DOMINGO VIII ORDINARIO “A”



 «Los que buscan el Reino de Dios no olvidan las añadiduras, pero no viven de ellas»
Is 49,14-15: «Yo no te olvidaré»
Sal 61: «Descansa sólo en Dios, alma mía»
1Cor 4,1-5: «El Señor manifestará los designios del corazón»

Mt 6,24-34: «No os angustiéis por el mañana»


I. LA PALABRA DE DIOS

Isaías nos invita a descubrir la ternura del amor de Dios, que tiene el signo más acabado en el amor de la madre a su hijo.

En el evangelio, Jesucristo no rechaza el trabajo y el esfuerzo personal para mejorar la vida personal, familiar y social; no invita al desinterés ni a la despreocupación, sino que fija el orden de prioridades entre el afán por lo material y la búsqueda de lo trascendente, dejando bien sentado que el Reino de Dios tiene precedencia y valor absoluto. Preocuparse en exceso por lo material hasta inquietarse y perder el sosiego puede apartarnos de Dios.

«A Dios y al dinero». Dos fuerzas entorpecen la relación «sin doblez» con Dios: el ansia de dinero y el afán de poder y de prestigio.

«Dejen de preocuparse». Ya en el Antiguo Testamento se habla de la providencia divina, no sólo para la colectividad, sino también para cada individuo; que no es como una gota perdida y olvidada en el universo, sino alguien conocido y querido por Dios. Jesús recuerda esta verdad de fe y la explica en estos versículos que son una pequeña joya literaria. Jesús no prohíbe trabajar («ocuparse»), sino trabajar con ansiedad («preocuparse») o hacerlo en exceso. 

En el último versículo está la clave para discernir nuestra concepción de Dios y la manera de relacionarnos con Él: «Busquen primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se les dará por añadidura». Buscando primero la realización de su reino —como Jesús nos enseña a decir en la primera parte del Padrenuestro— Dios nos dará todo lo necesario para la vida —como pedimos en la segunda parte del Padrenuestro—. El reino de Dios y sus exigencias de santidad —su justicia—; vienen a ser casi lo mismo. El orden de cosas en el que se realiza el designio histórico de Dios es, a la vez, don suyo y tarea nuestra.

 II. LA FE DE LA IGLESIA

El Padre cuida de sus hijos
(305)

Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos: «No anden, pues, preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer?; ¿qué vamos a beber?…Ya sabe vuestro Padre celestial que tienen necesidad de todo eso. Busquen primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se les darán por añadidura».

Dios realiza sus designios
(302 — 303; 310 — 312)

La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada «en estado de vía» hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó.  Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral, sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien. Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso moral, causado por sus criaturas.

Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esa perfección: Dios guarda y gobierna por su Providencia todo lo que creó, «alcanzando con fuerza de un extremo a otro del mundo y disponiéndolo todo con dulzura». Porque «todo está desnudo y patente a sus ojos», incluso lo que la acción libre de las criaturas producirá.

El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: «Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza»; y de Cristo se dice: «si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir»; «hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza». 

En distintos pasajes, la Sagrada Escritura nos recuerda la primacía absoluta de Dios sobre la historia y el mundo, educándonos para la confianza en Él. La oración de los Salmos es la gran escuela de esta confianza.

La providencia de Dios
y las acciones de los hombres
(306 — 308)

Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se sirve también del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios Todopoderoso. Porque Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio.

Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de «someter» la tierra y dominarla. Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos. Entonces llegan a ser plenamente «colaboradores de Dios» y de su Reino.

Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: «Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece». Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque «sin el Creador la criatura se diluye»; menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia.

III. El testimonio cristiano

«El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia de bienes. El orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los Cielos» (S. Agustín).

«Dios Todopoderoso… por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal» (S. Agustín).

«Nada te turbe
Nada te espante
todo se pasa
Dios no se muda
la paciencia todo lo alcanza
quien a Dios tiene
nada le falta
Sólo Dios basta
» (Santa Teresa de Jesús).

Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: «Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor«. 

IV. LA ORACIÓN CRISTIANA

Sagrado Corazón de Jesús,
en ti confío.

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