«Buscad los bienes de arriba»
Si 1,2; 2, 21-23: ¿Qué saca el hombre de todo su trabajo?
Sal 94, 1-9: Escucharemos tu voz, Señor
Col 3, 1-5. 9,11: Buscad los bienes de arriba, donde está Cristo
Lc 12, 13-21: Lo que has acumulado, ¿de quién será?
I. LA PALABRA DE DIOS
Llega a su fin la lectura de la carta a los Colosenses: el Bautismo es el principio de una vida nueva, que compromete a seguir una conducta pura, digna de Cristo resucitado.
El libro del Eclesiastés (Sirácida) recoge las enseñanzas de los antiguos sabios de Israel sobre la inutilidad de las riquezas materiales cuando se pone la confianza en ellas.
En el Evangelio, Jesucristo desarrolla una catequesis acerca del uso de los bienes materiales a partir de una pregunta sobre un pleito de herencia.
Ante el Señor hemos de plantearnos el lugar que tienen los bienes materiales y la actividad económica en nuestra vida: la avaricia y codicia por ellos, las justas relaciones laborales, el uso de los bienes comunes, el abuso de los bienes propios… Los bienes materiales son un medio para vivir con dignidad, nunca un fin en si mismos.
El Evangelio, como la primera lectura, relativiza la importancia de los bienes de este mundo. En nuestra sociedad se absolutizan. Es como el reverso de lo que es el núcleo esencial del mensaje de Cristo, que ha venido a comunicarnos que somos hijos de Dios, que nuestro Padre nos cuida y que, por consiguiente, es preciso hacerse como niños, confiar en el Padre que sabe lo que necesitamos y dejarnos cuidar.
El pecado del hombre rico de la parábola es que no se ha hecho como un niño: ha atesorado, fiándose de sus propios bienes, en vez de confiar en el Padre. La clave la da las palabras de Jesús al principio: «Aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Por eso este hombre es calificado como «necio». Su absurda insensatez consiste en olvidarse de Dios buscando apoyarse en lo que posee, creyendo encontrar su seguridad en algo fuera de Dios.
En efecto, la autosuficiencia es el gran pecado y la raíz de otros muchos pecados, desde Adán hasta nosotros. La autosuficiencia nace de no querer depender de Dios, sino de uno mismo; y lleva a acumular dinero, conocimientos, bienestar, ideas, amistades, poder, cariño e incluso virtudes o prácticas religiosas. Justamente lo contrario del hacerse como niños. Al contrario, el que se sabe dependiente de un Dios providente, es el sensato; su humildad y confianza le abren a recibir todo como un don, incluidas las inmensas riquezas de «los bienes de allá arriba». El que busca afianzarse en sí mismo, en lugar de recibirlo todo como don, es el necio; y antes o después acabará percibiendo que todo es «vaciedad sin sentido».
El dinero y los bienes materiales, que son buenos y necesario para la dignidad de la persona, pueden, sin embargo, convertirse en ídolos. Sólo Dios es el origen, guía y meta de todo lo que hacemos y queremos en la vida.
II. LA FE DE LA IGLESIA
El respeto de las personas y sus bienes
(2407 – 2418)
La justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrenos y de los frutos del trabajo de los hombres está mandada por el séptimo mandamiento: no robarás.
Robar es apoderarse del bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño. El séptimo mandamiento prohíbe robar, y prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y perjudicar de cualquier manera al prójimo en sus bienes.
Toda forma de retener injustamente el bien ajeno, aunque no contradiga las disposiciones de la ley civil, es contraria al séptimo mandamiento: retener deliberadamente bienes prestados u objetos perdidos; defraudar en el ejercicio del comercio; pagar salarios injustos; elevar los precios especulando con la ignorancia o necesidad ajenas; la corrupción mediante la cual se vicia el juicio de los que deben tomar decisiones; la apropiación y el uso privado de los bienes sociales de una empresa; los trabajos mal hechos; el fraude fiscal; la falsificación de cheques y facturas; los gastos excesivos; el despilfarro; causar voluntariamente daños a las propiedades privadas o públicas.
Todo pecado contra la justicia, bien sea el robo, bien el daño causado injustamente, exige que se restituya lo robado a su propietario y se repare el mal cometido.
