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2 de noviembre: Conmemoración de todos los fieles difuntos


SUFRAGIOS, la memoria provechosa para nuestros difuntos

La oración por los difuntos

Orar por los difuntos es una obra de misericordia y un acto de justicia y caridad. ¿Quién no siente la necesidad de hacer llegar a los propios seres queridos que ya se fueron un signo de bondad, de gratitud o también de petición de perdón? Una convicción fundamental del cristianismo de todos los siglos, y que sigue siendo también hoy una experiencia consoladora, es que el amor puede llegar hasta el más allá; que es posible un recíproco dar y recibir, en el que estamos unidos unos con otros con vínculos de afecto, más allá del confín de la muerte.

El cristiano no está solo en su camino de conversión. En Cristo y por medio de Cristo la vida del cristiano está unida con un vínculo misterioso a la vida de todos los demás cristianos en la unidad sobrenatural del Cuerpo místico. Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles sino que también hace eficaz su intercesión en nuestro favor. «No dudemos, pues,  en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos» (San Juan Crisóstomo).

La Iglesia vive la comunión de los Santos. En la Eucaristía esta comunión, que es don de Dios, actúa como unión espiritual que nos une a los creyentes con los Santos y los Beatos, cuyo número es incalculable (Cf. Ap 7,4). Su santidad viene en ayuda de nuestra fragilidad, y así la Madre Iglesia es capaz con su oración y su vida de encontrar la debilidad de unos con la santidad de otros.

La mejor ayuda a nuestros difuntos:
Misas e indulgencias

Dado que nadie conoce el estado en que una persona muere, la Iglesia celeste y la que peregrina en el mundo interceden por los difuntos para que alcancen la perfección necesaria para ver a Dios. La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de la comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, siempre ha honrado la memoria de los difuntos y ha enseñado que, por el misterio de la comunión de los santos, podemos ayudar a nuestros difuntos —las almas del Purgatorio—, pues después de la muerte ya no pueden merecer para sí mismos, mediante la oración, las limosnas, los sacrificios y obras de penitencia, las indulgencias en su favor y especialmente ofreciendo por ellos la Santa Misa pidiendo por el perdón de sus pecados y su eterno descanso, y agradeciendo los beneficios que recibieron en vida, «pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados» (Cf. 2 M 12, 45). De este modo, se establece entre los fieles un maravilloso intercambio de bienes espirituales, por el cual la santidad de uno beneficia a los otros, mucho más que el daño que su pecado les haya podido causar. El cristiano no teme el trance de la muerte ni la purificación que viene tras ella, pues es obra del amor de Dios que perfecciona a su criatura.

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Jueves, 15 de agosto de 2024: SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA


«Magnificat»

Ap 11, 19a; 12, 1-6a.10ab: Una mujer vestida de sol, y la luna bajo sus pies.
Sal 44: De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.
1 Cor 15, 20-27a
:  Primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo.
Lc 1, 39-56:  El Poderoso ha hecho obras grandes por mí.

I. LA PALABRA DE DIOS

En la primera lectura, la mujer del Apocalipsis representa a María y a la Iglesia.

En la segunda lectura se proclama que la resurrección de Jesucristo es victoria sobre la muerte ganada por Él para todos los que le siguen. María, ya ha alcanzado esta gracia.

El cántico del Magnificat en el Evangelio es modelo de la oración cristiana. María eleva su alabanza y bendición al Señor, que hace en ella maravillas. Todos los pueblos, con Isabel, la llamamos «bendita». Ella recoge esta bendición y la eleva al Poderoso. El Magnificat es una oración que expresa el alma de María: humilde esclava del Señor, que en ella hace maravillas.

II. LA FE DE LA IGLESIA

El misterio de la Asunción
(963 — 975)

La liturgia de la Misa de este día proclama el misterio de la Asunción, y por boca de María proclama la grandeza de Dios que nos hace partícipes de su gloria.

