I. LA PALABRA DE DIOS
El Génesis presenta a la serpiente como el prototipo del poder personal mentiroso, seductor y enemigo del hombre. El pecado comienza siempre con un falseamiento de la verdad.
«Todos pecaron». Al inicio mismo de la Cuaresma la Iglesia pone ante nuestros ojos este hecho triste y desgraciado. La historia de Adán y Eva es nuestra propia historia: la historia de un fracaso y de una frustración como consecuencia del pecado. Por el pecado entró en el mundo la muerte. En el fondo, todos los males provienen del pecado, del querer ser como dioses, del deseo de construir un mundo sin Dios, o al margen de Dios.
Por eso es necesaria nuestra conversión. Estamos tocados por el pecado, manchados, contaminados… No podemos seguir viviendo como hasta ahora. Se hace necesario un cambio radical de mente, de corazón y de obras. La conversión es necesaria. O convertirse o morir. Y eso, no sólo cada uno como individuo; también nuestras comunidades, nuestras parroquias, nuestras instituciones, la Iglesia entera, que han de ser continuamente reformadas para adaptarse al plan de Dios, para ser fieles al evangelio. «Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera». (Lc 13,5).
Las llamadas «tres tentaciones» –experiencia personal del Hijo de Dios que, en su humanidad, se vio sometido a «pruebas» (eso es una tentación)–, son variantes del mismo ataque diabólico, tendente a hacer que Jesús se presentara como Mesías político o revolucionario y predicara el Evangelio con métodos «del mundo». No podemos saber, por el texto, si se trata de visiones corporales y tangibles, o de visiones imaginarias experimentadas en la psicología humana de Jesús.
«Si eres Hijo de Dios…». ¡Hasta en el Calvario se repite este estribillo tentador! Frente al camino fácil para atraer a las masas –lo espectacular, lo popular: «pan y circo»– Jesús se adhiere a la voluntad del Padre, que quiere ganar cada corazón humano por la conversión y renovación de vida.
Tener pan, tener poder, tener a Dios a mano para utilizarlo en nuestro beneficio; he aquí una trilogía de tentaciones con un solo vencedor: Jesucristo, porque eligió la libertad. El que busca «ser» antes que «tener», siempre es libre; el que quiere «tener» antes que «ser», casi nunca. Frente a toda tentación, que para presentarse al hombre se disfraza de verdad y bien, Cristo se presenta como la «Verdad», sin disfraces de ninguna clase. Así, la victoria sobre el pecado es segura.
La conversión es necesaria. Esta es la buena noticia que al comenzar la cuaresma nos da la Iglesia, que quiere sacarnos de nuestros pecados, de la mentira, de la muerte. Pero además nos anuncia que donde Adán fracasó Cristo ha vencido (evangelio). También Él ha sido tentado, pero el pecado no ha podido con Él: Satanás y el pecado han sido derrotados.
Más aún, la victoria de Cristo es también la nuestra (segunda lectura). La contraposición paulina ADAN-CRISTO dice que en la justificación Cristo nos da lo que nos quitó Adán con su pecado. Todo el magisterio de la Iglesia anterior y posterior al concilio de Trento, cita este pasaje para explicar el dogma del pecado original (verdadero pecado, que se transmite por generación a todos, y existe en cada hombre como suyo propio; que acarrea consecuencias negativas para toda la humanidad, y para el individuo: perdida de la gracia, sometimiento a la muerte). Con todo, el núcleo del pensamiento de san Pablo no es el pecado introducido por Adán, sino la redención universal gracias a Cristo: solidaridad de todos los hombres entre sí y en Cristo, la humanidad recapitulada en Cristo para la vida, como lo está en Adán para la muerte.
La conversión es posible. El pecado ya no es irremediable. Cristo, al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado; de este modo, celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua, podremos pasar un día a la Pascua que no acaba. No podemos seguir excusándonos diciendo que somos débiles y pecadores. La gracia de Cristo es más fuerte que el pecado. El pecado ya no debe dominar en nosotros. Entramos en la Cuaresma para luchar y para vencer; y no sólo nuestro pecado, sino también el de los demás; pero no con nuestras solas fuerzas, sino con la fuerza y las armas de Cristo.
