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28 de julio de 2024: DOMINGO XVII ORDINARIO “B”


“Los ojos de todos te están aguardando, Señor,
Tú les das la comida a su tiempo”

2R 4,42-44: “Comerán y sobrará”
Sal 144: “Abres tú la mano, Señor, y nos sacias”
Ef 4,1-6: “Un solo Cuerpo, un Señor, una fe, un bautismo”
Jn 6,1-15: “Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron”

I. LA PALABRA DE DIOS

En éste y los próximos domingos (del 17º a 21º) se interrumpe la lectura continua del evangelio de san Marcos, para leer el capítulo 6 del de san Juan. El texto de san Juan narra el mismo hecho que venía inmediatamente a continuación en san Marcos –la multiplicación de los panes–, aunque desarrollándolo en una amplia catequesis eucarística, que se conoce como “el discurso del Pan de Vida”.

Jesús se manifiesta en el evangelio de hoy alimentando a la multitud. Pero al pronunciar la acción de gracias y repartir el alimento perecedero, Jesús está ya apuntando al «alimento que permanece para la vida eterna». También éste nos viene de su providencia amorosa que, más que la salud del cuerpo, quiere la santidad de los que el Padre le han confiado. Cuando san Juan dice que «estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos», no lo hace en vano, porque piensa en la Eucaristía. También usa el término «dijo la acción de gracias» en lugar de «alabó o bendijo» que emplean los otros evangelistas en la narración de la primera multiplicación de los panes.

El entusiasmo final de las gentes, fruto de «el signo» que Jesús había hecho, aunque lejos de la verdadera profundidad del mismo, hace que se marche al monte Él solo. El Señor no ha venido a recoger aplausos populistas, ni a organizar ninguna revolución subversiva, sino a hacer la voluntad del Padre; a dar vida, su vida, entregándola.

Jesús captó muy bien lo que querían decir los judíos señalándole como «el Profeta que va a venir al mundo»: “el enviado de Dios para librarnos del yugo extranjero”. Y «se retiró otra vez a la montaña él solo»; huyó, por las connotaciones políticas del intento de los judíos. Su reino no era el deseado por los fariseos ni el buscado violentamente por los zelotes –aunque para el grupo de Los Doce no tuvo reparo en elegir a un zelote, Simón el cananeo (y, tal vez, también Judas, el traidor)–. Es que el judaísmo entendía la realeza del Mesías tal como se decía en la sinagoga: “ciñe sus lomos y sale contra sus enemigos y mata reyes y príncipes; enrojece los montes con la sangre de sus muertos y blanquea los collados con la grasa de sus guerreros; sus vestidos están envueltos en sangre”. Este era llamado por san Jerónimo el “error judaico”, presente en todos las formas de mesianismo terreno, desde entonces hasta hoy.

El Salmo 144 es un himno que canta a Dios como Señor del universo, alabando su señorío y su poder, su bondad y providencia, su misericordia y amor con todos. Aunque se recuerdan sus obras, es a Él mismo a quien se canta, como autor de todas ellas.

El versículo elegidos para salmo responsorial en la liturgia de hoy –«Abres tú la mano, Señor, y nos sacias»– nos hace caer en la cuenta del cuidado providente de Dios, que da el alimento necesario y sacia de favores a todas sus criaturas. Es un aspecto del pastoreo de Dios que contemplábamos el domingo pasado. El salmo insiste –repite varias veces el adjetivo «todo»– en la “totalidad”: “todas” las acciones de Dios en “todas” las épocas están marcadas por este amor providente; y no sólo los hombres, sino “todas” las criaturas: nada ni nadie queda excluido. Por eso, «los ojos de todos te están aguardando». ¿También los nuestros? Y su providencia nunca se equivoca –«les das la comida a su tiempo»–, ya que el Señor «es bondadoso en todas sus acciones». También cuando en nuestra vida aparece la necesidad o el dolor.

Al comprobar algunos males que aquejan al mundo de hoy (hambre, miseria, enfermedades, guerras, injusticias, incultura, ignorancia religiosa…) podemos sentir desaliento o impotencia. Creemos que tiene que haber una salida, pero no sabemos cuál. Hasta tenemos el peligro de desentendernos y no mirar porque pensamos que la solución a tan grandes problemas no depende de nosotros, tan limitados. Pero, en el Evangelio no se llama a nadie a hacer milagros. Los milagros los hace el Señor. Pero para hacerlos quiso requerir la colaboración generosa de «un hombre de Baal Salisá» y de «un muchacho que tiene cinco panes y dos peces», que pusieron al servicio del Señor lo poco que tenían, e hicieron posible que el Señor realizara sus milagros.