La solemnidad de la Asunción de la Virgen conmemora el tránsito de María de este mundo al Padre, es decir, su pascua. La Madre virginal del Hijo de Dios no podía corromperse en el sepulcro y fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo.

«La Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte…».

la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo

María, «icono escatológico» (imagen final) de la Iglesia

A María se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor…, más aún, “es verdaderamente la madre de los miembros de Cristo porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza” (S. Agustín)

El cántico de María, el «Magnificat», expresión de una vida, es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el cántico de la Iglesia; cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios; cántico de acción de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación; cántico de los «pobres», cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres «en favor de Abrahán y su descendencia, para siempre».

El papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella. La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz la dio como madre al discípulo con estas palabras: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19, 26‑27).

Después de la Ascensión de su Hijo, María estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones. Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, María pedía con sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra.

María es la primera resucitada después de Cristo. La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos: Vivir como María, es vivir con Cristo y con Él resucitar.

La liturgia quiere ayudarnos a contemplar a María como “icono escatológico” (imagen final) de la Iglesia. María es Peregrina de la fe que ya ha llegado a la meta que todos esperamos. María es Aliento, mientras peregrinamos en la tierra. María es Consuelo y Auxilio de Madre que vive gloriosa junto a Dios. María es la «Causa de nuestra alegría» en esta fiesta.

María, Modelo y Madre de la Iglesia.

Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es «miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia», incluso constituye «la figura» (modelo) de la Iglesia.

Aún más, colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia.

Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna… Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora.

La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia. Todo el influjo de la Santísima Virgen en la salvación de los hombres brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de Él y de Él saca toda su eficacia.

Debemos volver «la mirada a María para contemplar en ella lo que es la Iglesia en su Misterio, en su peregrinación de la fe, y lo que será al final de su marcha, donde le espera, para la gloria de la Santísima e indivisible Trinidad, en comunión con todos los santos, aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de su Señor y como su propia Madre».

El culto a María

«Todas las generaciones me llamarán bienaventurada» (Lc 1, 48): La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano. La Santísima Virgen es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial de veneración. Este culto, aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente y encuentra su expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios y en la oración mariana, como el Santo Rosario, «síntesis de todo el Evangelio».

III. EL TESTIMONIO CRISTIANO

En tu parto has conservado la virginidad, en tu dormición no has abandonado el mundo, oh Madre de Dios: tú te has reunido con la fuente de la Vida, tú que concebiste al Dios vivo y que, con tus oraciones, librarás nuestras almas de la muerte (Liturgia bizantina).

Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor… más aún, “es verdaderamente la madre de los miembros de Cristo porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza” (S. Agustín).

IV. LA ORACIÓN CRISTIANA

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava. 

Desde ahora me felicitarán
todas las generaciones,
porque el Poderoso
ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación. 

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos. 

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham
y su descendencia por siempre.

25 de julio de 2024, SANTIAGO, APÓSTOL, Patrono de España


Hch 4, 33; 5, 12. 27-33; 12, 2. «El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago».
Sal 66. «Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben».
2 Cor 4, 7-15. «Llevamos siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús».
Mt 20, 20-28. «Mi cáliz lo beberéis»


Santiago, hijo de Zebedeo, hermano del apóstol san Juan, fue el primero de los apóstoles en beber el cáliz del Señor, cuando participó en su Pasión, al ser decapitado por orden del rey Herodes. De esa manera anunció el reino que viene por la muerte y resurrección de Cristo. Estando sus restos en Galicia, es patrono de los pueblos de España. Pidamos por su intercesión que España se mantenga fiel a Cristo hasta el final de los tiempos. Una petición muy necesaria hoy día, cuando la fe y los valores cristianos están tan en crisis en nuestra sociedad. Pidamos también que seamos testigos de esta fe, como Santiago, dispuestos a beber el cáliz del Señor.