El camino de Cristo hacia la Pascua comienza en el desierto. La Iglesia, siguiendo a su Señor, inicia en este tiempo el largo itinerario cuaresmal con una convicción que nos llena de ánimo: Cristo saldrá vencedor …y nosotros con Él.
II. LA FE DE LA IGLESIA
Las tentaciones de Jesús
(538-540)
Los evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan. «Impulsado por el Espíritu» al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los animales y los ángeles le servían. Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de Él «hasta el tiempo determinado».
Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación, Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto, Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor del diablo. Él ha «atado al hombre fuerte» para despojarle de lo que se había apropiado (Mc 3, 27). La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre.
La victoria sobre el «príncipe de este mundo» (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo ha sido «echado abajo» (Jn 12, 31; Ap 12, 11).
Las tentaciones de Jesús manifiestan la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo venció al Tentador a favor nuestro: «Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto.
«No nos dejes caer en la tentación»
(2846-2849)
En esta petición del Padrenuestro pedimos a nuestro Padre que no nos «deje caer» en ella: significa «no permitas entrar en«, «no nos dejes sucumbir a la tentación«. «Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie» (St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate «entre la carne y el Espíritu». Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza.
El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior (Lc 13, 1315; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a una «virtud probada» (Rm 5, 35), y la tentación que conduce al pecado y a la muerte (St 1, 1415). También debemos distinguir entre «ser tentado» y «consentir» en la tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es «bueno, seductor a la vista, deseable» (Gen 3, 6), mientras que, en realidad, su fruto es la muerte.
«No entrar en la tentación» implica una decisión del corazón: «Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón… Nadie puede servir a dos señores». «Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu». El Padre nos da la fuerza para este «dejarnos conducir» por el Espíritu Santo. «No han sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que sean tentados sobre sus fuerzas. Antes bien, con la tentación les dará el modo de poderla resistir con éxito» (1 Co 10, 13).
Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio y en el último combate de su agonía. En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya. La vigilancia es «guarda del corazón», y Jesús pide al Padre que «nos guarde en su Nombre». El Espíritu Santo trata de despertamos continuamente a esta vigilancia. Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. «Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela» (Ap 16, 15).
Formas de penitencia en la vida cristiana
(1438)
Los tiempos y los días de penitencia (el tiempo de Cuaresma, y cada viernes del año en memoria de la muerte del Señor) a lo largo del año litúrgico son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia. Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).
III. EL TESTIMONIO CRISTIANO
«Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres… En algo la tentación es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes que la tentación nos ha manifestado» (Orígenes).
«El alma que hubiera de vencer su fortaleza (la del Tentador) no podrá sin oración, ni sus engaños podrá entender sin mortificación y sin humildad. Que por eso dice S. Pablo avisando a los fieles estas palabras: «Vístanse de las armas de Dios, para que puedan resistir contra las astucias del enemigo, porque esta lucha no es como contra la carne y sangre» entendiendo por sangre el mundo, y por las armas de Dios, la oración y cruz de Cristo, en que está la humildad y mortificación que habemos dicho» (San Juan de la Cruz).
«El Señor que ha borrado su pecado y perdonado sus faltas también les protege y les guarda contra las astucias del diablo que les combate para que el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no les sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al demonio. «Si Dios esta» con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?» (S. Ambrosio).
IV. LA ORACIÓN CRISTIANA
María, pureza en vuelo,
Virgen de vírgenes, danos
la gracia de ser humanos
sin olvidarnos del cielo.
Dichosa tú, que, entre todas,
fuiste por Dios sorprendida
con tu lámpara encendida
por el banquete de bodas.
Con el abrazo inocente
de un hondo pacto amoroso,
vienes a unirte al Esposo
por virgen y por prudente.
Enséñanos a vivir;
ayúdenos tu oración;
danos en la tentación
la gracia de resistir.
Honor a la Trinidad
por esta limpia victoria.
Y gloria por esta gloria
que alegra la cristiandad.
Amén.