Cristo multiplicó los panes, signo de la Eucaristía, para que nosotros compartamos su Reino y los bienes con los demás. Estamos llamados a ser colaboradores de la Providencia divina para nuestros hermanos los hombres, tanto en el alimento corporal, como en el espiritual. Y, como Él, sin buscar aplausos o reconocimientos humanos.

II. LA FE DE LA IGLESIA

Los signos del pan y del vino en la Eucaristía
(1333 – 1351)

En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes ázimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios. Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El “cáliz de bendición”, al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén.

Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía.

Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre. El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor. Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento.

Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz. En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de él, hasta su retorno glorioso, lo que él hizo la víspera de su pasión. Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino, fruto “del trabajo del hombre”, pero antes, “fruto de la tierra” y “de la vid”, dones del Creador.

En la presentación de las ofrendas (el ofertorio) se lleva al altar, a veces en procesión, el pan y el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el sacrificio eucarístico, en el que se convertirán en su Cuerpo y en su Sangre. Es la acción misma de Cristo en la última Cena, “tomando pan y una copa”. “Sólo la Iglesia presenta esta oblación, pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que proviene de su creación” (S. Ireneo). La presentación de las ofrendas en el altar hace suyo el gesto de Melquisedec y pone los dones del Creador en las manos de Cristo. Él es quien, en su sacrificio, lleva a la perfección todos los intentos humanos de ofrecer sacrificios.

Desde el principio, junto con el pan y el vino para la Eucaristía, los cristianos presentan también sus dones para compartirlos con los que tienen necesidad. Esta costumbre de la colecta, siempre actual, se inspira en el ejemplo de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos.

III. EL TESTIMONIO CRISTIANO

“No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas” (San Juan Crisóstomo).

IV. LA ORACIÓN DEL CRISTIANO

¡Memorial de la muerte del Señor,
pan vivo que a los hombres das la vida!
Da a mi alma vivir sólo de ti,
y tu dulce sabor gustarlo siempre

Pelícano piadoso, Jesucristo,
lava mis manchas con tu sangre pura;
pues una sola gota es suficiente
para salvar al mundo del pecado

¡Jesús, a quien ahora veo oculto!
Te pido que se cumpla lo que ansío:
qué, mirándote al rostro cara a cara,
sea dichoso viéndote en tu gloria.

Amén.

25 de julio de 2024, SANTIAGO, APÓSTOL, Patrono de España


Hch 4, 33; 5, 12. 27-33; 12, 2. «El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago».
Sal 66. «Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben».
2 Cor 4, 7-15. «Llevamos siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús».
Mt 20, 20-28. «Mi cáliz lo beberéis»


Santiago, hijo de Zebedeo, hermano del apóstol san Juan, fue el primero de los apóstoles en beber el cáliz del Señor, cuando participó en su Pasión, al ser decapitado por orden del rey Herodes. De esa manera anunció el reino que viene por la muerte y resurrección de Cristo. Estando sus restos en Galicia, es patrono de los pueblos de España. Pidamos por su intercesión que España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos. Una petición muy necesaria hoy día, cuando la fe y los valores cristianos están tan en crisis en nuestra sociedad. Pidamos también que seamos testigos de esta fe, como Santiago, dispuestos a beber el cáliz del Señor.

El nombre Santiago, proviene de dos palabras latinas Sant Iacob. Porque su nombre en hebreo era Jacob. Los españoles en sus batallas gritaban: «Sant Iacob, ayúdanos». Y de tanto repetir estas dos palabras, las unieron formando una sola: Santiago.

