En todo, den gracias
2 R 5, 14-17: Volvió Naamán a Eliseo, y alabó al Señor
Sal 97, 1-4: El Señor revela a las naciones su salvación.
2 Tm 2, 8-13: Si perseveramos, reinaremos con Cristo
Lc 17, 11-19: ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
I. LA PALABRA DE DIOS
El sirio Naamán, un extranjero, es modelo de persona agradecida por los bienes recibidos de Dios por medio del profeta Eliseo.
La segunda lectura presenta el evangelio anunciado por san Pablo, y confiado a su sucesor Timoteo, que consiste en la proclamación del misterio pascual.
En los tres evangelios sinópticos (Mt, Mc y Lc) la vida pública de Jesús termina con su viaje a Jerusalén donde dio su último testimonio y entregó su vida. Exclusivamente san Lucas nos cuenta este episodio en el que, en ese camino, el Señor cura a diez leprosos y sólo uno, y extranjero, es agradecido.
«Tu fe te ha salvado». San Lucas subraya el contraste entre los nueve leprosos que no regresan y el que sí vuelve sobre sus pasos para dar gloria a Dios. Todos han quedado limpios de su lepra, pero sólo este ha sido «salvado», porque sólo él ha sabido reconocer en Jesús al Salvador. Por eso se le dice: «Tu fe te ha salvado». Y es que Jesús obra el milagro para provocar la fe y realizar así la curación de otra enfermedad más grave y profunda. «Se volvió» físicamente y, sin duda, espiritualmente. Quizás Lucas piensa en la fe cristiana de aquel hombre; de hecho, el verbo griego usado puede traducirse también por «se convirtió».
Los beneficios que recibimos de Dios son signos de su poder salvador y de su amor misericordioso. ¿Recibo los dones de Dios como signos de su amor? ¿Me llevan a creer más en Cristo y a abrirme a su poder salvador?
Por otra parte, la auténtica fe lleva a adorar: «Se echó por tierra a los pies de Jesús». Este leproso, al verse curado, reconoce la grandeza de Cristo y experimenta la necesidad de adorarle. Frente a la actitud de los otros nueve, que sólo buscan a Jesús para su propio interés y cuando han recibido la curación se olvidan de Él, este hombre entiende que Jesús es el Señor y que ha de ser amado por sí mismo y servido con absoluto desinterés. En él, la fe se convierte en amor agradecido y adoración. ¿Cómo es mi relación con Dios? ¿Le sirvo con todas mis fuerzas, o me quiero servir de Él para mis fines?
La fe hace al leproso agradecido experimentar además de la curación, la compasión de Jesús. Los otros nueve, que también pedían «ten compasión de nosotros», han sentido su cuerpo sanado, pero no han experimentado la compasión y la misericordia de Cristo que sólo la fe hace posible.
«Jesús tomó la palabra y dijo…»: La naturaleza humana de Cristo posee esa riqueza que llamamos sensibilidad: le agrada la gratitud, le duele el desagradecimiento.
La Eucaristía es la Acción de Gracias por excelencia. Unidos a Jesucristo en su Muerte y Resurrección todo se agradece a Dios Padre, por Cristo, con Él y en Él: gracias por los beneficios recibidos: ¡Dios nos ama!; gracias por todo lo que nos sucede: ¡sólo Dios sabe!; gracias en la necesidad, en la pena y en el sufrimiento: ¡en Dios confiamos!
La acción de gracias a Dios, que es la forma más común de oración de la Iglesia, no lo es tanto en la vida de muchos cristianos. ¿Acaso seremos de los nueve leprosos malagradecidos? Sólo el que se reconoce sin derechos e indigno de la bondad de Dios, es agradecido.
II. LA FE DE LA IGLESIA
La acción de gracias y la alabanza al Padre
por medio de Jesucristo
(1359 – 1361)
La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace sino por lo que Él es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la Gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios, da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquél que es su fuente y su término: «un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros» (1 Co 8, 6).
La Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad.
«Eucaristía» significa, ante todo, acción de gracias. La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y la santificación.
La Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este sacrificio de alabanza sólo es posible a través de Cristo: Él une los fieles a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en él.
La oración de acción de gracias
(2637 – 2638; 2648)
La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte cada vez más en lo que ella es. En efecto, en la obra de salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. La acción de gracias le los miembros del Cuerpo participa de la de su Cabeza.
Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de San Pablo comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor Jesús siempre está presente en ella. «En todo den gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de ustedes» (1 Ts 5, 18). «Sean perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias» (Col 4, 2).
Toda alegría y toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden ser motivo de oración de acción de gracias, la cual, participando de la de Cristo, debe llenar la vida entera: «En todo den gracias» (1 Ts 5, 18).
La adoración
(2628)
La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humillar el espíritu ante el «Rey de la gloria» y el silencio respetuoso en presencia de Dios «siempre mayor» (S. Agustín). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.
III. EL TESTIMONIO CRISTIANO
«El presidente de la eucaristía toma el pan y el vino y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da las gracias largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones» (S. Justino).
IV. LA ORACIÓN CRISTIANA
Gracias, Señor, por la aurora;
gracias, por el nuevo día;
gracias, por la Eucaristía;
gracias, por nuestra Señora:
Y gracias, por cada hora
de nuestro andar peregrino.
Gracias, por el don divino
de tu paz y de tu amor,
la alegría y el dolor,
al compartir tu camino.
Gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.
Amén.