Donde la Epifanía de celebra el domingo
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Click aquí para escuchar el audio: Reyes son, van a adorar al Rey
Click aquí para escuchar el audio: Marcha de los Reyes Magos
Videocatequesis sobre la Epifanía
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PREPARACIÓN:
- Señal de la Cruz
- Invocación al Espíritu Santo
- Avemaría
- Gloria
- ¡Silencio! Dios va a hablar
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I – LECTIO
¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo?
1. Lectura lenta y atenta del texto
Is 60,1-6 La gloria del Señor amanece sobre ti
Sal 71 Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra
Ef 3,2-6 Ahora ha sido revelado que también los gentiles son coherederos
Mt 2,1-12 Venimos de Oriente para adorar al Rey
Lectura del Evangelio según San Mateo 2,1-12
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo». Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, le respondieron, porque así está escrito por el Profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel». Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje».
Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.
Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.
2. Silencio
3. Releer
4. Reconstruir el texto con la Biblia cerrada
5. Entender el sentido del texto en sí
(notas, contexto, paralelos, comentario exegético, Padres, Catecismo, Arte…)
Comentarios:
Catequesis Dominical
LA PALABRA DE DIOS
Isaías anuncia un universalismo centrado en torno a la ciudad de Jerusalén. Pero ahora, la referencia para el creyente no es una ciudad; es una Persona: Jesucristo. La noticia de que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo por el Evangelio, es la motivación principal de la misión de San Pablo.
San Mateo quiere dejar bien sentada la universalidad de la salvación de Cristo, y más teniendo en cuenta que los destinatarios principales de su mensaje eran judíos, marcados aún por el nacionalismo a ultranza. En el momento de redactar el evangelio, la ruptura de fronteras y razas por el cristianismo era ya una realidad. El encuentro de Jesús con los hombres y las culturas, cuando es auténtico, hace superar los nacionalismos particularistas.
El primer detalle que el evangelio de hoy sugiere es el enorme atractivo de Jesucristo. Apenas ha nacido y unos magos de países lejanos vienen a adorarlo. Ya desde el principio, sin haber hecho nada, Jesús comienza a brillar y a atraer. Es lo que después ocurrirá en su vida pública continuamente: «¿Quién es este?» (Mc 4,41). «Nunca hemos visto cosa igual» (Mc 2,12). ¿Me siento yo atraído por Cristo? ¿Me fascina su grandeza y su poder? ¿Me deslumbra la hermosura de aquel que es «el más bello de los hombres» (Sal 45,3)?
Toda la escena de la Epifanía gira en torno a la adoración. «Hemos venido a adorarlo». Los Magos se rinden ante Cristo y le adoran, reconociéndole como Rey –el «oro»– y como Dios –el «incienso»– y preanunciando el misterio de su muerte, como hombre que era, y resurrección –la «mirra»–. La adoración brota espontánea precisamente al reconocer la grandeza de Cristo y su soberanía, sobre todo, al descubrir su misterio insondable. En medio de un mundo que no sólo no adora a Cristo, sino que es indiferente ante Él o le rechaza abiertamente, los cristianos estamos llamados más que nunca a vivir este sentido de adoración, de reverencia y admiración, esta actitud profundamente religiosa de quien se rinde ante el misterio de Dios.
Y, finalmente, aparece el símbolo de la luz. «La estrella que habían visto surgir, comenzó a guiarlos». La estrella que conduce a los Magos hasta Cristo expresa de una manera gráfica lo que ha de ser la vida de todo cristiano: una luz que, brillando en medio de las tinieblas de nuestro mundo, ilumine «a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte» (Lc 1,79), les conduzca a Cristo para que experimenten su atractivo y le adoren, y les muestre «una razón para vivir» (Fil 2,15-16).
LA FE DE LA IGLESIA (Catecismo de la Iglesia Católica)
Dios ha enviado a su Hijo para salvarnos
(422).
«Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva». He aquí «la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios»: Dios ha visitado a su pueblo, ha cumplido las promesas hechas a Abraham y a su descendencia; lo ha hecho más allá de toda expectativa: Él ha enviado a su «Hijo amado».
Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha «salido de Dios», «bajó del cielo», «ha venido en carne», porque «la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad… Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia tras gracia».
Movidos por la gracia del Espíritu Santo y atraídos por el Padre nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Sobre la roca de esta fe, confesada por San Pedro, Cristo ha construido su Iglesia.
La Epifanía,
manifestación de Jesús al mundo
(528).
La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná, la Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos «magos» venidos de Oriente. En estos «magos», representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén, para «rendir homenaje al rey de los Judíos», muestra que buscan en Israel –a la luz mesiánica de la estrella de David– al que será el Rey de las naciones. Su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos y recibiendo de ellos su promesa mesiánica, tal como está contenida en el Antiguo Testamento. La Epifanía manifiesta que «la multitud de los gentiles entra en la familia de los patriarcas» (S. León Magno).
La salvación viene de Cristo-Cabeza
por la Iglesia
(846 – 850).
«Fuera de la Iglesia no hay salvación». ¿Cómo entender esta afirmación tantas veces repetida por los Padres de la Iglesia? Formulada de modo positivo, significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia peregrina es necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de salvación que se nos hace presente en su Cuerpo, en la Iglesia. Él, al inculcar con palabras, bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por el bautismo como por una puerta. Por eso, no podrían salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella.
Esta afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia. Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.
Aunque Dios, por caminos conocidos sólo por Él, puede llevar a la fe, «sin la que es imposible agradarle», a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia, corresponde, sin embargo, a la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado de evangelizar.
La misión es exigencia de la catolicidad de la Iglesia. La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser «sacramento universal de salvación», por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
El mandato misionero del Señor tiene su fuente última en el amor eterno de la Santísima Trinidad: La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios Padre. El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor.
Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero: «porque el amor de Cristo nos apremia». En efecto, «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad». Dios quiere la salvación de todos por el conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Precisamente porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera.
La fidelidad de los bautizados,
condición primordial para la misión
(2044).
La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios.
Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo, contribuyen, mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres, a la edificación de la Iglesia. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles, «hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo».
LOS TESTIGOS DE LA FE
«Qué perdido anda el que busca a Cristo sin la estrella de la fe. En lo pobre y más olvidado del mundo está Cristo» (San Juan de Ávila).
«¿Habemos de parecer delante de él sin dones? No hay ninguno que no tenga que ofrecer, pues a sí mesmo se puede todo quemar en holocausto… El amor en las obras es el meollo, el tétano» (San Juan de Ávila).
«Para la evangelización del mundo hacen falta, sobre todo, evangelizadores. Por eso, todos, comenzando desde las familias cristianas, debemos sentir la responsabilidad de favorecer el surgir y madurar de vocaciones específicamente misioneras, ya sacerdotales y religiosas, ya laicales, recurriendo a todo medio oportuno, sin abandonar jamás el medio privilegiado de la oración, según las mismas palabras del Señor Jesús: “La mies es mucha y los obreros pocos. Pues, ¡rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies!”» (Juan Pablo II).
Compartir en Cristo
La Epifanía es la fiesta de la manifestación («epipháneia») del Señor, que tuvo su origen en Oriente (6 de enero) y que equivale a la fiesta de Navidad. En Occidente se celebra a continuación de la fiesta navideña. Se acentúa la manifestación del Señor como Hijo unigénito del Padre (el bautismo en el Jordán y las bodas de Caná) y la llamada universal de los pueblos a recibir la salvación de Cristo (adoración de los Magos). La fiesta del bautismo del Señor (domingo después de Epifanía) y la presentación de Jesús en el templo (2 de febrero) forman parte de esta «manifestación».
En realidad, en toda la vida de Jesús hay una manifestación continua de «su gloria» (Jn 1,14; 2,11), puesto que «Dios nos ha salvado y nos ha llamado… por su gracia que nos dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús, y que se ha manifestado ahora con la Manifestación de nuestro Salvador Cristo Jesús» (2Tim 1,9-10). Pero el nacimiento de Jesús con la adoración de los Magos, es una manifestación especial de su salvación para todos los pueblos.
