«El que hace el bien, hace lo que Dios quiere»
Nm 11, 25-29: «¿Estás tú celoso por mí? ¡Ojalá todo el pueblo profetizara!»
Sal 18: «Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón»
St 5,1-6: «Vuestra riqueza está podrida»
Mc 9,38-43.45.47-48: «El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Si tu mano te induce a pecar, córtatela»
I. LA PALABRA DE DIOS
En el Evangelio encontramos recogidas varias sentencias sobre el seguimiento de Jesús. Hay que evitar la envidia y la actitud sectaria y monopolizadora (1ª lectura), dejando campo libre a la intervención gratuita y sorprendente de Dios. Particularmente tremenda es la amenaza para los que escandalizan, es decir, para los que son estorbo o tropiezo para los demás en su adhesión a Cristo y a su palabra. Finalmente, el seguimiento de Cristo debe ser incondicional: estando en juego el destino definitivo del hombre, es preciso estar dispuesto a tomar cualquier decisión que sea necesaria por dolorosa que resulte.
«El que no está contra nosotros está a favor nuestro». Esta frase constituye un enigma, pues dice justamente lo contrario de otras palabras de Jesús en los evangelios de Mateo y Lucas: «Quién no está conmigo, está contra mí, y quién no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12,30; Lc 11,23). La expresión se entiende mejor en el contexto en el que Jesús habla de su lucha contra el mal y el maligno. Por otro lado, Jesús ha venido con amor y paciencia ilimitados a hacer brotar el bien, dondequiera que se encuentre. Descubrimos en Jesús, junto a su combate contra el mal, un esfuerzo por «salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10). La postura que debemos adoptar en cada caso sólo podemos saberlo por las circunstancias y situaciones concretas. De todos modos, el evangelio nos exhorta a que superemos la mezquindad humana y nos abramos a todos los que defiendan una causa buena, aunque «no sean de los nuestros». Una tentación es la de creerse los únicos, los mejores. Sin embargo, todo el que se deje mover por Cristo, es de Cristo. Con cuanta facilidad se absolutizan métodos, medios, planes pastorales, maneras de hacer las cosas, carismas particulares, grupos… Pero toda intransigencia es una forma de soberbia, aparte de una ceguera.
«El que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa». Existen personas buenas que ayudan a los demás, aunque no conozcan a Cristo; en el juicio esas personas experimentarán la misericordia de Dios. Es en esas personas en las que piensa Jesús cuando dice: «El que no está contra nosotros, está a favor nuestro».
«Si tu mano te induce a pecar, córtatela». El evangelio es tajante. Y no porque sea duro o difícil. Nadie considera duro al médico que extirpa el cáncer. Más bien resultaría ridículo extirparlo sólo a medias. Lo que está en juego es si apreciamos la vida. El evangelio es tajante porque ama la vida, la vida eterna que Dios ha sembrado en nosotros, y por eso plantea guerra a muerte contra el pecado y todo lo que mata o entorpece esa vida: «más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos a la gehenna, al fuego que no se apaga». Es una advertencia a no sobrevalorar las propias fuerzas y una amonestación a resistir inmediatamente y con decisión el ataque del mal. El Señor invita a una renuncia radical al pecado y al corte inmediato, y a menudo doloroso, cuando está amenazada la salvación de toda la persona. La cuestión decisiva es esta: ¿Deseamos de verdad la Vida eterna?
«Al que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar». Tampoco aquí Jesús exagera. También aquí es el amor a la Vida lo que está en juego, el bien de los hermanos. Y escándalo no es sólo una acción pecaminosa especialmente llamativa. Todo lo que resulte un estorbo para la fe del hermano –y especialmente para los más débiles en la fe– es escándalo. Toda mediocridad consentida y justificada es un escándalo, un tropiezo. Toda actitud de no hacer caso a la palabra de Dios es escándalo. Todo pecado, aún oculto, es escándalo.
Siempre será algo terriblemente grave destruir o poner en peligro la fe de los sencillos. Jesús advierte a los seductores malintencionados y a los irresponsables, y está decidido a proteger siempre a quienes creen en Él. La fe de la gente sencilla es un bien que nadie puede dañar impunemente.