Santiago es uno de los doce Apóstoles de Jesús; se le llama el Mayor, para distinguirlo del otro apóstol, Santiago el Menor, que era más joven que él. Con sus padres —Zebedeo y Salomé— vivía en la ciudad de Betsaida, junto al Mar de Galilea. Él y su hermano Juan, el evangelista, eran pescadores. Su posición social parece que era acomodada —su padre tenía una industria pesquera con empleados—. Y fueron llamados por Jesús mientras estaban arreglando sus redes de pescar, con Zebedeo, su padre, en la orilla del lago de Genesaret. Inmediatamente dejaron la barca y a Zebedeo, su padre, y lo siguieron. Antes habían sido seguidores de Juan el Bautista.

Santiago,
apóstol de Jesucristo

Recibieron de Cristo el nombre «Boanerges«, significando “Hijos del trueno”, por su impetuosidad y ardoroso celo. En una ocasión, Jesús no fue bien recibido por los samaritanos y los dos hermanos le preguntaron a Jesús si quería que hicieran bajar fuego del cielo para consumirlos. Su madre, que no se quedaba atrás, acompañada por sus hijos, pidió a Jesús que sus dos hijos se sentasen en su trono, uno a la derecha y otro a la izquierda, a lo que el Señor les respondió: “No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo he de beber y recibir el bautismo que yo voy a recibir?” A lo que respondieron ardorosamente: “¡Podemos!”

Durante la vida pública de Jesucristo, Santiago fue uno de los predilectos: Estuvo presente, junto con su hermano Juan y con Pedro, en la curación milagrosa de la suegra de Pedro y en la resurrección de la hija de Jairo. Con ellos, fue testigo ocular de la Transfiguración de Jesús. Y también lo acompañó de cerca durante su agonía en el huerto de Getsemaní.

Los Hechos de los Apóstoles relatan que éstos se dispersaron por todo el mundo para llevar la Buena Nueva. El apóstol Santiago es el primer apóstol mártir. Escribió una de las cartas del Nuevo Testamento. 

 Santiago, evangelizador de España

Dicen las confusas narraciones de los primeros años de la cristiandad, que a él le fueron adjudicadas las tierras de la península  Ibérica para predicar el Evangelio. Viajó desde Jerusalén por mar hasta Gades (Cádiz, sur de España).

Santiago cumplió su misión, con poco éxito y escaso número de discípulos, en el noroeste de la península Ibérica, en la céltica y verde Galicia, a la que los romanos llamaron «Finis Terrae» (Fin de la Tierra) —por ser el extremo más occidental del mundo hasta entonces conocido—, cumpliendo el mandato del Señor de predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Desanimado por la poca acogida del Evangelio, fue a Zaragoza, donde corrió muchos peligros. La Leyenda Aurea de Jacobus de Voragine nos cuenta que las enseñanzas del Apóstol no fueron aceptadas y solo siete personas se convirtieron al Cristianismo. Estos eran conocidos como “los Siete Convertidos de Zaragoza”.  Santiago llamó en su ayuda a la Virgen María, rogándole lo ayudase. 

Santiago y la Virgen del Pilar

Las cosas cambiaron cuando la Virgen Santísima, que entonces vivía aún en Jerusalén, se apareció en carne mortal al Apóstol sobre una columna o pilar, a las orillas del rio Ebro, en la ciudad romana de «Caesar Augusta», la actual Zaragoza; aparición conocida como la de la Virgen del Pilar.

Según la tradición, una noche el apóstol estuvo rezando intensamente con algunos discípulos junto al río Ebro, cerca de los muros de la ciudad, pidiendo luz para saber si debía quedarse o huir. Él pensaba en María Santísima y le pedía que rogara por él para pedir consejo y ayuda a su divino Hijo Jesús, que nada podía negarle a su madre. De repente, se vio venir un resplandor del cielo sobre el apóstol y aparecieron sobre él los ángeles que entonaban un canto muy armonioso mientras traían una columna de luz, cuyo pie, en medio de un rayo luminoso, señalaba un lugar, a pocos pasos del apóstol, como indicando un sitio determinado. Sobre la columna (o pilar), se le apareció la Virgen María. Santiago se levantó del lugar donde estaba rezando de rodillas, y recibió el aviso de María de que debía erigir de inmediato una iglesia allí; que la intercesión de María haría crecer como una raíz y expandirse. María le indicó que, una vez terminada la iglesia, debía volver a Jerusalén. Santiago se levantó, llamó a los discípulos que lo acompañaban, que habían oído la música y visto el resplandor; les narró lo demás, y presenciaron luego todos cómo se iba desvaneciendo el resplandor de la aparición. Desde entonces la intercesión de la Virgen hizo que se abrieran extraordinariamente los corazones al Evangelio en España.

