«Orad así: Padrenuestro…»
Gn 18, 20-32: No se enfade mi Señor, si sigo hablando.
Sal 137, 1–8: Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste
Col 2,12-14: Os dio la vida en Cristo, perdonándoos todos los pecados.
Lc 11,1-13: Pedid y se os dará.
I. LA PALABRA DE DIOS
La confiada insistencia de Abrahán, cuando intercedía por las ciudades condenadas de Sodoma y Gomorra, halló eco en la paciente condescendencia de Dios.
La segunda lectura expone cómo el misterio Pascual de Cristo se actualiza en el Bautismo y su poder regenerador se aprovecha mediante la fe.
El evangelio nos recuerda algo esencial en la vida del cristiano: el trato de intimidad con nuestro Padre. Puesto que somos hijos de Dios, la tendencia y el impulso es a tratar familiarmente con el Padre. Esta intimidad desemboca en confianza. Jesús quiere despertar sobre todo esta confianza: «Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre celestial…!»
La oración, por tanto, no es un lujo, sino una necesidad; no es algo para algunos privilegiados, sino ofrecido a todos por gracia; no es una carga, sino un gozo. Los discípulos se ven atraídos precisamente por esa familiaridad que Jesús tiene con el Padre. Viendo a Jesús en oración, le dicen: «Enséñanos a orar».
Las dos parábolas narradas por Jesús nos hablan de la necesidad de orar perseverantemente, con la certeza de obtener lo que se pide; y la disposición de Dios, siempre dispuesto a conceder a sus hijos cosas buenas, el Espíritu Santo.
Si el amigo egoísta cede ante la petición del inoportuno, ¡cuánto más Él, que es el gran Amigo que ha dado hasta su vida por nosotros! Pero esta confianza sólo crece sobre la base del conocimiento de Dios. Lo mismo que un niño confía en sus padres en la medida en que conoce y experimenta su amor, así también el cristiano delante de Dios.
La certeza de «pedid y se os dará» está apoyada en el «¡cuánto más vuestro Padre celestial!» Por tanto, en el fondo, el evangelio nos está invitando a mirar a Dios, a tratarle de cerca para conocerle, a dejarnos sorprender por su grandeza, por su infinita generosidad, por su poder irresistible, por su sabiduría que nunca se equivoca. Sólo así crecerá nuestra confianza y podremos pedir con verdadera audacia, con la certeza de ser escuchados y de recibir lo que pedimos. Es así cuando nuestras oraciones no serán palabras lanzadas al aire en un monólogo solitario.
La oración es parte integrante de la vida cristiana, pero ¿Sabemos orar? Jesús enseña a los discípulos a hablar con Dios en espíritu y verdad: el Padre Nuestro; y les exhorta a las actitudes del que ora en verdad. La confianza sencilla y fiel, y la seguridad humilde y alegre son las disposiciones propias del que reza el Padre Nuestro.
Revisemos la frecuencia en el rezo del Padrenuestro. ¿Se está perdiendo su uso? Revisemos la calidad en el rezo del Padrenuestro ¿Es una rutina? Revisemos, sobre todo, las disposiciones interiores en el rezo del Padre nuestro.
II. LA FE DE LA IGLESIA
El «padrenuestro»,
resumen de todo el Evangelio
(2759-2776).
En el Padrenuestro el Señor confía a sus discípulos y a su Iglesia la oración cristiana fundamental. San Lucas da de ella un texto breve con cinco peticiones (Lc 11, 24), San Mateo nos transmite una versión más desarrollada con siete peticiones (Mt 6, 913). La tradición litúrgica de la Iglesia ha conservado el texto de San Mateo.
El Padrenuestro es el corazón de las Sagradas Escrituras. Se llama «oración dominical» porque nos viene del Señor Jesús, Maestro y modelo de nuestra oración. Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico. Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre.
La oración dominical es la oración por excelencia de la Iglesia. Las primeras comunidades recitaban la Oración del Señor tres veces al día, en lugar de las «Dieciocho bendiciones» de la piedad judía. Forma parte integrante de las principales Horas del oficio divino (Laudes y Vísperas) y de la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Inserta en la Eucaristía, manifiesta el carácter escatológico de sus peticiones, en la esperanza del Señor, «hasta que venga«.
Las siete peticiones
(2777-2865).
El Padre Nuestro consta de siete peticiones. Las tres primeras tienen por objeto la Gloria del Padre. Las otras cuatro presentan al Padre nuestros deseos.
