«Liberados, para ser liberadores«
Ex 19,2-6: Serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa
Sal 99, 2-5 Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño
Rm 5,6-11: Fuimos reconciliados con Dios con la muerte de su Hijo
Mt 9,36-10,8: Llamó a sus doce discípulos y los envió
I. LA PALABRA DE DIOS
Dios libera de la esclavitud egipcia a los hijos de Israel para hacer de éstos su propiedad personal, «un reino de sacerdotes y una nación santa» para Él (1.a Lect.).
Jesucristo murió por amor para liberarnos y liberar a todos los hombres del pecado. Esta liberación estaba ya significada en la de Egipto y, como ésta, principio y camino de la futura salvación que se nos dará, si «nos gloriamos en nuestro Señor Jesucristo» (2.a Lect.).
Liberados por Jesucristo, estamos llamados a anunciar y a comunicar a todo hombre la misma libertad de los hijos de Dios. Cristo libera y llama a los ya liberados para que hagan a otros libres, sobre todo a los que «andan como ovejas sin pastor» (Ev.).
Comienza la segunda gran instrucción de Jesús a sus discípulos. Trabajo no ha de faltarles. La oración de petición al Padre que «envía», aparece como fuerza indispensable de las vocaciones apostólicas.
Pedro, Andrés, Santiago… Esa lista abre la inmensa hilera de los seguidores de Cristo, pero no acaba ahí. En esa lista estás también tú, llamado por Cristo, con tu nombre y apellidos. ¡Tú junto a los apóstoles de Cristo, junto a los mártires y a los santos de todas las épocas! ¿De veras al escuchar este evangelio sientes la alegría de ser cristiano? Tú has sido elegido personalmente por Cristo, y no por tus méritos o cualidades, sino pura y simplemente porque Él lo ha querido.
Y también tú como ellos has recibido los mismos poderes de Cristo para curar toda enfermedad y dolencia, para arrojar demonios, para resucitar muertos… Ante un mundo que agoniza porque no conoce a Cristo o le ha rechazado, nosotros tenemos el remedio, porque tenemos las armas de Cristo. Y no podemos seguir lamentándonos como si las cosas no tuvieran solución. ¿Qué haces para que el mundo mejore y la gente a tu alrededor sea más feliz?
¿Sientes compasión de la gente que está extenuada y abandonada como ovejas sin pastor? Es decir, ¿te importa la gente que sufre porque le falta Cristo, aunque aparente ser feliz? ¿Te duele la situación de tanta gente hundida en su falta de fe, enfangada en su pecado, destrozada por sus propios egoísmos? La compasión de Cristo no es un sentimiento estéril. Tampoco tú puedes quedar indiferente.
II. LA FE DE LA IGLESIA
Individual y socialmente, el hombre clama por su libertad. Sin embargo, el progreso ha propiciado nuevas esclavitudes, nuevas amenazas y nuevos temores. La injusta distribución de las riquezas ha generado inmensas muchedumbres privadas de los bienes esenciales para una vida digna y humana. No es culpa del progreso. Pero al hombre le ha preocupado más hacer crecer las cosas de su entorno que crecer él mismo. La deshumanización es obra del mismo hombre.
Libertad, liberación y salvación:
(1739- 1742).
Libertad y pecado. La libertad del hombre es finita y falible. De hecho el hombre erró. Libremente pecó. Al rechazar el proyecto del amor de Dios se engañó a sí mismo; se hizo esclavo del pecado. Esta alienación primera engendró una multitud de otras alienaciones. La historia de la humanidad, desde sus orígenes, testimonia desgracias y opresiones nacidas del corazón del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad.
Amenazas para la libertad. El ejercicio de la libertad no implica el derecho a decir y hacer todo. Es falso concebir al hombre, sujeto de esa libertad, como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción de su interés propio en el goce de los bienes terrenales. Por otra parte, las condiciones de orden económico y social, político y cultural requeridas para un justo ejercicio de la libertad son, con mucha frecuencia, desconocidas y violadas. Estas situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de pecar contra la caridad. Apartándose de la ley moral, el hombre atenta contra su propia libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad de sus semejantes y se rebela contra la verdad divina.
Liberación y salvación. Por su Cruz gloriosa, Cristo alcanzó la salvación para todos los hombres. Los rescató del pecado que los tenía sometidos a esclavitud. «Para ser libres nos libertó Cristo» (Gal 5,1). En él participamos de «la verdad que nos hace libres» (Jn 8,32). El Espíritu Santo nos ha sido dado, y, como enseña el apóstol, «donde está el Espíritu, allí está la libertad» (2 Co 3,17). Desde ahora nos gloriamos de la «libertad de los hijos de Dios» (Rom 8,21).
Libertad y gracia. La gracia de Cristo no se opone de ninguna manera a nuestra libertad cuando ésta corresponde al sentido de la verdad y del bien que Dios ha puesto en el corazón del hombre. Al contrario, como lo atestigua la experiencia cristiana, especialmente en la oración, a medida que somos más dóciles a los impulsos de la gracia, se acrecientan nuestra íntima libertad y nuestra seguridad en las pruebas, como ante las presiones y coacciones del mundo exterior. Por el trabajo de la gracia, el Espíritu Santo nos educa en la libertad espiritual para hacer de nosotros colaboradores libres de su obra en la Iglesia y en el mundo.
Y líbranos del mal:
(2854).
Al pedir, en el Padrenuestro, ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o instigador. En esta última petición del Padrenuestro, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo.
La oración de la hora de Jesús:
(2750).
Si en el Santo Nombre de Jesús nos ponemos a orar, podemos recibir en toda su hondura la oración que Él nos enseñó: «Padre Nuestro». La oración sacerdotal de Jesús (Jn 17) inspira desde dentro las grandes peticiones del Padre Nuestro: la preocupación por el Nombre del Padre, el deseo de su Reino, el cumplimiento de la voluntad del Padre, de su Designio de salvación y la liberación del mal.
III. EL TESTIMONIO CRISTIANO
«Todos nuestros pecados han sido borrados en el Bautismo, pero ¿acaso ha desaparecido la debilidad después de que la iniquidad ha sido destruida? Si aquella hubiera desaparecido, se viviría sin pecado en la tierra… Mas, como nos ha quedado alguna debilidad, me atrevo a decir que, en la medida en que sirvamos a Dios, somos libres, mientras que en la medida en que sigamos la ley del pecado somos esclavos» (S. Agustín).
IV. LA ORACIÓN DEL CRISTIANO
Líbranos de todos los males, Señor,
y concédenos la paz en nuestros días,
para que, bien dispuesto
nuestro cuerpo nuestro espíritu,
podamos libremente cumplir tu voluntad;
y, ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libres de pecado
y protegidos de toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo. Amén.
(cf. Misal Romano).