En el lugar de la aparición, se levantó posteriormente lo que hoy es la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, un lugar de peregrinación famoso en el mundo entero, que no fue destruido en la guerra civil española (1936-1939), puesto que las bombas que se lanzaron no explotaron, pudiéndose hoy en día verse expuestas en el interior de la Basílica.

Santiago partió de España para trasladarse a Jerusalén, como María le había ordenado. En este viaje visitó a María, que ya vivía en la casa de su hermano Juan en Éfeso. María le predijo la proximidad de su muerte en Jerusalén, y lo consoló y lo confortó en gran manera. Santiago se despidió de María y de su hermano Juan, y se dirigió a Jerusalén. 

Santiago,
el primer apóstol mártir de la fe

Cuando regresó a Palestina, en el año 44, fue hecho prisionero, torturado y decapitado por el rey Herodes Agripa I, el 25 de marzo de 41 AD (día en que la liturgia actual celebra La Anunciación). Fue llevado al monte Calvario, fuera de la ciudad. Durante el recorrido, estuvo predicando y aún fue capaz de convertir a algunas personas. Cuando le ataron las manos, dijo: «Vosotros podéis atar mis manos, pero no mi bendición ni mi lengua». Un tullido que se encontraba a la vera del camino, clamó al apóstol que le diera la mano y lo sanase. El apóstol le contestó: «Ven tú hacia mí y dame tu mano». El tullido fue hacia Santiago, tocó las manos atadas del apóstol e inmediatamente sanó.

Josías, la persona que había entregado a Santiago, fue corriendo hacia él para implorar su perdón. Este hombre se convirtió a Cristo. Santiago le preguntó si deseaba ser bautizado. Él dijo que sí, por lo que el apóstol lo abrazó y le dijo: «Tú serás bautizado en tu propia sangre». Y así se cumplió, siendo Josías decapitado a continuación del Apóstol. En otro tramo del recorrido, una mujer se acercó a Santiago con su hijo ciego para alcanzar de él la curación para su hijo, obteniéndola de inmediato.

Una vez llegado al Monte Calvario, el mismo lugar donde años antes fue crucificado nuestro Señor, Santiago fue atado. Le vendaron los ojos y le decapitaron. Y se prohibió que su cuerpo fuese enterrado. 

El sepulcro del apóstol Santiago

Sin embargo, sus discípulos, en secreto, durante la noche trasladaron su cuerpo hasta la orilla del mar, donde encontraron una barca preparada para navegar, pero sin tripulación. Allí depositaron, en un sepulcro de mármol, el cuerpo del apóstol; que llegaría tras la travesía marítima, remontando el río Ulla, hasta un puerto romano en la costa Gallega de Iria Flavia, la capital de la Galicia romana. Allí enterraron su cuerpo en un compostum o cementerio en el cercano bosque de Liberum Donum, donde levantaron un altar sobre el arca de mármol.

Tras las persecuciones romanas contra los cristianos y la prohibición de visitar el lugar, se olvidó la existencia del mismo, por más de 800 años. Bajo el reinado de Alfonso II (789-842), un ermitaño llamado Pelagio (Pelayo) recibió en visión, conocimiento del lugar donde se encontraban los restos del Apóstol. En el año 813 el eremita Pelayo observó el resplandor de una estrella y cánticos en un campo. En base a este suceso se llamaría al lugar Campus Stellae, o Campo de la Estrella, de donde derivaría el actual nombre de Compostela.

El eremita advirtió al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, quien después de apartar la maleza descubrió los restos del apóstol, identificados por la inscripción en la lápida. Informado el Rey Alfonso II del hallazgo, acudió al lugar y proclamó al apóstol Santiago patrono del reino, edificando allí un santuario que más tarde llegaría a ser la Catedral. A partir de esta declaración oficial los milagros y apariciones se repetirían en el lugar, dando lugar a numerosas historias y leyendas destinadas a infundir valor a los guerreros que luchaban contra los avances de los musulmanes desde Al-Andalus, y a los peregrinos que poco a poco iban trazando el Camino de Santiago. 

