libreria Editrice Vaticana)

«Yo te he engendrado hoy»

«El Señor me ha dicho: Tu eres mi hijo, yo te he engendrado hoy». Con estas palabras del Salmo segundo, la Iglesia inicia la Santa Misa de la vigilia de Navidad, en la cual celebramos el nacimiento de nuestro Redentor Jesucristo en el establo de Belén. En otro tiempo, este Salmo pertenecía al ritual de la coronación del rey de Judá. El pueblo de Israel, a causa de su elección, se sentía de modo particular hijo de Dios, adoptado por Dios. Como el rey era la personificación de aquel pueblo, su entronización se vivía como un acto solemne de adopción por parte de Dios, en el cual el rey estaba en cierto modo implicado en el misterio mismo de Dios.
En la noche de Belén, estas palabras que de hecho eran más la expresión de una esperanza que de una realidad presente, han adquirido un significado nuevo e inesperado. El Niño en el pesebre es verdaderamente el Hijo de Dios. Dios no es soledad eterna, sino un círculo de amor en el recíproco entregarse y volverse a entregar. Él es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Más aún, en Jesucristo, el Hijo de Dios, Dios mismo se ha hecho hombre. El Padre le dice: «Tu eres mi hijo». El eterno hoy de Dios ha descendido en el hoy efímero del mundo, arrastrando nuestro hoy pasajero al hoy perenne de Dios. Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Dios es tan potente que puede hacerse inerme y venir a nuestro encuentro como niño indefenso, a fin de que podamos amarlo. Es tan bueno que puede renunciar a su esplendor divino y descender a un establo para que podamos encontrarlo y, de este modo, su bondad nos toque, nos sea comunicada y continúe actuando a través de nosotros. Esto es la Navidad: «Tu eres mi hijo, hoy yo te he engendrado». Dios se ha hecho uno de nosotros, para que podamos estar con Él, llegar a ser semejantes a Él. Ha elegido como signo suyo al Niño en el pesebre: Él es así. De este modo aprendemos a conocerlo. Y sobre todo niño resplandece algún destello de aquel hoy, de la cercanía de Dios que debemos amar y a la cual hemos de someternos; sobre todo niño, también sobre el que aún no ha nacido.

6. Frase o palabra clave

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II – MEDITATIO

¿Qué me dice el texto bíblico a mí?

1. Meditación en silencio

Click aquí abajo para escuchar la música

2. Compartir en voz alta

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III – ORATIO

¿Qué le digo yo al Señor como respuesta
a su Palabra?

1. Oración espontánea en voz alta

2. Rezo de algún salmo, cántico, preces, oración escrita…

De un Dios que se encarnó muestra el misterio
la luz de Navidad.
Comienza hoy Jesús, tu nuevo imperio
de amor y de verdad.

El Padre eterno te engendró en su mente
desde la eternidad,
y antes que el mundo, ya eternamente,
fue tu natividad.

La plenitud del tiempo está cumplida;
rocío bienhechor
baja del cielo, trae nueva vida
al mundo pecador.

¡Oh santa noche! Hoy Cristo nacía
en mísero portal;
Hijo de Dios, recibe de María
la carne del mortal.

Señor Jesús, el hombre en este suelo
cantar quiere tu amor,
y, junto con los ángeles del cielo,
te ofrece su loor. 

Este Jesús en brazos de María
es nuestra redención;
cielos y tierra con su abrazo unía
de paz y de perdón.

Tú eres el Rey de Paz, de ti recibe
su luz el porvenir;
Ángel del gran Consejo, por ti vive
cuando llega a existir.

A ti, Señor, y al Padre la alabanza,
y de ambos al Amor.
Contigo al mundo llega la esperanza;
a ti gloria y honor.

Amén.

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IV – CONTEMPLATIO

¿Qué te ha hecho descubrir Dios?

1. ¿Con qué te ha sorprendido Dios?
Disfrútalo, saboréalo.

2. ¿Qué conversión de la mente, del corazón
y de la vida te pide el Señor?

3. Resonancia o eco

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V – ACTIO

¿Qué te mueve Dios a hacer?

1. Pide luz a Dios

2. Trata de fijar un compromiso

3. Revisión compromiso semana anterior

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CONCLUSIÓN:

  • Oración final:

Padre bueno,
tú que eres la fuente del amor,
te agradezco el don que me has hecho:
Jesús, palabra viva y alimento de mi vida espiritual.

Haz que lleve a la práctica la Palabra de tu Hijo
que he leído y acogido en mi interior,
de suerte que sepa contrastarla con mi vida.

Concédeme transformarla en lo cotidiano
para que pueda hallar mi felicidad en practicarla
y ser, entre los que vivo,
un signo vivo y testimonio auténtico
de tu evangelio de salvación.

Te lo pido por Cristo nuestro Señor.

Amén.

  • Texto próxima semana

Nm 6,22-27: “Invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré”
Sal 66: “El Señor tenga piedad y nos bendiga”
Ga 4,4-7: “Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer”
Lc 2,16-21: “Encontraron a María y a José y al Niño. A los ocho días le pusieron por nombre Jesús”

  • Encargados de preparar
  • Avisos
  • Canto

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