En la persona de los Magos de Oriente, todos los pueblos son llamados a encontrar «la gloria del Señor» en la nueva Jerusalén (cfr. Is 60,1). Son los «reyes de la tierra» profetizados en los salmos mesiánicos: «Los reyes de Tarsis y las islas traerán tributo… Todos los reyes se postrarán ante él, le servirán todas las naciones» (Sal 71,10-11).
Los dones ofrecidos por los Magos manifiestan su actitud de fe: «Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra» (Mt 2,11). Los dones indican el reconocimiento de Cristo Mesías: Rey (oro), Dios (incienso) y hombre (mirra o resina aromática para la sepultura). En los textos litúrgicos se quiere indicar también los dones que ahora ofrece la Iglesia al Señor: amor (oro), oración (incienso), sacrificio (mirra). Cristo se manifiesta y se comunica ahora en la Eucaristía.
Es la fiesta del nacimiento del Señor en cuanto manifestado como Salvador por medio de su carne mortal. Los textos litúrgicos dan a entender todos estos contenidos, pero especialmente recalcan la revelación de Cristo Salvador como luz de los pueblos. Al manifestarse en carne mortal, nos ha hecho partícipes a todos de su realidad de Hijo de Dios y de su gloria inmortal. «Hoy has revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación» (prefacio).
Contemplación, vivencia, misión: Es verdad que no sabemos con certeza el número de los “magos” o “sabios” venidos de Oriente para adorar al Mesías recién nacido. Pero sabemos lo principal: se dejaron sorprender por las inspiraciones que Dios infunde en el corazón, siguieron la “estrella”, encontraron a Jesús, ofrecieron sus dones como expresión de su propia donación y “se volvieron por otro camino”. Quien ha encontrado a Cristo, cambia la propia vida y ser hace destello de su amor hacia todos.
En el día a día, con la Madre de Jesús: (Ahora como en Belén) “Es precisamente la Madre quien le muestra a Jesús, su Hijo, quien se lo presenta; en cierto modo se lo hace ver, tocar, tomar en sus brazos. María le enseña a contemplarlo con los ojos del corazón y a vivir de él” (Benedicto XVI, Colonia, 19.8.05).
Reflexión complementaria:
A todos los corazones y a todos los pueblos ya ha llegado el resplandor de la “estrella” que guía a Cristo, Verdad y Vida. Él mismo, como Camino, ya está en el corazón que busca la verdad. Sólo falta el testimonio de la comunidad eclesial, como transparencia portadora del Señor. La humanidad entera es coheredera del misterio de Cristo y tiene “derecho” a escuchar de los creyentes que Cristo ya ha nacido, como cumplimiento de los anhelos profundos que existen en todos los pueblos. A Cristo se le encuentra en una Iglesia identificada con María, portadora de la Luz.
Todos los pueblos son coherederos con nosotros del Misterio Cristo. Ya han visto alguna “estrella” que les lleva a Jesús; sólo les falta ver a Jesús en nosotros. Los maestros de Jerusalén sabían todo, pero no fueron a Belén. Sabemos mucho sobre Jesús, pero a Jesús sólo le conoce el que le ama y quiere que todos le amen. Si la Iglesia no fuera transparencia de Jesús, dejaría de ser “sacramento” o signo eficaz de Jesús. A Jesús se le encuentra siempre con María figura de la Iglesia.