El apóstol Santiago,
defensor de la fe

Una de las tradiciones narra como Ramiro I, en la batalla de Clavijo, venció a las tropas de Abderramán II ayudado por un jinete sobre un caballo blanco que luchaba a su lado y que resultó ser el Apóstol. A partir de entonces se convirtió en patrón de la Reconquista. Los cristianos se encontraban abatidos bajo el imperio del Islam y la fe cristiana corría el peligro de ser erradicada. La lucha por la reconquista duró hasta el año 1492.  Ese largo período de tiempo forzó a los cristianos a una guerra de supervivencia en la que se apoyaban del auxilio del Apóstol y de la Virgen Santísima. Santiago sigue siendo el protector y guía de los Cristianos en la batalla actual por la defensa de la fe católica contra sus enemigos. 

Las peregrinaciones
y el Camino de Santiago

A partir del s. XI el sepulcro del apóstol Santiago de Compostela ejerció una fuerte atracción sobre el cristianismo europeo y fue centro de peregrinación multitudinaria, al que acudieron reyes, príncipes y santos.

En los s. XII y XIII, época en que se escribió el «Códice Calixtino«; primera “guía del peregrino”, la ciudad alcanzó su máximo esplendor. El Papa Calixto II concedió a la Iglesia Compostelana el «Jubileo Pleno del Año Santo» y Alejandro III lo declaró perpetuo, convirtiéndose Santiago de Compostela en Ciudad Santa junto a Jerusalén y Roma. El Año Santo se celebra cada vez que la festividad del Apóstol, el 25 de Julio, cae en Domingo.

En siglos posteriores y hasta el momento actual, numerosos fieles, principalmente de Europa, recorren el «Camino de Santiago» que les conduce a la tumba del Santo, con el fin de pedir perdón por sus pecados. 

Santiago y la evangelización de América

Santiago Apóstol preparó el camino para la Virgen María en España y también preparó su llegada al «Nuevo Mundo». El es el Apóstol de la Virgen María, también es conocido como el Apóstol de la Paz.

En 1519, Hernán Cortés llegó a Veracruz, y en Lantigua construyó la primera Iglesia dedicada a Santiago Apóstol en el continente Americano. También en 1521, cuando México fue conquistada, Cortés construyó una Iglesia en las ruinas de los Aztecas que al igual fue dedicada a Santiago Apóstol. A esta Iglesia era que san Juan Diego se dirigía el 9 de diciembre de 1531, para recibir clases de catecismo y oír la Santa Misa, ya que era la fiesta de la Inmaculada Concepción.

Santiago Apóstol es patrón
de las siguientes ciudades de Hispanoamérica:

  • Santiago de Chile
  • Caracas, Venezuela (la cual fue fundada el 25 de julio de 1567 con el nombre de Santiago de León de Caracas).
  • Santiago de Guayaquil (Ecuador). 
  • Santiago de Cuba
  • Santiago de Querétaro (México)
  • Santiago de Cali, (Colombia)
  • Santiago de los Ocho Valles de Moyobamba, (Perú)
  • Santiago de Guatemala
  • Santiago de Veraguas (Panamá)
  • Santiago de Chiuitos (Bolivia)
  • Santiago de los Caballeros (Rep. Dominicana)
  • Provincia de Santiago de México
  • Saltillo Coahuila (México)
  • Santiago de Sesimbra (Portugal)
  • Alanje (Panamá)
  • Santiago del Estero (Argentina) 
  • Provincia de Mendoza (Argentina)
  • San Felipe y Santiago de Montevideo (Uruguay)

