16 de mayo de 2021: DOMINGO VII DE PASCUA “B” Solemnidad de la Ascensión del Señor


«Nadie ha subido al cielo,
sino el que bajó del cielo,
el Hijo del hombre»

Hch 1,1-11: «A la vista de ellos, fue elevado al cielo«
Sal 46: «Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas»
Ef 1,17-23: «Lo sentó a su derecha en el cielo»
Mc 16,15-20: «Fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios»

I. LA PALABRA DE DIOS

Lo verdaderamente importante para el autor de los Hechos no es cuándo pasó algo o cuánto duró, sino qué pasó y con qué finalidad. El hecho de la Ascensión, que sigue a la última aparición de Jesús resucitado, es, ante todo, la desaparición visible de Jesús, comprobada experimentalmente por el grupo de discípulos. Su significado teológico, tal como lo muestra el Nuevo Testamento, incluye: 1º) La entronización de Jesucristo Rey; 2º) El ejercicio de su realeza actualmente, en este «tiempo de la Iglesia»; 3º) La conexión con otros misterios de fe, como: la Parusía o la evangelización a partir de Pentecostés.

La presencia de Dios entre su pueblo en el Antiguo Testamento encontró en la nube que los guiaba en el desierto un signo y el pueblo percibía en ella la presencia invisible de Yahvé. San Lucas, en la «nube» quiere simbolizar por una parte la ocultación de Jesús y por otra la nueva presencia de Cristo en medio de los suyos. 

El cielo será, en adelante, el centro de gravedad de quienes en el mundo son forasteros y peregrinos. Pero ahora importa la misión, la tarea, el testimonio, la  evangelización. Y en ese contexto hay que situar el «reproche» de los ángeles: «¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?»

San Marcos nos presenta a Jesús llevado «al cielo», es decir, al lugar propio de Dios, y «sentado» a la derecha de Dios. Efectivamente, el misterio de la Ascensión significa que el que por nosotros tomó la condición de siervo, pasó por uno de tantos y se humilló hasta la muerte de cruz, ahora ha sido exaltado, enaltecido, constituido «Señor». Cristo en cuanto hombre «fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios»: se ha sentado en el trono de su Padre, ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra y ha sido constituido Señor del Universo ante el que toda rodilla se dobla.

Sin embargo, la Ascensión al cielo no significa la ausencia de Cristo en la tierra. A renglón seguido de narrar la Ascensión de Jesús, san Marcos subraya que «el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban». Ciertamente Cristo ha dejado su presencia visible, sensible. Pero sigue presente. Y lo manifiesta cooperando con la acción de los discípulos. En estas pocas palabras queda resumido todo el misterio de la Iglesia. Toda acción de la Iglesia –y de cada cristiano en ella– no es algo simplemente humano, sino acción de Cristo a través de ella. Cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Por tanto, todo nuestro empeño ha de ser buscar la sintonía con Cristo para que se realice verdaderamente esa cooperación y nuestros actos sean también suyos y así tengan un valor inmenso: «el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores» (Jn 14,12).

San Marcos quiere subrayar el anuncio del Resucitado a partir de su triunfo. Su permanente presencia se notará a través de los «signos», que apoyarán y «acompañarán» tanto a los que predican como a los que oyen. De ahí la importancia de los signos, que indica el evangelio. Los signos manifiestan que la Iglesia es más que palabras, es hechos. Mediante ellos se ve la acción del Señor. Ya no se tratará de coger serpientes en las manos, pero sí que hay que preguntarse cómo hoy nosotros podemos ser  signo visible de Cristo para aquellos con los que vivimos.

II. LA FE DE LA IGLESIA

El Misterio de la Ascensión
(659 – 664)

El Cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección, como lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre. Pero durante los cuarenta días en los que Él come y bebe familiarmente con sus discípulos y les instruye sobre el Reino, su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria. La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el cielo donde Él se sienta para siempre a la derecha de Dios.

El carácter velado de la gloria del Resucitado durante este tiempo se transparenta en sus palabras misteriosas a María Magdalena: «Todavía no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios» (Jn 20, 17). Esto indica una diferencia de manifestación entre la gloria de Cristo resucitado y la de Cristo exaltado a la derecha del Padre. El acontecimiento a la vez histórico y transcendente de la Ascensión marca la transición de una a otra.

Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera, es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Sólo el que «salió del Padre» puede «volver al Padre»: Cristo. «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre». Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la «Casa del Padre», a la vida y a la felicidad de Dios. Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, «ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino«.

«Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí». La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, no «penetró en un Santuario hecho por mano de hombre, … sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro». En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. «De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor». Como «Sumo Sacerdote de los bienes futuros», es el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos.

Cristo, desde entonces, está sentado a la derecha del Padre: «Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos como Dios y consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se encarnó y de que su carne fue glorificada» (San Juan Damasceno).

Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: «A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás». A partir de este momento, los apóstoles se convirtieron en los testigos del «Reino que no tendrá fin».

El mandato misionero
(849)

La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser «sacramento universal de salvación», por exigencia íntima de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres: «Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo».

III. EL TESTIMONIO CRISTIANO

«El Señor arrastró cautivos cuando subió a los cielos, porque con su poder trocó en incorrupción nuestra corrupción. Repartió sus dones, porque enviando desde arriba al Espíritu Santo, a unos les dio palabras de sabiduría, a otros de ciencia, a otros de gracia de los milagros, a otros la de curar, a otros la de interpretar. En cuanto Nuestro Señor subió a los cielos, su Santa Iglesia desafió al mundo y, confortada con su Ascensión, predicó abiertamente lo que creía a ocultas» (San Gregorio Magno).

IV. LA ORACIÓN DEL CRISTIANO

No; yo no dejo la tierra.
No; yo no olvido a los hombres.
Aquí, yo he dejado la guerra;
arriba, están ya sus nombres.

¿Qué hacen mirando al cielo,
varones, sin alegría?
Lo que ahora parece un vuelo
ya es vuelta y es cercanía.

El gozo es mi testigo.
La paz, mi presencia viva,
que, al irme, se va conmigo
la cautividad cautiva.

El cielo ha comenzado.
Ustedes son mi cosecha,
El padre les ha sentado
conmigo, a su derecha.

Partan frente a la aurora.
Salven a todo el que crea.
Ustedes marcan mi hora.
Comienza ya su tarea. 

Amén.

1 comentario en “16 de mayo de 2021: DOMINGO VII DE PASCUA “B” Solemnidad de la Ascensión del Señor

  1. A-

    Quizás la solemnidad que hoy celebramos, nos resulte difícil de comprender, y nos impresione. El mismo Jesùs hombre, y los mismos discìpulos que lo acompañaban, son distintos, ante un nuevo acontecimiento. Les ha hablado del Padre y del Cielo, pero llega el momento de partir al encuentro. ¿Cómo se quedarìan?. ¿Y nos preguntamos todos?. ¿Si se ha marchado, como es que lo seguimos teniendo, y con mas fuerza?. ¿Comprendemos ahora su marcha, y lo que nos envía Dios?. ¿Nos encontraremos, por fin con el Espíritu Santo que nos ha regalado?. ¿Lo hizo para darnos una nueva vida?. ¿Estamos en el camino para vivirla eternamente?. Mas que mirar al Cielo, hagamos lo posible por llegar. No nos faltarà la fuerza que desde ese lugar nos va a mandar el Paráclito.

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