El nombre Santiago, proviene de dos palabras latinas Sant Iacob. Porque su nombre en hebreo era Jacob. Los españoles en sus batallas gritaban: «Sant Iacob, ayúdanos». Y de tanto repetir estas dos palabras, las unieron formando una sola: Santiago.

Santiago es uno de los doce Apóstoles de Jesús; se le llama el Mayor, para distinguirlo del otro apóstol, Santiago el Menor, que era más joven que él. Con sus padres —Zebedeo y Salomé— vivía en la ciudad de Betsaida, junto al Mar de Galilea. Él y su hermano Juan, el evangelista, eran pescadores. Su posición social parece que era acomodada —su padre tenía una industria pesquera con empleados—. Y fueron llamados por Jesús mientras estaban arreglando sus redes de pescar, con Zebedeo, su padre, en la orilla del lago de Genesaret. Inmediatamente dejaron la barca y a Zebedeo, su padre, y lo siguieron. Antes habían sido seguidores de Juan el Bautista.

Santiago,
apóstol de Jesucristo

Recibieron de Cristo el nombre «Boanerges«, significando “Hijos del trueno”, por su impetuosidad y ardoroso celo. En una ocasión, Jesús no fue bien recibido por los samaritanos y los dos hermanos le preguntaron a Jesús si quería que hicieran bajar fuego del cielo para consumirlos. Su madre, que no se quedaba atrás, acompañada por sus hijos, pidió a Jesús que sus dos hijos se sentasen en su trono, uno a la derecha y otro a la izquierda, a lo que el Señor les respondió: “No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo he de beber y recibir el bautismo que yo voy a recibir?” A lo que respondieron ardorosamente: “¡Podemos!”

Durante la vida pública de Jesucristo, Santiago fue uno de los predilectos: Estuvo presente, junto con su hermano Juan y con Pedro, en la curación milagrosa de la suegra de Pedro y en la resurrección de la hija de Jairo. Con ellos, fue testigo ocular de la Transfiguración de Jesús. Y también lo acompañó de cerca durante su agonía en el huerto de Getsemaní.

Los Hechos de los Apóstoles relatan que éstos se dispersaron por todo el mundo para llevar la Buena Nueva. El apóstol Santiago es el primer apóstol mártir. Escribió una de las cartas del Nuevo Testamento. 

 Santiago, evangelizador de España

Dicen las confusas narraciones de los primeros años de la cristiandad, que a él le fueron adjudicadas las tierras de la península  Ibérica para predicar el Evangelio. Viajó desde Jerusalén por mar hasta Gades (Cádiz, sur de España).

Santiago cumplió su misión, con poco éxito y escaso número de discípulos, en el noroeste de la península Ibérica, en la céltica y verde Galicia, a la que los romanos llamaron «Finis Terrae» (Fin de la Tierra) —por ser el extremo más occidental del mundo hasta entonces conocido—, cumpliendo el mandato del Señor de predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Desanimado por la poca acogida del Evangelio, fue a Zaragoza, donde corrió muchos peligros. La Leyenda Aurea de Jacobus de Voragine nos cuenta que las enseñanzas del Apóstol no fueron aceptadas y solo siete personas se convirtieron al Cristianismo. Estos eran conocidos como “los Siete Convertidos de Zaragoza”.  Santiago llamó en su ayuda a la Virgen María, rogándole lo ayudase. 

Santiago y la Virgen del Pilar

Las cosas cambiaron cuando la Virgen Santísima, que entonces vivía aún en Jerusalén, se apareció en carne mortal al Apóstol sobre una columna o pilar, a las orillas del rio Ebro, en la ciudad romana de «Caesar Augusta», la actual Zaragoza; aparición conocida como la de la Virgen del Pilar.