LETANÍA DE SANTIAGO “EL MAYOR”, APÓSTOL

  • Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
  • Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad.
  • Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
  • Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
  • Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.
  • Dios, Padre Celestial. Ten misericordia de nosotros.
  • Dios, Hijo Redentor del mundo. Ten misericordia de nosotros.
  • Dios, Espíritu Santo. Ten misericordia de nosotros.
  • Trinidad Santa, un solo Dios. Ten misericordia de nosotros.
  • Santa María  Ruega por nosotros.
  • Santa Madre de Dios.  Ruega por nosotros.
  • Santa Virgen de las vírgenes.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, Apóstol de Jesucristo.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, hijo de Zebedeo.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, nacido de María Salomé.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que seguiste a Jesús incluso antes de ser testigo de sus milagros.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que respondiste inmediatamente a la primera venida de Jesús.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que despreciaste el mundo para seguir a Jesús.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que dejaste a tus padres por amor a Jesús.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que deseaste llamar fuego del Cielo contra los que se oponían a extender el mensaje salvador de Jesús.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, uno de los tres testigos presenciales de la resurrección de la hija de Jairo.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, uno de los tres testigos de la Transfiguración de Cristo.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, uno de los tres que disteis testimonio de la agonía de Nuestro Señor en el Huerto de Getsemaní.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, por cuya predicación convertiste siete discípulos  en España.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que convertiste a una cantidad innumerable de personas en Judea y Samaria por tu predicación.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que desafiaste a los Judíos y confundiste a los Escribas y Fariseos.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que valerosamente discutiste con Pilatos y ganaste el día.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que torturaste a los demonios enviados por Hermogenus, el gran hechicero.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que conseguiste que Hermogenus fuera confinado por los mismísimos demonios que él envió.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que posteriormente liberaste a Hermogenus y le hiciste seguidor de Cristo.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que arrojaste libros de hechicería a los mares profundos.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que curaste a un enfermo de reuma agudo e hiciste que alabara el Santo nombre de Dios.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que hiciste que tu verdugo compartiese tu agonía y obtuviste para él la salvación eterna.  Ruega por nosotros.  
  • Santiago, que te sometiste a ser decapitado y sufriste el martirio con alegría.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que tuviste el privilegio de tener una muerte similar a la de Jesús.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que fuiste bendecido con un bautismo similar al de Jesús.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que te ganaste el honor de ser el primer mártir de entre  los Apóstoles.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, cuyos restos mortales llegaron a España en un pequeño barco, sin timón, ni velas, ni tripulación.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que cuando tu sagrado cuerpo fue depositado en un duro bloque de granito, éste se ablandó para que recibieras un adecuado entierro.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que hiciste que los toros salvajes se comportaran como mansos corderos cuando los guiabas para tirar del carro  que contenía tus sagrados restos.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que milagrosamente mantuviste vivo durante treinta días a un hombre inocente, injustamente condenado y ahorcado.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que salvaste España en muchas ocasiones de numerosos enemigos.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que montado en un caballo blanco como la nieve derribaste sesenta mil enemigos durante el reinado del rey Samir.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que fuiste recompensado con un trono Celestial por tu obediencia al Señor.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, cuyo amor a la pobreza te hizo ganar el Reino de los Cielos.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que saliste victorioso de la batalla contra legiones de demonios y contra todos los poderes de la oscuridad.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que despreciando todos los honores mundanos, y en combate con el mundo, saliste finalmente triunfante.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que por oraciones y mortificación dominaste la carne, y ganaste la eterna corona del Cielo.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, siempre voluntarioso para ayudar a aquellos que luchan
    por la defensa del nombre de Dios.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que tanto ayudas a los que están en el exilio.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, rápido restablecedor de la buena salud.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, libertador de aquellos que se encuentran en la esclavitud.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, consuelo de los afligidos.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, a quien se alaba y se da las gracias con gran devoción por el mundo entero.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, invocado con fe y confianza por todos los cristianos.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, a quien se le da enormemente las gracias en todas  las naciones.  Ruega por nosotros.
  • Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. Perdónanos, Señor.
  • Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. Escúchanos, Señor.
  • Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. Ten misericordia de nosotros.
  • Ruega por nosotros, oh Santiago. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

ORACIÓN

Dios Todopoderoso y misericordioso, que escogiste doce Apóstoles para evangelizar al mundo entero. Entre ellos, tres fueron favorecidos de manera especial por Tu Hijo Jesucristo, quien se dignó a contar con el Apóstol Santiago en este  selecto número. Que por su intercesión seamos dignos de obtener la gloria del Cielo, donde Tú vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN A SANTIAGO, “EL MAYOR”.

¡Gran Apóstol Santiago, familiar cercano de nuestro Señor y aún más cercano a Él por lazos espirituales! Al ser llamado por Él entre los primeros discípulos y ser favorecido con Su especial intimidad, tú respondiste con gran generosidad, dejándolo todo para seguirle a la primera llamada. También tuviste el privilegio de ser el primero de los Apóstoles en morir por Él, sellando tu predicación con tu sangre.

