«El hijo amado del Padre es el Hijo-siervo»
I. LA PALABRA DE DIOS
El «Siervo» que presenta Isaías es alguien excepcional y desconcertante. Su misión de renovar a Israel, haciendo retornar a los exilados, es presentada por S. Mateo, tan amigo de citar el AT, como la del que toma nuestras flaquezas y carga con nuestras enfermedades.
Las escenas evangélicas consecutivas del Bautismo de Jesús y de las tentaciones en el desierto son las dos bisagras de su actividad mesiánica: glorificación y sufrimiento. El Bautismo viene a ser como la consagración formal de Jesús para su misión.
A los primeros cristianos les preocupaba la cuestión de por qué Cristo se hizo bautizar si no tenía pecados, ni original ni personales; de ahí también la resistencia de Juan a bautizarle. La razón que le da Jesús de que «cumplamos así todo lo que Dios quiere» (lo que es justo), parece expresar la plena solidaridad con la humanidad pecadora a la que había venido a salvar. La presentación como «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» invita a pensar así. La salvación la llevará a cabo Jesús, el Cordero inmaculado, como «siervo paciente de Dios» que se pone en nuestro lugar, carga con nuestras culpas, sufre el castigo que nos correspondía y nos salva, según profetizó Isaías.
Jesús, al comienzo de su vida pública, tiene delante el proyecto salvador del Padre y le va a costar la vida —a su muerte la llamará «bautismo»—. Esa es precisamente la razón de su vivir: «Dar la vida en rescate por muchos».
El pasaje del Bautismo de Jesús es un texto trinitario, dónde se manifiestan el Padre, el Hijo —designado con un énfasis especial y en un tono superior al usado a veces en el Antiguo Testamento para la relación del hombre con Dios— y el Espíritu.
II. LA FE DE LA IGLESIA
El Bautismo de Jesús
(536)
La escena del Jordán, manifestación trinitaria, nos muestra el amor íntimo de Dios revelándose en el Hijo amado a los hombres.
Nuestro Señor se sometió voluntariamente al Bautismo de S. Juan, destinado a los pecadores, para «cumplir toda justicia«. Este gesto de Jesús es una manifestación de su «anonadamiento«. Es la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores; es ya «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo«; anticipa ya el «bautismo» de su muerte sangrienta. Viene ya a «cumplir toda justicia», es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados. A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo y manifiesta a Jesús como su «Hijo amado«.
El Espíritu que se cernía sobre las aguas de la primera creación, Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción, viene a «posarse» sobre Él como preludio de la nueva creación. De Él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, «se abrieron los cielos» que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como comienzo de la nueva creación.
Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con Él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y «vivir una vida nueva«.
El Bautismo en la economía de la salvación
(1224, 1225)
Todas las prefiguraciones de la Antigua Alianza culminan en Cristo. Jesús comienza su vida pública después de hacerse bautizar por san Juan Bautista en el Jordán, y después de su Resurrección, confiere esta misión a sus Apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado».
En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un «Bautismo» con que debía ser bautizado. La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, Sacramentos de la vida nueva: desde entonces, es posible «nacer del agua y del Espíritu» para entrar en el Reino de Dios.
El bautismo en la Iglesia
Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, S. Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo». Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos… El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: «ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa» declara S. Pablo a su carcelero en Filipo. El relato continúa: «el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos».
Según el apóstol S. Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte de Cristo; es sepultado y resucita con El: «¿O es que ignoran que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rm 6, 34; cf Col 2,12).
Los bautizados se han «revestido de Cristo». Por el Espíritu Santo, el Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (cf 1 Co 6, 11;12, 13).
El Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la «Semilla incorruptible» de la Palabra de Dios produce su efecto vivificador.
El Bautismo hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo. El Bautismo incorpora a la Iglesia. De las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones, las culturas, las razas y los sexos: «Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo».
III. EL TESTIMONIO CRISTIANO
«Todo lo que aconteció en Cristo nos enseña que después del baño del agua, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros desde lo alto del cielo y que, adoptados por la voz del Padre, llegaremos a ser hijos de Dios» (San Hilario).
«Enterrémonos con Cristo por el Bautismo, para resucitar con él; descendamos con él para ser ascendidos con él; ascendamos con él, para ser glorificados con él» (San Gregorio Nacianceno).
«Considera dónde eres bautizado, de dónde viene el Bautismo: de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: Él padeció por ti. En Él eres rescatado, en Él eres salvado» (S. Ambrosio).
IV. LA ORACIÓN CRISTIANA
Mas ¿por qué se ha de lavar
el Autor de la limpieza?
Porque el Bautismo hoy empieza
y él lo quiere inaugurar.
Juan es gracia y tiene tantas,
que confiesa el mundo de él
que hombre no nació mayor
ni delante, ni después.
Y, para que hubiera alguno
mayor que él, fue menester
que viniera a hacerse hombre
la Palabra que Dios es.
Esta Palabra hecha carne
que ahora Juan tiene a sus pies,
esperando que la lave
sin haber hecho por qué.
Y se rompe todo el cielo,
y entre las nubes se ve
una paloma que viene
a posarse sobre él.
Y se oye la voz del Padre
que grita: «Tratadlo bien;
mi hijo querido es».
Y así Juan, al mismo tiempo,
vio a Dios en personas tres,
voz y paloma en los cielos,
y al Verbo eterno a sus pies.
Amén.
Acertadas reflexiones que nos acercan al Misterio divino y nos permiten comprender la grandeza de nuestro compromiso bautismal.
Gracias Padre Antonio.
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