La Doctrina Social de la Iglesia
(2419 – 2425)
La Doctrina Social de la Iglesia es su enseñanza en materia económica y social, en orden a la justicia y al respeto a los derechos fundamentales de las personas o la salvación de las almas. Trata del bien común temporal de los hombres en razón de su ordenación al supremo Bien, nuestro fin último. Con su Doctrina Social la Iglesia se esfuerza por inspirar las actitudes justas en el uso de los bienes terrenos y en las relaciones económicas.
En materia económica el respeto de la dignidad humana exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y según la generosidad del Señor que «siendo rico, por ustedes se hizo pobre a fin de que ustedes se enriquecieran con su pobreza».
El destino universal de los bienes
y la propiedad privada
(2402 – 2406)
Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos. Por tanto, los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. La propiedad privada es lícita para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales y las necesidades de los que están a su cargo. Pero el derecho a la propiedad privada, adquirida por el trabajo, o recibida de otro por herencia o regalo, no anula la donación original de la tierra al conjunto de la humanidad. El destino universal de los bienes continua siendo primordial, aunque la promoción del bien común exija el respeto de la propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio.
La propiedad de un bien hace de su dueño un administrador de la providencia para hacerlo fructificar y comunicar sus beneficios a otros, ante todo a sus prójimos. Debe hacer posible que se viva una solidaridad natural entre los hombres. Los bienes de producción –materiales o inmateriales– como tierras o fábricas, profesiones o artes, requieren los cuidados de sus poseedores para que su fecundidad aproveche al mayor número de personas. Los poseedores de bienes de uso y consumo deben usarlos con templanza reservando la mejor parte al huésped, al enfermo, al pobre.
La autoridad civil tiene el derecho y el deber de regular, en función del bien común, el ejercicio legítimo del derecho de propiedad.
La justicia conmutativa es la que regula los intercambios entre las personas en el respeto exacto de sus derechos. Obliga estrictamente; exige la salvaguardia de los derechos de propiedad, el pago de las deudas y el cumplimiento de las obligaciones libremente contraídas. Sin justicia conmutativa no es posible ninguna otra forma de justicia.
Las promesas deben ser cumplidas y los contratos rigurosamente observados en la medida que el compromiso adquirido es moralmente justo.
Los juegos de azar (de cartas, lotería, etc.) o las apuestas no son en sí mismos contrarios a la justicia. No obstante, resultan moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que es necesario para atender a sus necesidades, a las de su familia o las de los demás.
El séptimo mandamiento prohíbe todo lo que por cualquier razón conduce a esclavizar seres humanos, a menospreciar su dignidad personal, a comprarlos, a venderlos y a cambiarlos como mercancías. Es un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos fundamentales reducirlos por la violencia a la condición de objetos de consumo o a una fuente de beneficios.
El séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados (recursos minerales) y los seres vivos (vegetales o animales) no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo incluyendo la de las generaciones venideras. Los animales están confiados por Dios a la administración del hombre que les debe benevolencia. Pueden servir a la justa satisfacción de las necesidades del hombre (alimento, vestido, ayuda en el trabajo) pero no podemos abusar de ellos ni destinar a ellos los bienes y el afecto debido a los seres humanos.
III. EL TESTIMONIO CRISTIANO
«Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Mas que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia» (S. Gregorio Magno).
«El hombre, al servirse de esos bienes, debe considerar las cosas externas que posee legítimamente no sólo como suyas, sino también como comunes, en el sentido de que han de aprovechar no sólo a él, sino también a los demás» (Vaticano II, GS, 69).
IV. LA ORACIÓN CRISTIANA
Tu poder multiplica
la eficacia del hombre,
y crece cada día, entre sus manos,
la obra de tus manos.
Nos señalaste un trozo de la viña
y nos dijiste: «Venid y trabajad»
Nos mostraste una mesa vacía
y nos dijiste: «Llenadla de pan»
Nos presentaste un campo de batalla
y nos dijiste: «Construid la paz»
Nos sacaste al desierto con el alba
y nos dijiste: «Levantad la ciudad»
Pusiste una herramienta en nuestras manos
y nos dijiste: «Es tiempo de crear»
Escucha a mediodía el rumor del trabajo
con que el hombre se afana en tu heredad
Gloria al Padre, y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Por los siglos.
Amén.