Podemos invocar a Dios como “Padre” porque así nos lo ha revelado el Hijo de Dios hecho hombre, en quien, por el Bautismo, somos incorporados y adoptados como hijos de Dios.
«Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios «Padre nuestro», de que debemos comportarnos como hijos de Dios» (San Cipriano). «No pueden llamar Padre al Dios de toda bondad si mantienen un corazón cruel e inhumano; porque en este caso ya no tienen en ustedes la señal de la bondad del Padre celestial» (San Juan Crisóstomo). «Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de ella nuestra alma» (San Gregorio de Nisa).
«El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque Él no dice «Padre mío» que estás en el cielo, sino «Padre nuestro«, a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el cuerpo de la Iglesia» (San Juan Crisóstomo). El adjetivo «nuestro» al comienzo de la Oración del Señor, así como el «nosotros» de las cuatro últimas peticiones no es exclusivo de nadie. Para que se diga en verdad, debemos superar nuestras divisiones y los conflictos entre nosotros. Los bautizados no pueden rezar al Padre «nuestro» sin llevar con ellos ante Él a todos aquéllos por los que el Padre ha entregado a su Hijo amado. El amor de Dios no tiene fronteras, nuestra Oración tampoco debe tenerla.
La expresión “que estás en el cielo” no designa un lugar, sino la majestad de Dios y su presencia en el corazón de los justos. El cielo, la Casa del Padre, es la verdadera patria hacia donde tendemos y a la que ya pertenecemos.
Al decir “Santificado sea tu Nombre” pedimos que el Nombre de Dios sea reconocido y tratado como santo por nosotros y en nosotros, lo mismo que en toda nación y en cada hombre.
Al decir “Venga a nosotros tu reino” pedimos principalmente el retorno de Cristo y la venida final del Reino de Dios. También pedimos por el crecimiento del Reino de Dios, sirviendo a la verdad, a la justicia y a la paz, en el “hoy” de nuestras vidas.
Al pedir “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” pedimos al Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, realizar su plan de salvación, para la vida del mundo.
Al pedir “Danos hoy nuestro pan de cada día”, al decir “danos” queremos expresar, en comunión con nuestros hermanos, nuestra confianza filial en nuestro Padre del cielo; “nuestro pan” designa los alimentos y bienes terrenos necesarios para la subsistencia de todos y significa también el “Pan de Vida”: la Palabra de Dios y la Eucaristía.
Al pedir “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” imploramos la misericordia de Dios para nuestros pecados, la cual no puede penetrar en nuestro corazón si no hemos querido perdonar a nuestros enemigos, a ejemplo y con la ayuda de Cristo.
Al pedir “No nos dejes caer en la tentación”, pedimos a Dios que no nos permita tomar el camino que conduce al pecado. Esta petición implora el espíritu de discernimiento y de fuerza; solicita la gracia de la vigilancia y la perseverancia final.
Al pedir “Y líbranos del mal”, pedimos a Dios, con la Iglesia, que manifieste la victoria, ya conquistada por Cristo, sobre “el príncipe de este mundo”, sobre Satanás, el ángel que se opone personalmente a Dios y a su plan de salvación. Pedimos también que seamos liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros, de los que el Maligno es autor o instigador.
El “Amén” final del Padre Nuestro significa nuestro “fiat”, “hágase”, es decir, cúmplanse las siete peticiones: “Así sea”.
III. EL TESTIMONIO CRISTIANO
«La oración dominical es la más perfecta de las Oraciones. En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad» (Santo Tomás de Aquino).
«La oración dominical es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio. Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por la oración del Señor, que sigue siendo la oración fundamental» (Tertuliano).
«Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical» (S. Agustín).
IV. LA ORACIÓN CRISTIANA
Padre nuestro,
padre de todos,
líbrame del orgullo
de estar solo
No vengo a la soledad
cuando vengo a la oración,
pues sé que, estando contigo,
con mis hermanos estoy;
y sé, estando con ellos,
tú estás en medio, Señor
No he venido a refugiarme
dentro de tu torreón,
como quien huye a un exilio
de aristocracia interior.
Pues vine huyendo del ruido,
pero de los hombres no
Allí donde va un cristiano
no hay soledad, sino amor,
pues lleva toda la Iglesia
dentro de su corazón.
Y dice siempre «nosotros»,
incluso si dice «yo».
Amén.