Según la tradición, una noche el apóstol estuvo rezando intensamente con algunos discípulos junto al río Ebro, cerca de los muros de la ciudad, pidiendo luz para saber si debía quedarse o huir. Él pensaba en María Santísima y le pedía que rogara por él para pedir consejo y ayuda a su divino Hijo Jesús, que nada podía negarle a su madre. De repente, se vio venir un resplandor del cielo sobre el apóstol y aparecieron sobre él los ángeles que entonaban un canto muy armonioso mientras traían una columna de luz, cuyo pie, en medio de un rayo luminoso, señalaba un lugar, a pocos pasos del apóstol, como indicando un sitio determinado. Sobre la columna (o pilar), se le apareció la Virgen María. Santiago se levantó del lugar donde estaba rezando de rodillas, y recibió el aviso de María de que debía erigir de inmediato una iglesia allí; que la intercesión de María haría crecer como una raíz y expandirse. María le indicó que, una vez terminada la iglesia, debía volver a Jerusalén. Santiago se levantó, llamó a los discípulos que lo acompañaban, que habían oído la música y visto el resplandor; les narró lo demás, y presenciaron luego todos cómo se iba desvaneciendo el resplandor de la aparición. Desde entonces la intercesión de la Virgen hizo que se abrieran extraordinariamente los corazones al Evangelio en España.

En el lugar de la aparición, se levantó posteriormente lo que hoy es la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, un lugar de peregrinación famoso en el mundo entero, que no fue destruido en la guerra civil española (1936-1939), puesto que las bombas que se lanzaron no explotaron, pudiéndose hoy en día verse expuestas en el interior de la Basílica.

Santiago partió de España para trasladarse a Jerusalén, como María le había ordenado. En este viaje visitó a María, que ya vivía en la casa de su hermano Juan en Éfeso. María le predijo la proximidad de su muerte en Jerusalén, y lo consoló y lo confortó en gran manera. Santiago se despidió de María y de su hermano Juan, y se dirigió a Jerusalén. 

Santiago,
el primer apóstol mártir de la fe

Cuando regresó a Palestina, en el año 44, fue hecho prisionero, torturado y decapitado por el rey Herodes Agripa I, el 25 de marzo de 41 AD (día en que la liturgia actual celebra La Anunciación). Fue llevado al monte Calvario, fuera de la ciudad. Durante el recorrido, estuvo predicando y aún fue capaz de convertir a algunas personas. Cuando le ataron las manos, dijo: «Vosotros podéis atar mis manos, pero no mi bendición ni mi lengua». Un tullido que se encontraba a la vera del camino, clamó al apóstol que le diera la mano y lo sanase. El apóstol le contestó: «Ven tú hacia mí y dame tu mano». El tullido fue hacia Santiago, tocó las manos atadas del apóstol e inmediatamente sanó.

Josías, la persona que había entregado a Santiago, fue corriendo hacia él para implorar su perdón. Este hombre se convirtió a Cristo. Santiago le preguntó si deseaba ser bautizado. Él dijo que sí, por lo que el apóstol lo abrazó y le dijo: «Tú serás bautizado en tu propia sangre». Y así se cumplió, siendo Josías decapitado a continuación del Apóstol. En otro tramo del recorrido, una mujer se acercó a Santiago con su hijo ciego para alcanzar de él la curación para su hijo, obteniéndola de inmediato.

Una vez llegado al Monte Calvario, el mismo lugar donde años antes fue crucificado nuestro Señor, Santiago fue atado. Le vendaron los ojos y le decapitaron. Y se prohibió que su cuerpo fuese enterrado. 

El sepulcro del apóstol Santiago

Sin embargo, sus discípulos, en secreto, durante la noche trasladaron su cuerpo hasta la orilla del mar, donde encontraron una barca preparada para navegar, pero sin tripulación. Allí depositaron, en un sepulcro de mármol, el cuerpo del apóstol; que llegaría tras la travesía marítima, remontando el río Ulla, hasta un puerto romano en la costa Gallega de Iria Flavia, la capital de la Galicia romana. Allí enterraron su cuerpo en un compostum o cementerio en el cercano bosque de Liberum Donum, donde levantaron un altar sobre el arca de mármol.

