Jn 20,19-23: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo«
I. LA PALABRA DE DIOS
«Se llenaron todos de Espíritu Santo». He aquí la característica principal de la Iglesia primitiva. Es el Espíritu Santo quien pone en marcha a la Iglesia. Es su alma y su motor. Sin Él, la Iglesia es un grupo de hombres más, sin fuerza, sin entusiasmo, sin vida. He aquí el secreto de la Iglesia: no con «algo» de Espíritu Santo, sino «llenos» de Él; y llenos no alguno, sino «todos».
Aquí radican también todos los males de la Iglesia: En la falta de Espíritu. Por eso, la solución a los problemas y dificultades de la Iglesia no consisten en una mejor organización o en un cambio de métodos, sino en volver a sus orígenes, a su identidad más profunda: Que cada uno de sus miembros acepte dejarse llenar de Espíritu Santo. Sin esta vida en el Espíritu todo lo demás será completamente estéril.
Esta es la tentación de la Iglesia de nuestros días, nuestra tentación: intentar combatir con las armas de este mundo, con armas humanas, que son impotentes e inútiles, dejando de lado la fuerza infinita y omnipotente del Espíritu Santo. Una Iglesia o un cristiano que olvidan al Espíritu Santo son una Iglesia o un cristiano que reniegan de su identidad, de lo que les constituye como tales; son como un cuerpo sin alma: está muerto, no tiene vida, no da fruto ni puede darlo.
«Recibid el Espíritu Santo». Cristo da a su Esposa la Iglesia el don del Espíritu, el único que la hace fecunda. Pentecostés funda y edifica la Iglesia. Para esto ha muerto Cristo, para darnos el Espíritu que brota de su costado abierto. Cristo quiere a su Esposa llena de hermosura, santa, fecunda. Para eso le da su Espíritu, el Espíritu que viene no sólo a santificar a cada uno, sino a santificar y a acrecentar la Iglesia, y, a través de ella, a renovar la faz de la tierra.
II. LA FE DE LA IGLESIA
La Pascua de Cristo
se consuma con la efusión del Espíritu Santo
(747. 731. 732)
El día de Pentecostés la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo, que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu.
En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los «últimos tiempos», el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado.
El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el sacramento de la Comunión de la Santísima Trinidad con los hombres.
El nombre, los apelativos
y símbolos del Espíritu Santo
(691-701)
«Espíritu Santo«, tal es el nombre propio de Aquél que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa en el Bautismo de sus nuevos hijos. Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el «Paráclito«, literalmente «aquél que es llamado junto a uno«, «advocatus«, «abogado«. «Paráclito» se traduce habitualmente por «Consolador«, siendo Jesús el primer consolador. El mismo Señor llama al Espíritu Santo «Espíritu de Verdad«.
Los símbolos del Espíritu Santo en la Sagrada Escritura son:
El agua: El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento. El Espíritu es también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna.
La unción: El simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo. Es el signo sacramental de la Confirmación. Cristo («Mesías» en hebreo) significa «Ungido» del Espíritu de Dios.
El fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. Bajo la forma de lenguas «como de fuego» el Espíritu Santo se posó sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de Él.
La nube y la luz: Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. La Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la transcendencia de su Gloria. Él es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre «con su sombra» para que ella conciba y dé a luz a Jesús. En la montaña de la Transfiguración es Él quien «vino en una nube y cubrió con su sombra» a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y «se oyó una voz desde la nube que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido, escúchenle». Es, finalmente, la misma nube la que «ocultó a Jesús a los ojos» de los discípulos el día de la Ascensión, y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento.
El sello: Es un símbolo cercano al de la unción. La imagen del sello («sphragis«) indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, los cuales no pueden ser reiterados.
La mano: Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos y bendice a los niños. En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo. Más aún, mediante la imposición de manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado. Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus Sacramentos.
El dedo: «Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios». Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra «por el dedo de Dios», la «carta de Cristo» entregada a los Apóstoles «está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón». El himno «Veni Creator» invoca al Espíritu Santo como «dedo de la diestra del Padre».
La paloma: Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico. Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre Él. El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados. El símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la iconografía cristiana.
La gracia del Espíritu Santo
tiene el poder de santificarnos
(1987. 1995)
La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión. Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón, la santificación y la renovación del hombre interior. «Si en otros tiempos ofrecieron sus miembros como esclavos a la impureza y al desorden hasta desordenarse ustedes, ofrecézcanlos igualmente ahora a la justicia para la santidad… al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificarán para la santidad; y el fin, la vida eterna» (Rm 6, 19.22).
III. EL TESTIMONIO CRISTIANO
«Por la comunión con Él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamados hijos de la luz y de tener parte en la gloria eterna» (S. Basilio).
«Por el Espíritu Santo participamos de Dios. Por la participación del Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza divina…Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están divinizados» (San Atanasio).
IV. LA ORACIÓN DEL CRISTIANO
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
¡Que maravilla de explicación!. ¡Como nos desmenuza la explicación el sentido y significado de Pentecostés!. ¿Qué màs queremos?. Con claridad, nos dice el P. Antonio: Que no tiene sentido, ni razón alguna la Iglesia a la que tú y yo pertenecemos, si obstaculizamos al Espíritu Santo, para que nos llene con su Gracia. El Señor, lo dice con pocas palabras, pero llenas de verdad: -La Paz con vosotros-. Así se presenta, y de esta manera hemos de recibirlo, con mucha Paz, esa que seguidamente estamos obligados a dar. A todos sin excepción. A los que amo, y a los que me cuesta. Jesucristo la trajo para todos. Hagamos en San Severiano, un lugar que se parezca al Cenáculo, donde solo exista. Amor, Hermanos llenos de Espíritu Santo, y Corazón sano para hacer esa Iglesia que con el Paráclito, sì tiene sentido y razón de ser, y que nuestra pertenencia a ella se note, por la forma y vida que todos llevamos. Sabes una cosa……….. si todos nos lo proponemos, lo conseguiremos en la Parroquia de San Severiano de Càdiz. ….. Ah, no olvidemos constantemente, dirigirnos al Padre, para que también el Espíritu Santo, inunde con su Gracia, al Querìdisimo Pastor de la Diócesis, Don Rafael, al párroco Padre Antonio, y a su vicario Padre Marco Antonio. De esta manera, todos demostraremos el verdadero cariño y agradecimiento que a ellos les tenemos.
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