LECTIO DIVINA: 18 de diciembre, cuarto domingo de adviento


1.- LECTIO

¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo?

1. Lectura lenta y atenta del texto

Evangelio según San Lucas 1,26-38.

En el sexto mes, el Angel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Angel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido.
Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».
María dijo al Angel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?».
El Angel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios».
María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Angel se alejó.

2. Silencio

3. Releer

4. Reconstruir el texto con la Biblia cerrada

5. Entender el sentido del texto en sí

(notas, contexto, paralelos, comentario exegético, Padres, Catecismo, Arte…)

El profeta Natán, sale al paso de las inquietudes de su señor, prometiéndole un reino que durará por siempre. El profeta no es consciente en aquel instante del alcance de sus palabras. La luz del Nuevo Testamento las ilumina. El Reino permanecerá porque el Mesías heredará «el trono de David, su padre».

«¿Eres tú quien me va a construir una casa…?» Por medio del profeta Natán, Dios rechaza el deseo de David de construirle una casa… Dios mismo se va a construir su propia casa: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra». Jesús será la verdadera Casa de Dios, el Templo de Dios (Jn 2,21), la Tienda del Encuentro de Dios con los hombres. En la carne del Verbo los hombres podrán contemplar definitivamente la gloria de Dios (Jn 1,14) que los salva y diviniza.

«Te daré una dinastía». A este David que quería construir una casa a Dios, Dios le anuncia que será Él más bien quien dé a David una casa, una dinastía. A este David que aspiraba a que un hijo suyo le sucediera en el trono, Dios le promete que de su descendencia nacerá el Mesías: a Jesús «Dios le dará el trono de David su padre, reinará… para siempre, y su reino no tendrá fin».

La iniciativa de Dios triunfa siempre. Dios desbarata los planes de los hombres. Y colma unas veces, desbarata otras y desborda siempre las expectativas de los hombres. ¿Qué maravillas no podremos esperar ante la inaudita noticia de la encarnación del Hijo de Dios?

«Hágase en mí según tu palabra». Todo sucede en María. En ella se realiza la encarnación. Por ella nos viene Cristo. Y esto es y será siempre así: por la acción del Espíritu Santo a través de la receptividad y absoluta docilidad de María Virgen.

¿Se trata de que Cristo nazca, viva y crezca en mí? Será por obra del Espíritu en el seno de María. ¿Se trata de que Cristo nazca en quien no le posee o no le conoce? ¿Se trata de que Cristo sea de nuevo engendrado y dado a luz en este mundo tan necesitado de Él? Será por gracia del Espíritu Santo a través de María Virgen. Es el camino que Él mismo ha querido y no hay otro.

A las puertas mismas de la Navidad y después de habérsenos presentado Juan Bautista, se nos propone a María como modelo para recibir a Cristo. Sobre todo, por su disponibilidad. Ante el anuncio del ángel, María manifiesta la disponibilidad de la esclava, de quien se ofrece a Dios totalmente, sin poner condiciones, sometiéndose perfectamente a sus planes. Si nosotros queremos recibir de veras a Cristo, no podemos tener otra actitud distinta de la suya. Cristo viene como «el Señor» y hemos de recibirle en completa sumisión, aceptando incondicionalmente su señorío sobre nosotros mismos, porque «somos del Señor» (Rom 14,8).

La Anunciación,
comienzo de la plenitud de los tiempos:
(484 – 488)

Dios envió a su Hijo, pero «para  formarle un cuerpo» (cf. Hb 10, 5) quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, «a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María».

La Anunciación a María inaugura la plenitud de los tiempos, es decir, el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a concebir a aquel en quien habitará «corporalmente toda la plenitud de la divinidad». La respuesta divina a su «¿cómo será esto, pues no conozco varón?» se dio mediante el poder del Espíritu: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti.»

La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo. El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina.

El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María es «Cristo», es decir, el ungido por el Espíritu Santo, desde el principio de su existencia humana, aunque su manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores, a los magos, a Juan Bautista, a los discípulos. Por tanto, toda la vida de Jesucristo manifestará «cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder».

Lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la fe en Cristo.

La aceptación de María,
motivo de alabanza para la Iglesia:
(2675 – 2676)

A partir de esta cooperación de María a la acción del Espíritu Santo, la Iglesia ha desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios. En los innumerables himnos y antífonas que expresan esta oración, se alternan habitualmente dos movimientos: uno «engrandece» al Señor por las «maravillas» que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella en todos los seres humanos; el segundo confía a la Madre de Jesús las súplicas y alabanzas de los hijos de Dios, ya que ella conoce ahora la humanidad que en ella ha sido desposada por el Hijo de Dios.

Este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave María: «Dios te salve, María [Alégrate, María]». La salutación del Ángel Gabriel abre la oración del Ave María. Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava y a alegrarnos con el gozo que Él encuentra en ella.

Comentario del Evangelio por San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Homilía 4 sobre «Missus est », §8-9

«No temas, María»

Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no era por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, los condenados infelizmente a muerte por la divina sentencia, esperamos, Señora, esta palabra de misericordia. Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librado si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida…
No tardes, Virgen María, da tu respuesta. Señora Nuestra, pronuncia esta palabra que la tierra, los abismos y los cielos esperan. Mira: el rey y señor del universo desea tu belleza, desea no con menos ardor tu respuesta. Ha querido suspender a tu respuesta la salvación del mundo. Has encontrado gracia ante de él con tu silencio; ahora él prefiere tu palabra. El mismo, desde las alturas te llama: «Levántate, amada mía, preciosa mía, ven…déjame oír tu voz» (Cant 2,13-14) Responde presto al ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del ángel; responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna…
Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.
«Aquí está la esclava del Señor, -dice la Virgen- hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1, 38)

6. Frase o palabra clave

2.- MEDITATIO

¿Qué me dice el texto bíblico a mí?

1. Meditación en silencio

2. Compartir en voz alta

3.- ORATIO

¿Qué le digo yo al Señor
como respuesta a su Palabra?

1. Oración espontánea en voz alta

2. Rezo de algún salmo, cántico, preces, oración escrita…

Salmo 89(88),2-3.4-5.27.29. 

Cantaré eternamente el amor del Señor, proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones.
Porque tú has dicho: «Mi amor se mantendrá eternamente, mi fidelidad está afianzada en el cielo.
Yo sellé una alianza con mi elegido, hice este juramento a David, mi servidor:
«Estableceré tu descendencia para siempre, mantendré tu trono por todas las generaciones».

El me dirá: «Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora».
Le aseguraré mi amor eternamente, y mi alianza será estable para él.

Himno:

Ruega por nosotros,
Madre de la Iglesia.

Virgen del Adviento,
esperanza nuestra,
de Jesús la aurora,
del cielo la puerta.

Madre de los hombres,
de la mar estrella,
llévanos a Cristo,
danos sus promesas.

Eres, Virgen Madre,
la de gracia llena,
del Señor la esclava,
del mundo la reina.

Alza nuestros ojos
hacia tu belleza,
guía nuestros pasos
a la vida eterna. 

Amén.

4.- CONTEMPLATIO

¿Qué te ha hecho descubrir Dios?

1. ¿Con qué te ha sorprendido Dios?
Disfrútalo, saboréalo.

2. ¿Qué conversión de la mente, del corazón
y de la vida te pide el Señor?

3. Resonancia o eco

5.- ACTIO

¿Qué te mueve Dios a hacer?

1. Pide luz a Dios

2. Trata de fijar un compromiso

3. Revisión compromiso semana anterior

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