Tras las persecuciones romanas contra los cristianos y la prohibición de visitar el lugar, se olvidó la existencia del mismo, por más de 800 años. Bajo el reinado de Alfonso II (789-842), un ermitaño llamado Pelagio (Pelayo) recibió en visión, conocimiento del lugar donde se encontraban los restos del Apóstol. En el año 813 el eremita Pelayo observó el resplandor de una estrella y cánticos en un campo. En base a este suceso se llamaría al lugar Campus Stellae, o Campo de la Estrella, de donde derivaría el actual nombre de Compostela.

El eremita advirtió al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, quien después de apartar la maleza descubrió los restos del apóstol, identificados por la inscripción en la lápida. Informado el Rey Alfonso II del hallazgo, acudió al lugar y proclamó al apóstol Santiago patrono del reino, edificando allí un santuario que más tarde llegaría a ser la Catedral. A partir de esta declaración oficial los milagros y apariciones se repetirían en el lugar, dando lugar a numerosas historias y leyendas destinadas a infundir valor a los guerreros que luchaban contra los avances de los musulmanes desde Al-Andalus, y a los peregrinos que poco a poco iban trazando el Camino de Santiago. 

El apóstol Santiago,
defensor de la fe

Una de las tradiciones narra como Ramiro I, en la batalla de Clavijo, venció a las tropas de Abderramán II ayudado por un jinete sobre un caballo blanco que luchaba a su lado y que resultó ser el Apóstol. A partir de entonces se convirtió en patrón de la Reconquista. Los cristianos se encontraban abatidos bajo el imperio del Islam y la fe cristiana corría el peligro de ser erradicada. La lucha por la reconquista duró hasta el año 1492.  Ese largo período de tiempo forzó a los cristianos a una guerra de supervivencia en la que se apoyaban del auxilio del Apóstol y de la Virgen Santísima. Santiago sigue siendo el protector y guía de los Cristianos en la batalla actual por la defensa de la fe católica contra sus enemigos. 

Las peregrinaciones
y el Camino de Santiago

A partir del s. XI el sepulcro del apóstol Santiago de Compostela ejerció una fuerte atracción sobre el cristianismo europeo y fue centro de peregrinación multitudinaria, al que acudieron reyes, príncipes y santos.

En los s. XII y XIII, época en que se escribió el «Códice Calixtino«; primera “guía del peregrino”, la ciudad alcanzó su máximo esplendor. El Papa Calixto II concedió a la Iglesia Compostelana el «Jubileo Pleno del Año Santo» y Alejandro III lo declaró perpetuo, convirtiéndose Santiago de Compostela en Ciudad Santa junto a Jerusalén y Roma. El Año Santo se celebra cada vez que la festividad del Apóstol, el 25 de Julio, cae en Domingo.

En siglos posteriores y hasta el momento actual, numerosos fieles, principalmente de Europa, recorren el «Camino de Santiago» que les conduce a la tumba del Santo, con el fin de pedir perdón por sus pecados. 

Santiago y la evangelización de América

Santiago Apóstol preparó el camino para la Virgen María en España y también preparó su llegada al «Nuevo Mundo». El es el Apóstol de la Virgen María, también es conocido como el Apóstol de la Paz.

En 1519, Hernán Cortés llegó a Veracruz, y en Lantigua construyó la primera Iglesia dedicada a Santiago Apóstol en el continente Americano. También en 1521, cuando México fue conquistada, Cortés construyó una Iglesia en las ruinas de los Aztecas que al igual fue dedicada a Santiago Apóstol. A esta Iglesia era que san Juan Diego se dirigía el 9 de diciembre de 1531, para recibir clases de catecismo y oír la Santa Misa, ya que era la fiesta de la Inmaculada Concepción.