“Atronador” en el entusiasmo en la tierra, que desde el cielo te has mostrado defensor de Su Iglesia una y otra vez, apareciendo en el campo de batalla de los cristianos para derrotar y dispersar a los enemigos de la Cruz, y llevar a los descorazonados creyentes a la victoria. Fuerza de los cristianos, refugio seguro de aquellos que te suplican con confianza, protégenos ahora en los peligros que nos rodean.

Que por tu intercesión, nuestro Señor nos conceda su santo amor, filial temor, justicia, paz y la victoria sobre nuestros adversarios, tanto visibles como invisibles, y sobre todo, que un día nos conceda la felicidad de verlo y tenerlo con nosotros en el cielo, en tu compañía y la de los ángeles y santos para siempre. Amén. 

¿Qué nos enseña Santiago, el Mayor?

A vivir nuestra fe con autenticidad; a ser testigos del Evangelio con nuestra vida. 

A cumplir con nuestra misión dentro de la Iglesia: extender la Palabra de Dios a todos los que nos rodean. 

A cumplir con nuestra misión cueste lo que cueste, ya que a él le costó el martirio.

A invocar y confiar en la intercesión maternal de María, Reina de los Apóstoles y Estrella de la evangelización.

A ser fieles a Jesús y su Iglesia. Nosotros somos fieles a la Iglesia obedeciendo al Papa y ayudándolo en la tarea de la Nueva Evangelización.

A confiar en Dios y a sabernos abandonar en sus manos.

A perdonar a nuestros enemigos, a amar a aquél que me ofendió, a aquél que me ha hecho sufrir. 

¡Dios ayuda,
y Santiago!

21 de julio de 2024: Domingo XVI Ordinario, ciclo B


“Como pueblo salvado por Cristo proclamamos:
«El Señor es nuestra justicia»”

Jr 23,1-6: “Reuniré el resto de mis ovejas y les pondré pastores”
Sal 22: “El Señor es mi pastor, nada me falta”
Ef 2,13-18: “Él es nuestra paz, el que de los dos pueblos ha hecho uno”
Mc 6,30-34: “Andaban como ovejas que no tienen pastor”

I. LA PALABRA DE DIOS

El profeta Jeremías lanza sus invectivas contra los dirigentes de Israel. Mientras tuvo buenos “pastores”, el pueblo de Dios caminó sin peligro por cualquier lugar; ahora que los pastores hacen el mal, andan errantes y sin rumbo. Por eso es necesario un nuevo pastor. La promesa «Yo mismo reuniré el resto… y las volveré a traer a sus dehesas», es una forma de anunciar la restauración y la vuelta del destierro; pero también de proclamar Dios mismo, por su profeta, que no se fiaba nada de los que antes habían sido nombrados pastores.

El Salmo 22 expresa con una fuerza poco común la sensación de paz y de dicha de quien se sabe cuidado por el Señor. El salmista hace alusión a los peligros, pero no como amenazas que acechan, sino como quien se siente libre de ellos en la presencia protectora de Dios.

Nosotros podemos dejarnos empapar por los sentimientos que este salmo manifiesta. Ante todo, la seguridad –«nada temo»– al saberse uno guiado por el Señor incluso en los momentos y situaciones en que no se ve la salida –las «cañadas oscuras»–. Junto a esta seguridad, el abandono de quien se sabe defendido con mano firme y acierto, de quien se sabe cuidado con ternura en toda ocasión y circunstancia. Finalmente, la plenitud –«nada me falta»–, que se traduce en paz y dicha sosegadas. Pero todo ello brota de la certeza de que el Señor está presente –«Tú vas conmigo»– y nos cuida directamente. El que pierde esta conciencia de la presencia protectora del Señor es presa de todo tipo de temores y angustias.

El Evangelio nos presenta el encuentro de los apóstoles con Jesús al regreso de su misión. El Buen Pastor es Jesucristo. En Él se realiza plenamente el salmo y la primera lectura. Él reúne a sus ovejas, las alimenta, las protege de todo mal; más aún, conoce y ama a cada una, y da su vida por ellas. Él siente lástima por las multitudes que están como ovejas sin pastor; también a nosotros debe dolernos que, teniendo un Pastor así, haya tanta gente que se siente perdida y abandonada porque no le conocen.

