15 de agosto de 2019: SOLEMNIDAD DE LA ASUNCION DE NUESTRA SEÑORA


«Magnificat»

Ap 11, 19; 12, 1.3-6.10: Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal.
1 Co 15, 20-27:  Primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo.
Lc 1, 39-56:  El Poderoso ha hecho obras grandes por mí.

I. LA PALABRA DE DIOS

En la primera lectura, la mujer del Apocalipsis representa a María y a la Iglesia.

En la segunda lectura se proclama que la resurrección de Jesucristo es victoria sobre la muerte ganada por Él para todos los que le siguen. María, ya ha alcanzado esta gracia.

El cántico del Magnificat en el Evangelio es modelo de la oración cristiana. María eleva su alabanza y bendición al Señor, que hace en ella maravillas. Todos los pueblos, con Isabel, la llamamos «bendita». Ella recoge esta bendición y la eleva al Poderoso. El Magnificat es una oración que expresa el alma de María: humilde esclava del Señor, que en ella hace maravillas.

II. LA FE DE LA IGLESIA

El misterio de la Asunción
(963 — 975)

La liturgia de la Misa de este día proclama el misterio de la Asunción, y por boca de María proclama la grandeza de Dios que nos hace partícipes de su gloria.

La solemnidad de la Asunción de la Virgen conmemora el tránsito de María de este mundo al Padre, es decir, su pascua. La Madre virginal del Hijo de Dios no podía corromperse en el sepulcro y fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo.

«La Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte…».

la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo

María,
«icono escatológico»
(imagen final) de la Iglesia:

A María se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor…, más aún, “es verdaderamente la madre de los miembros de Cristo porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza” (S. Agustín)

El cántico de María, el «Magnificat», expresión de una vida, es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el cántico de la Iglesia; cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios; cántico de acción de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación; cántico de los «pobres», cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres «en favor de Abrahán y su descendencia, para siempre».

El papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella. La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz la dio como madre al discípulo con estas palabras: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 26‑27).

Después de la Ascensión de su Hijo, María estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones. Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra.

María es la primera resucitada después de Cristo. La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos: Vivir como María, es vivir con Cristo y con Él resucitar.

La liturgia quiere ayudarnos a contemplar a María como “icono escatológico” (imagen final) de la Iglesia. María es Peregrina de la fe que ya ha llegado a la meta que todos esperamos. María es Aliento, mientras peregrinamos en la tierra. María es Consuelo y Auxilio de Madre que vive gloriosa junto a Dios. María es la «Causa de nuestra alegría» en esta fiesta.

María,
Modelo y Madre de la Iglesia.

Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es «miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia», incluso constituye «la figura» (modelo) de la Iglesia.

Aún más, colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia.

Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna… Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora.

La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. Todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de Él y de Él saca toda su eficacia.

Debemos volver «la mirada a María para contemplar en ella lo que es la Iglesia en su Misterio, en su peregrinación de la fe, y lo que será al final de su marcha, donde le espera, para la gloria de la Santísima e indivisible Trinidad, en comunión con todos los santos, aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de su Señor y como su propia Madre».

El culto a María

«Todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc 1, 48): La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano. La Santísima Virgen es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial de veneración. Este culto, aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente y encuentra su expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios y en la oración mariana, como el Santo Rosario, «síntesis de todo el Evangelio».

III. EL TESTIMONIO CRISTIANO

En tu parto has conservado la virginidad, en tu dormición no has abandonado el mundo, oh Madre de Dios: tú te has reunido con la fuente de la Vida, tú que concebiste al Dios vivo y que, con tus oraciones, librarás nuestras almas de la muerte (Liturgia bizantina).

Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor… más aún, “es verdaderamente la madre de los miembros de Cristo porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza” (S. Agustín).

IV. LA ORACIÓN CRISTIANA

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava. 

Desde ahora me felicitarán
todas las generaciones,
porque el Poderoso
ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación. 

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos. 

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham
y su descendencia por siempre.

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