evangeliodeldia.org
San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
1er sermón sobre la Epifanía
«Cayendo de rodillas, se prosternaron delante de él»
La intención de Dios no fue solamente la de bajar a la tierra, sino la de ser conocido en ella; no sólo nacer, sino darse a conocer. De hecho, es en vistas a este conocimiento que nosotros celebramos la Epifanía, este gran día de su manifestación. Hoy, en efecto, los magos vinieron de Oriente buscando al Sol de Justicia en su aurora (Ml 3,20), este Sol de quien leemos: «Aquí tenéis a un hombre que se llama Oriente» (Za 6,12). Hoy han adorado el hecho de haber dado a luz, de manera nueva, la Virgen, siguiendo la dirección que les había marcado una nueva estrella. ¿No encontramos aquí, hermanos un gran motivo de gozo, así como en esta palabra del apóstol Pablo: «Ha aparecido la Bondad de Dios y su Amor al hombre»? (Tt 3,4)…
¿Qué hacéis, magos, qué hacéis? ¿Adoráis a un niño de mama, en una choza vulgar, envuelto en mantillas miserables? ¿Acaso éste será Dios? Pero «el Señor está en su templo santo, el Señor tiene su trono en el cielo» (Sl 10,4), y ¿vosotros lo buscáis en un vulgar establo, recostado en el regazo de una madre? ¿Qué hacéis? ¿Por qué ofrecéis este oro? ¿Éste, será acaso, rey? Pero, ¿dónde está su cortejo real, dónde está su trono, dónde la multitud de sus cortesanos? ¿Un establo es un palacio, un pesebre un trono, María y José miembros de su corte? ¿Cómo es posible que hombres sabios se hayan vuelto locos hasta el punto de adorar a un niño pequeño, despreciable tanto por su edad como por la pobreza de los suyos?
Sí, se han vuelto locos para llegar a ser sabios; el Espíritu Santo les ha enseñado por anticipado lo que más tarde proclamó el apóstol Pablo: «Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces… Como en la sabiduría de Dios el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la necedad de la predicación para salvar a los creyentes» (1C 1,21)…Se prosternaron, pues, ante este pobre niño, rindiéndole homenaje como a rey, adorándole como a Dios. El que por fuera les guió a través de una estrella, derramó su luz en el secreto de sus corazones.
6. Frase o palabra clave
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II – MEDITATIO
¿Qué me dice el texto bíblico a mí?
1. Meditación en silencio
2. Compartir en voz alta
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III – ORATIO
¿Qué le digo yo al Señor como respuesta
a su Palabra?
1. Oración espontánea en voz alta
2. Rezo de algún salmo, cántico, preces, oración escrita…
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Reyes son, van a adorar al rey
Le llevan oro para su corona
Reyes son van a adorar al rey
Incienso y mirra a su majestad.
El trono estaba desde David
Sin rey que hiciera justicia al mundo
Y viene ungido de amor y paz
Cantemos todos un himno triunfal.
Se muestra el niño se muestra Dios
El universo recibe nueva vida
Ha comenzado la salvación
Dichoso el hombre que acepta este don.
Amén
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IV – CONTEMPLATIO
¿Qué te ha hecho descubrir Dios?
1. ¿Con qué te ha sorprendido Dios?
Disfrútalo, saboréalo.
2. ¿Qué conversión de la mente, del corazón
y de la vida te pide el Señor?
3. Resonancia o eco
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V – ACTIO
¿Qué te mueve Dios a hacer?
1. Pide luz a Dios
2. Trata de fijar un compromiso
3. Revisión compromiso semana anterior
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CONCLUSIÓN:
- Oración final:
Padre bueno,
tú que eres la fuente del amor,
te agradezco el don que me has hecho:
Jesús, palabra viva y alimento de mi vida espiritual.
Haz que lleve a la práctica la Palabra de tu Hijo
que he leído y acogido en mi interior,
de suerte que sepa contrastarla con mi vida.
Concédeme transformarla en lo cotidiano
para que pueda hallar mi felicidad en practicarla
y ser, entre los que vivo,
un signo vivo y testimonio auténtico
de tu evangelio de salvación.
Te lo pido por Cristo nuestro Señor.
Amén.
- Texto próxima semana
DOMINGO II, TIEMPO ORDINARIO, CICLO B
1 S 3,3b-10.19
Sal 39
1 Co 6,13c-15a.17-20
Jn 1,35-42
- Encargados de preparar
- Avisos
- Canto