El descanso de las tareas apostólicas consiste en estar con Él, disfrutando de su intimidad. Sin embargo, la caridad del Buen Pastor es la norma decisiva del actuar de Jesús: ante la presencia de una multitud «como ovejas sin pastor» Jesús se compadece e interrumpe el descanso antes incluso de comenzarlo. Frente a los malos pastores, que dispersan a las ovejas porque buscan su interés, los discípulos de Jesús –y más los que por Él son constituidos pastores de su pueblo– deben compartir la misma compasión y la misma solicitud del Maestro por la multitudes que están como ovejas sin pastor

II. LA FE DE LA IGLESIA

La Iglesia es apostólica
(857)

La única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él.

La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:

1º.– Fue y permanece edificada sobre «el fundamento de los apóstoles», testigos escogidos y enviados en misión por el mismo Cristo.

2º.– Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito, las sanas palabras oídas a los apóstoles.

3º.– Sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, a los que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia.

La misión de los apóstoles
(858)

Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, «llamó a los que Él quiso, y vinieron donde Él. Instituyó Doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar». Desde entonces, serán sus «enviados» (eso es lo que significa la palabra griega «apóstoloi«). En ellos continúa su propia misión: «Como el Padre me envió, también yo os envío». Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe», dice a los Doce.

Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como «el Hijo no puede hacer nada por su cuenta», sino que todo lo recibe del Padre que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada sin Él, de quien reciben el encargo de la misión y el poder para cumplirla. Los Apóstoles de Cristo saben por tanto que están calificados por Dios como «ministros de una nueva alianza, ministros de Dios, embajadores de Cristo, servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios».

Los obispos sucesores de los apóstoles
(861 – 862)

Los Apóstoles, para que continuase después de su muerte la misión a ellos confiada, encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio.

Así como permanece el ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que debía ser transmitido a sus sucesores; de la misma manera permanece el ministerio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ser ejercido perennemente por el orden sagrado de los obispos. Por eso, la Iglesia enseña que por institución divina los obispos han sucedido a los Apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió.

El apostolado
(863 – 864)

Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y de los apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es «enviada» al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. La vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado. Se llama “apostolado” a toda la actividad del Cuerpo Místico que tiende a propagar el Reino de Cristo por toda la tierra.

Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado, tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos, depende de su unión vital con Cristo. La caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, es siempre como el alma de todo apostolado.

III. EL TESTIMONIO CRISTIANO

Es preciso comenzar por purificarse antes de purificar a los otros; es preciso ser instruido para poder instruir; es preciso ser luz para iluminar, acercarse a Dios para acercarle a los demás, ser santificado para santificar, conducir de la mano y aconsejar con inteligencia. Sé de quién somos ministros, dónde nos encontramos y adónde nos dirigimos. Conozco la altura de Dios y la flaqueza del hombre, pero también su fuerza. Por tanto, ¿quién es el sacerdote? Es el defensor de la verdad, se sitúa junto a los ángeles, glorifica con los arcángeles, hace subir sobre el altar de lo alto las víctimas de los sacrificios, comparte el sacerdocio de Cristo, restaura la criatura, restablece en ella la imagen de Dios, la recrea para el mundo de lo alto, y, para decir lo más grande que hay en él, es divinizado y diviniza” (San Gregorio Nacianzeno).

El sacerdote continua la obra de redención en la tierra. Si se comprendiese bien al sacerdote en la tierra se moriría no de pavor sino de amor. El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús” (santo Cura de Ars).

IV. LA ORACIÓN DEL CRISTIANO

Padre, que conoces los corazones,
concede a tus siervos
que has elegido para el episcopado,
que apacienten tu santo rebaño
y que ejerzan ante ti el supremo sacerdocio,
sin reproche, sirviéndote noche y día;
que hagan sin cesar propicio tu rostro
y que ofrezcan los dones de tu santa Iglesia,
que en virtud del espíritu del supremo sacerdocio
tengan poder de perdonar los pecados
según tu mandamiento,
que distribuyan las tareas siguiendo tu orden
y que desaten de toda atadura
en virtud del poder que tú diste a los apóstoles;
que te agraden por su dulzura y su corazón puro,
ofreciéndote un perfume agradable
por tu Hijo Jesucristo.
Amén.

(San Hipólito)