Santiago Apóstol es patrón
de las siguientes ciudades de Hispanoamérica:

  • Santiago de Chile
  • Caracas, Venezuela (la cual fue fundada el 25 de julio de 1567 con el nombre de Santiago de León de Caracas).
  • Santiago de Guayaquil (Ecuador). 
  • Santiago de Cuba
  • Santiago de Querétaro (México)
  • Santiago de Cali, (Colombia)
  • Santiago de los Ocho Valles de Moyobamba, (Perú)
  • Santiago de Guatemala
  • Santiago de Veraguas (Panamá)
  • Santiago de Chiuitos (Bolivia)
  • Santiago de los Caballeros (Rep. Dominicana)
  • Provincia de Santiago de México
  • Saltillo Coahuila (México)
  • Santiago de Sesimbra (Portugal)
  • Alanje (Panamá)
  • Santiago del Estero (Argentina) 
  • Provincia de Mendoza (Argentina)
  • San Felipe y Santiago de Montevideo (Uruguay)

LETANÍA DE SANTIAGO “EL MAYOR”, APÓSTOL

  • Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
  • Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad.
  • Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
  • Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
  • Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.
  • Dios, Padre Celestial. Ten misericordia de nosotros.
  • Dios, Hijo Redentor del mundo. Ten misericordia de nosotros.
  • Dios, Espíritu Santo. Ten misericordia de nosotros.
  • Trinidad Santa, un solo Dios. Ten misericordia de nosotros.
  • Santa María  Ruega por nosotros.
  • Santa Madre de Dios.  Ruega por nosotros.
  • Santa Virgen de las vírgenes.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, Apóstol de Jesucristo.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, hijo de Zebedeo.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, nacido de María Salomé.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que seguiste a Jesús incluso antes de ser testigo de sus milagros.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que respondiste inmediatamente a la primera venida de Jesús.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que despreciaste el mundo para seguir a Jesús.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que dejaste a tus padres por amor a Jesús.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que deseaste llamar fuego del Cielo contra los que se oponían a extender el mensaje salvador de Jesús.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, uno de los tres testigos presenciales de la resurrección de la hija de Jairo.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, uno de los tres testigos de la Transfiguración de Cristo.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, uno de los tres que disteis testimonio de la agonía de Nuestro Señor en el Huerto de Getsemaní.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, por cuya predicación convertiste siete discípulos  en España.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que convertiste a una cantidad innumerable de personas en Judea y Samaria por tu predicación.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que desafiaste a los Judíos y confundiste a los Escribas y Fariseos.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que valerosamente discutiste con Pilatos y ganaste el día.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que torturaste a los demonios enviados por Hermogenus, el gran hechicero.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que conseguiste que Hermogenus fuera confinado por los mismísimos demonios que él envió.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que posteriormente liberaste a Hermogenus y le hiciste seguidor de Cristo.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que arrojaste libros de hechicería a los mares profundos.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que curaste a un enfermo de reuma agudo e hiciste que alabara el Santo nombre de Dios.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que hiciste que tu verdugo compartiese tu agonía y obtuviste para él la salvación eterna.  Ruega por nosotros.  
  • Santiago, que te sometiste a ser decapitado y sufriste el martirio con alegría.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que tuviste el privilegio de tener una muerte similar a la de Jesús.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que fuiste bendecido con un bautismo similar al de Jesús.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que te ganaste el honor de ser el primer mártir de entre  los Apóstoles.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, cuyos restos mortales llegaron a España en un pequeño barco, sin timón, ni velas, ni tripulación.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que cuando tu sagrado cuerpo fue depositado en un duro bloque de granito, éste se ablandó para que recibieras un adecuado entierro.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que hiciste que los toros salvajes se comportaran como mansos corderos cuando los guiabas para tirar del carro  que contenía tus sagrados restos.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que milagrosamente mantuviste vivo durante treinta días a un hombre inocente, injustamente condenado y ahorcado.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que salvaste España en muchas ocasiones de numerosos enemigos.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que montado en un caballo blanco como la nieve derribaste sesenta mil enemigos durante el reinado del rey Samir.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que fuiste recompensado con un trono Celestial por tu obediencia al Señor.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, cuyo amor a la pobreza te hizo ganar el Reino de los Cielos.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que saliste victorioso de la batalla contra legiones de demonios y contra todos los poderes de la oscuridad.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que despreciando todos los honores mundanos, y en combate con el mundo, saliste finalmente triunfante.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que por oraciones y mortificación dominaste la carne, y ganaste la eterna corona del Cielo.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, siempre voluntarioso para ayudar a aquellos que luchan
    por la defensa del nombre de Dios.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, que tanto ayudas a los que están en el exilio.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, rápido restablecedor de la buena salud.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, libertador de aquellos que se encuentran en la esclavitud.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, consuelo de los afligidos.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, a quien se alaba y se da las gracias con gran devoción por el mundo entero.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, invocado con fe y confianza por todos los cristianos.  Ruega por nosotros.
  • Santiago, a quien se le da enormemente las gracias en todas  las naciones.  Ruega por nosotros.
  • Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. Perdónanos, Señor.
  • Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. Escúchanos, Señor.
  • Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo. Ten misericordia de nosotros.
  • Ruega por nosotros, oh Santiago. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