«Dónde el gusano no muere y el fuego no se apaga». A quienes escandalicen o se valgan de su influjo para incitar a los demás al pecado, Jesús les amenaza con los peores castigos del infierno. Pena terrible que no se extinguirá, por más que la verdad de la eternidad del infierno desconcierte tanto a la conciencia humana en nuestros días.
II. LA FE DE LA IGLESIA
La libertad, signo de la dignidad del hombre
(1701 – 1706)
La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. En virtud de su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y de voluntad, el hombre está dotado de libertad. Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa a hacer el bien y a evitar el mal. Todo hombre debe seguir esta ley que resuena en la conciencia y que se realiza en el amor de Dios y del prójimo.
El juicio moral sobre las acciones propias y ajenas
(1790 – 1799)
La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella. Ante una decisión moral, la conciencia puede formar un juicio recto de acuerdo con la razón y la ley divina o, al contrario, un juicio erróneo que se aleja de ellas.
La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría a sí mismo. Pero sucede que la conciencia moral puede estar en la ignorancia y formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya cometidos.
Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad personal. Así sucede cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega. En estos casos, la persona es culpable del mal que comete. El desconocimiento de Cristo y de su evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral.
Si por el contrario, la ignorancia es invencible, o el juicio erróneo sin responsabilidad del sujeto moral, el mal cometido por la persona no puede serle imputado. Pero no deja de ser un mal, una privación, un desorden. Por tanto, es preciso trabajar por corregir la conciencia moral de sus errores.
El respeto del alma del prójimo:
el escándalo
(2284 – 2287)
El escándalo es la actitud o el comportamiento que llevan a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave, si por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave.
El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o de la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición: «al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar» (Mt 18,6; Mc 9,42). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a los otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos.
El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión. Así se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos. Lo mismo ha de decirse de los empresarios que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que «exasperan» a sus alumnos, o los que, manipulando la opinión pública, la desvían de los valores morales.
El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastran a hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. «Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!» (Lc 17,1).
III. EL TESTIMONIO CRISTIANO
Respecto de los falsos predicadores: «Pero si alguien me dice: ‘No sé qué hacer; ese hombre predica a Cristo, indica el camino para seguirle, se dice discípulo suyo, afirma que anuncia la verdad, ¿cómo no voy a seguir a quien enseña tales cosas?’, responderé: ‘Tiene una cosa en su lengua y otra en su conciencia’. Me dirás: ‘¿Y por dónde lo sé? ¿Acaso puedo yo leer las conciencias? Yo oigo que habla de Cristo y creo que profesa lo que oigo’. No te engañe el hijo de la falsedad, y, si tú eres hijo de la verdad, aprende, ¡oh cristiano!, que deseas oír y ver a Cristo. Si alguno te predicase a Cristo, examina y considera qué Cristo te predica y en dónde te lo predica» (San Agustín).
IV. LA ORACIÓN DEL CRISTIANO
El hombre estrena claridad
de corazón, cada mañana;
se hace la gracia más cercana
y es más sencilla la verdad
¡Puro milagro de la aurora!
Tiempo de gozo y eficacia:
Dios con el hombre, todo gracia
bajo la luz madrugadora
¡Oh la conciencia sin malicia!
¡La carne, al fin, gloriosa y fuerte!
Cristo de pié sobre la muerte,
y el sol gritando la noticia
Guárdanos tú, Señor del alba,
puros, austeros, entregados;
hijos de luz resucitados
en la Palabra que nos salva
Nuestros sentidos, nuestra vida,
cuanto oscurece la conciencia
vuelve a ser pura transparencia
bajo la luz recién nacida.
Amén.
¿Verdaderamente, «Hacemos lo que Dios quiere de cada uno de nosotros»?. Entonces……….. ¿Còmo es que nos parecemos tan poco a El?. ¿Algo no estaremos haciendo bien?. ¿Donde rectificar?. En los actos que realizamos con el comportamiento diario. ¿Que nos dice la Palabra del Señor?. ¿Como la recortamos, o la adaptamos a lo que nos conviene?. Antes que sea tarde, ¿Seremos capaz de vivir conforme al Evangelio?. ¿Nos examinamos, y es posible que estemos conforme con lo que practicamos?. O, realmente no nos vemos, o es que no queremos vernos.
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