ORACIÓN

Dios Todopoderoso y misericordioso, que escogiste doce Apóstoles para evangelizar al mundo entero. Entre ellos, tres fueron favorecidos de manera especial por Tu Hijo Jesucristo, quien se dignó a contar con el Apóstol Santiago en este  selecto número. Que por su intercesión seamos dignos de obtener la gloria del Cielo, donde Tú vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

ORACIÓN A SANTIAGO, “EL MAYOR”.

¡Gran Apóstol Santiago, familiar cercano de nuestro Señor y aún más cercano a Él por lazos espirituales! Al ser llamado por Él entre los primeros discípulos y ser favorecido con Su especial intimidad, tú respondiste con gran generosidad, dejándolo todo para seguirle a la primera llamada. También tuviste el privilegio de ser el primero de los Apóstoles en morir por Él, sellando tu predicación con tu sangre.

“Atronador” en el entusiasmo en la tierra, que desde el cielo te has mostrado defensor de Su Iglesia una y otra vez, apareciendo en el campo de batalla de los cristianos para derrotar y dispersar a los enemigos de la Cruz, y llevar a los descorazonados creyentes a la victoria. Fuerza de los cristianos, refugio seguro de aquellos que te suplican con confianza, protégenos ahora en los peligros que nos rodean.

Que por tu intercesión, nuestro Señor nos conceda su santo amor, filial temor, justicia, paz y la victoria sobre nuestros adversarios, tanto visibles como invisibles, y sobre todo, que un día nos conceda la felicidad de verlo y tenerlo con nosotros en el cielo, en tu compañía y la de los ángeles y santos para siempre. Amén. 

¿Qué nos enseña Santiago, el Mayor?

A vivir nuestra fe con autenticidad; a ser testigos del Evangelio con nuestra vida. 

A cumplir con nuestra misión dentro de la Iglesia: extender la Palabra de Dios a todos los que nos rodean. 

A cumplir con nuestra misión cueste lo que cueste, ya que a él le costó el martirio.

A invocar y confiar en la intercesión maternal de María, Reina de los Apóstoles y Estrella de la evangelización.

A ser fieles a Jesús y su Iglesia. Nosotros somos fieles a la Iglesia obedeciendo al Papa y ayudándolo en la tarea de la Nueva Evangelización.

A confiar en Dios y a sabernos abandonar en sus manos.

A perdonar a nuestros enemigos, a amar a aquél que me ofendió, a aquél que me ha hecho sufrir. 

¡Dios ayuda,
y Santiago!